Martin Bean, experto en educación. Imagen: RMIT.

Martin Bean, experto en educación. Imagen: RMIT.

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El gran gurú de la educación avisa: la enseñanza no está preparada para el ritmo de la disrupción tecnológica

Martin Bean defiende que todos los estudiantes deberían cursar formación en IA cada año y subraya la importancia de las competencias humanas duraderas para hacer frente a la automatización.

Más información: Integrar la inteligencia artificial en educación: el desafío compartido entre profesores y empresas tecnológicas

Oslo (Noruega)
Publicada

Las claves

Martin Bean, referente en educación digital, advierte que el sistema educativo actual no está preparado para el ritmo de la disrupción tecnológica.

Destaca que las habilidades técnicas son efímeras, mientras que la colaboración, el pensamiento crítico y las capacidades humanas son cada vez más valiosas y poco enseñadas.

Propone una educación basada en el aprendizaje permanente, la alfabetización en inteligencia artificial y la integración de credenciales digitales verificables.

Bean alerta que muchas universidades desaparecerán si no se adaptan a la nueva realidad, donde la formación es continua y la relevancia de las instituciones depende de su capacidad de acompañar al estudiante a lo largo de toda su vida.

Martin Bean es una de las voces más autorizadas para hablar del presente y el futuro de la educación. De hecho, no necesita elevar su tono para que sus diagnósticos sean escuchados en todo el mundo. Tampoco necesita buscar el ditirambo fácil, porque cada frase suya apunta a una trayectoria que todo el sector conoce bien: el viejo contrato social entre títulos, trabajo y progreso se ha roto, y aún no hemos sido del todo conscientes.

Nacido en Sidney, Bean es uno de los referentes internacionales en educación digital y aprendizaje a lo largo de toda la vida. Formado en Estados Unidos y Australia, desarrolló parte de su carrera en Microsoft como responsable global de Educación, antes de dar el salto a la dirección universitaria.  Primero como vicerrector de The Open University del Reino Unido –la mayor institución europea de educación a distancia–, y después al frente de la RMIT University en Melbourne, donde impulsó una profunda transformación académica y tecnológica.

Tras dejar la gestión universitaria, fundó The Bean Centre, desde donde asesora a gobiernos, empresas y centros educativos en credenciales digitales, habilidades del siglo XXI, alfabetización en inteligencia artificial y modelos híbridos de aprendizaje. Y precisamente en uno de esos eventos donde es llamado a compartir sus impresiones, organizado por Instructure en Oslo, hace hueco para hablar con DISRUPTORES - EL ESPAÑOL.

Nacido en 1964, se reivindica como “último de los baby boomers”. Y desde ahí lanza la primera enmienda a la enseñanza tradicional: “En mi generación, cuando obteníamos el título al final de la universidad, dábamos por hecho que el aprendizaje había terminado”. Hoy, por el contrario, un joven de 15 años puede tener “entre cinco y veinte carreras distintas a lo largo de su vida”, y ese simple dato hace saltar por los aires el modelo educativo episódico, encapsulado en unos pocos años entre los 18 y los 25.

Así, para Martin Bean, “el atributo más importante de un graduado ahora es la capacidad de aprender para toda la vida”.

Sobre ese telón de fondo de aprendizaje permanente se articulan las demás fracturas. La primera, casi contraintuitiva en pleno furor por la programación y la inteligencia artificial, tiene que ver con las competencias realmente valiosas.

Las habilidades técnicas tienen una vida útil de entre dos y cinco años”, advierte el experto. “Lo que permanece son las capacidades humanas: colaboración en equipo, habilidades interpersonales, pensamiento crítico” y que, paradójicamente, “la mayoría de universidades no enseñan bien, no evalúan, no convierten en credenciales ni dan a los graduados el lenguaje para explicárselas a los empleadores”.

El resultado es evidente, y bien lo estamos viendo ya en el mercado laboral: una distancia cada vez más insalvable entre lo que se imprime en el diploma y lo que realmente se necesita en el tejido productivo.

En su opinión, las carreras universitarias deben de ser el fin y pasa a ser un hito más dentro de una trayectoria mucho más granular, compleja y fragmentada. “El título sigue siendo un rito de paso importante”, concede Bean, “pero cada vez más empleadores buscan encontrar las habilidades y capacidades, no confiar simplemente en que, porque tengas un grado, las tengas”.

La irrupción de la inteligencia artificial

Por si hiciera falta una prueba inmediata de este cambio de tercio, tenemos ante nosotros la irrupción de la inteligencia artificial. Para Martin Bean, no es una tecnología o un cambio más, sino la metáfora perfecta de la “caja de Pandora”.

Bean utiliza conscientemente esa imagen: hay momentos en la historia en los que “no hay vuelta atrás”. Igual que un virus que se extiende para siempre, “no hay marcha atrás con la IA generativa”. Su primera reacción no es tecnofóbica, sino profundamente humana: ante la ambigüedad, la disrupción o la amenaza, “los humanos nos ponemos a la defensiva”.

El reto, sostiene, es ayudar a personas y organizaciones a pasar de ese estado defensivo a un modo adaptativo: más orientado a la exploración, la creatividad y la oportunidad, pero “con conciencia”.

Aquí es donde rescata dos referencias que delatan su manera de pensar. La primera es pop: “Como decía el tío Ben a Peter Parker en Spider Man, con un gran poder viene una gran responsabilidad”. La segunda pertenece a la teoría de liderazgo adaptativo de Heifetz, de la que Bean bebe sin complejos: hemos de cultivar una mentalidad capaz de adaptarse a entornos turbulentos sin renunciar a principios, ética ni espíritu crítico.

El experto en educación Martin Bean. Imagen: Instructure.

El experto en educación Martin Bean. Imagen: Instructure.

En sus años de rector, ya lo tenía claro: “Si yo dirigiera de nuevo una universidad, sería obligatorio que todos los estudiantes hicieran alfabetización en IA en primero, segundo y tercer año”. No porque el modelo cambie cada 12 semanas, que también, sino porque hay temas estructurales que apenas se mueven: protección de datos y privacidad, ética, sesgos, inclusión, cómo evitar dejar gente atrás, cómo entender la potencia y los límites de estas herramientas.

Sin ese andamiaje, estaríamos repitiendo el pecado original de las redes sociales, defiende el experto, que fueron lanzardas al mundo sin explicar sus riesgos ni educar a la ciudadanía sobre “el bien y el mal” que podían traer consigo.

Un modelo roto

Pero Martin Bean no se queda en la superficie de la herramienta; va al corazón de cómo diseñamos el aprendizaje. A su juicio, “la parte más rota” de la enseñanza no es el aula, ni siquiera el currículo, sino la evaluación.

La forma en que evaluamos no está adaptada al mundo en el que vivimos”, sentencia ante DISRUPTORES - EL ESPAÑOL. Y tampoco lo están, prosigue, muchos diseños instruccionales que aún siguen anclados en el dictado, en la teología del PowerPoint y la clase magistral eterna.

Por ello, su propuesta pasa por abrazar una concepción intencional del aprendizaje híbrido, en la que no es necesario contraponer "online versus presencial", como si hubiera una variante buena y otra de segunda, sino de asumir un backbone digital para todo y escoger el formato óptimo según el objetivo pedagógico.

Para “consumir contenido en bruto”, dice, carece de sentido mantener a cientos de alumnos sentados “solo para escuchar a alguien hablar”, cuando esa lección podría ser un vídeo que cada cual ve a su ritmo, pausando, anotando, rebobinando... En cambio, los espacios síncronos deberían reservarse para discutir, aplicar, debatir, ejercitar el pensamiento crítico en grupos pequeños, salvo que no haya otra opción.

Lo nuclear es la intencionalidad

Su visión sobre credenciales y títulos encaja en esa misma lógica de desmontar dicotomías falsas. No es, repite Bean, un debate entre grado tradicional o microcredenciales, sino de “conectar caminos”.

Los jóvenes ya están desarrollando competencias en el instituto que deberían “ser acreditadas en el propio instituto y viajar con ellos a primero de universidad como parte de su portafolio digital”. Después llegarán las asignaturas regladas, los créditos y, finalmente, títulos que la sociedad reconoce: grados, másteres, posgrados.

Más tarde, a lo largo de la vida, se irán sumando otros aprendizajes: cursos cortos, certificaciones profesionales, experiencias laborales, proyectos personales, incluso consumos formativos informales (podcasts, MOOCs, etc.). Todo ello debería estar “cosido con la persona en el centro”, organizado alrededor de una cartera digital donde cada unidad de aprendizaje tiene su firma digital, “expresable, descubrible y verificable”.

La calidad de este maremágnum de credenciales no vendrá tanto del formato, como de la marca de quien certifica y de la trazabilidad de lo aprendido: “Siempre ha sido así”, recuerda, “la calidad está ligada a la marca de la institución que confiere la credencial”.

“La forma en que evaluamos no está adaptada al mundo en el que vivimos”

Pero ahora se abre un espacio adicional para la autoacreditación basada en evidencias, no en ocurrencias. Recurre de nuevo a un ejemplo cotidiano: Spotify.

El popular resumen anual de lo escuchado -podcasts, tiempo invertido, episodios completados- está a un paso de convertirse en una pieza de evidencia de aprendizaje: “La IA podría decirme qué he escuchado y qué habilidades he desarrollado con ello”, y eso podría integrarse en ese wallet, no como pasaporte automático a un empleo, "pero sí como parte de una visión de 360 grados sobre la persona".

Ese giro hacia un ecosistema de credenciales más líquido implica, en su opinión, que la educación debe “crecer y madurar”, abandonar la comodidad del producto empaquetado y aceptar que entramos en un mundo de “streaming” educativo continuo, no de cintas analógicas en capítulos cerrados.

Por el camino, advierte, “muchas universidades desaparecerán porque dejarán de ser relevantes para las sociedades y comunidades en las que operan”. Las que sobrevivan serán las que sepan alinear su oferta con las distintas etapas vitales de las personas, mantenerse pertinentes y entender que la relación con sus estudiantes ya no es de cuatro años, sino de toda una vida.

Europa y las 'big tech' como laboratorio

Europa, en este tablero, aparece en el relato de Martin Bean como un laboratorio imperfecto pero prometedor. “Nada es perfecto y todo lleva más tiempo del que nos gustaría”, concede, pero elogia la voluntad de construir bloques comunes a escala comunitaria: Europass como embrión de esa cartera digital, los marcos de microcredenciales, los trabajos profundos sobre taxonomías de habilidades o las alianzas universitarias financiadas con Erasmus que impulsan la movilidad y el desarrollo de competencias humanas a través del contacto con otros países, culturas y métodos docentes.

A diferencia de otros contextos como el de Estados Unidos, donde los estados se apresuran a “no usar lo que construye el gobierno central” por pura pulsión política, Bean valora que en la UE exista un cierto reflejo de adopción colectiva: si lo hace Bruselas, los países tienden a sumarse en lugar de levantar su propia torre de Babel.

En paralelo, mira con atención a otro actor que lleva años reconfigurando el mapa educativo: las grandes enseñas tecnológicas. Google, AWS, Salesforce, Oracle, OpenAI… Todas han desplegado catálogos de certificaciones que, en muchos casos, el mercado laboral reconoce con tanto o más entusiasmo que un máster clásico.

“Las marcas que mejor lo están haciendo son las tecnológicas”, admite Martin Bean. “Las universidades más listas las están trayendo dentro, de modo que el graduado no solo tiene lo que la universidad le ha enseñado, sino también la certificación de la industria”. Ese binomio multiplica el valor percibido por los empleadores, defiende el gurú.

Cuando este escribano le pregunta por el futuro después de la IA, Bean no se refugia en cifras ni en pronósticos fáciles. Prefiere hablar de la redefinición del papel del ser humano en la vida y en el trabajo. Cree que la forma en que hemos organizado el empleo desde la Revolución Industrial (en torno a jornadas, carreras lineales, identidad vinculada a la profesión) no se ajusta al próximo contexto donde la automatización, la robótica y la inteligencia artificial “vacían los primeros peldaños de la escalera profesional”.

Tanto es así que el experto desconfía de la narrativa oficial que asegura que “se crearán más empleos de los que se destruyen”, como repiten informes del Foro Económico Mundial, entre otros: “No es la evidencia que yo estoy viendo”. Y precisamente por eso insiste en que tendremos que repensar a fondo cómo garantizamos propósito, dignidad y sentido en sociedades donde quizá no haya trabajo clásico para todos, pero sí una necesidad profunda de sentirse útil y conectado.