Aleix Valls.
La verdadera revolución de la IA no ocurre en los comités directivos, sino en los escritorios. Mientras arriba se multiplican los grandes proyectos corporativos con presupuestos millonarios, abajo los empleados ya la usan en su día a día para escribir correos, resumir informes o analizar datos. El último informe del MIT (The GenAI Divide: State of AI in Business 2025) lo confirma: el 95% de los pilotos no muestran impacto real en productividad ni en P&L. Y, sin embargo, más del 90% de los trabajadores reconoce utilizarla porque ahí sí encuentran valor inmediato.
Dos mundos que no se hablan: la narrativa corporativa dice: "La IA transformará nuestro negocio", mientras la realidad en las oficinas es: "Yo ya uso IA, aunque mi empresa no lo sepa". No es un fracaso de la tecnología, sino una desconexión entre estrategia y práctica. El liderazgo del siglo XXI no puede limitarse a mirar esa brecha; tiene que cerrarla.
Reducir la IA generativa a hacer lo mismo más rápido y barato es quedarse en la superficie. Sí, hay ganancias inmediatas en productividad, pero la auténtica transformación llega cuando obliga a replantear qué vendemos, cómo lo vendemos y para quién. La IA no es un copiloto para ahorrar minutos; es una palanca para redefinir valor, rediseñar productos, servicios y modelos de relación con clientes.
Muchos proyectos corporativos fracasan porque confunden implantación con adopción. Instalar una herramienta no significa que la organización la haya interiorizado. El camino más corto entre visión y resultados pasa por observar dónde ya funciona de manera orgánica, dar cobertura y gobernanza en lugar de prohibiciones genéricas y escalar lo que aporta valor real. La historia de la IA en la empresa no se escribe en un program management office, sino en la fricción cotidiana de cada proceso.
Hace más de 20 años, Steve Ballmer gritaba "Developers, Developers, Developers…". Hoy la clave no son los developers, sino la adopción. La ventaja competitiva no está en tener más demos o pilotos, sino en que los equipos cambien de verdad su forma de trabajar. La prueba del algodón es simple: ya no empiezas tu día abriendo el mail, sino tu chat de IA. Porque quien filtra, resume o prepara borradores ya no eres solo tú: es tu compañero de inteligencia artificial.
Por eso creo que no es un juego reservado a las tecnológicas. También las pymes pueden profesionalizar marketing, ventas y back-office con costes marginales. Incluso sectores industriales ya experimentan con IA para configurar máquinas con lenguaje natural, documentar procesos o entrenar operarios. El secreto está en aterrizar la tecnología en problemas concretos y medibles.
Estoy convencido de que la IA no sustituirá el liderazgo, pero sí lo redefinirá. Un líder que no entienda sus posibilidades delegará mal, comprará mal y medirá mal. Necesitamos directivos con criterio técnico suficiente para tomar decisiones informadas y equipos con cultura de mejora continua. Y necesitamos medir lo que importa: el impacto operativo, el impacto económico en el P&L y la creación de nuevo valor. La ventaja competitiva vendrá de lo tercero: hacer posible lo que antes era imposible.
La andadura para preparar a las organizaciones se ha de plantear por "niveles de madurez" dentro de las mismas. En un primer nivel, las compañías deberían centrarse en identificar y poner en marcha casos de uso cotidianos que generen impacto rápido y tangible en su operación. Este primer paso no busca grandes titulares, sino construir tracción y evidencia interna de valor. Al mismo tiempo, para institucionalizar la adopción, se debería capacitar a los equipos en herramientas fundamentales, así como designar champions que impulsen nuevos casos de uso, promuevan la experimentación y ayuden a asegurar la sostenibilidad de la adopción.
Solo cuando esa cultura de mejora continua esté asentada tiene sentido avanzar hacia niveles superiores: integrar agentes inteligentes con sistemas corporativos, rediseñar procesos end-to-end o desarrollar soluciones propias que redefinan la propuesta de valor. La IA, entendida así, deja de ser un proyecto tecnológico para convertirse en una competencia estratégica.
Es por eso que pienso que la adopción de la IA se parece al aprendizaje del inglés. Hace años entendimos que dominarlo era condición para crecer profesional y socialmente. Requirió tiempo, práctica y constancia. Con la IA pasa lo mismo: no es un fin en sí mismo, sino una alfabetización transversal para trabajar y crear valor. La diferencia es que ahora no hablamos solo de comunicación, sino de transformar cómo pensamos, decidimos y lideramos.
Considero que liderar con IA no es perseguir el hype; es gobernar con visión y criterio, cerrar la brecha entre discurso y práctica y preparar a nuestras organizaciones para crear valor nuevo; las empresas que comprendan esta progresión ganarán una ventaja estructural, con una filosofía propia de mejora y aprendizaje, porque la verdadera revolución no vendrá de quienes más
inviertan, sino de quienes sepan escalar desde la práctica: en la próxima década, la inteligencia no será solo artificial, será organizativa, y las compañías que incorporen la tecnología por “niveles de madurez” marcarán el paso del cambio; quienes lo hagan liderarán la próxima década, quienes no, llegarán tarde. Y en esta ola, llegar tarde es quedarse fuera.
*** Aleix Valls es CEO y fundador de WeArtificial y director académico de 'Factor IA’, una iniciativa de upskilling de la Asociación Española de Directivos (AED)