El clima está en guerra. No con nosotros, sino con nuestra lentitud, nuestra indiferencia y nuestras viejas herramientas. En la recta final hacia la COP30 de Belém, entre el ruido, la confusión y la esperanza, una idea empieza a abrirse paso: ¿y si la acción climática no teme al caos, sino que aprende a reinventarse con él?
Lo que vivimos hoy está haciendo mella en el ánimo. No es solo una crisis ambiental: es una crisis de fragilidad global, que entrelaza clima, energía, geopolítica y desigualdad.
El planeta está empujando los límites de su resiliencia —y también los de nuestra gobernanza— mientras seguimos intentando reparar el siglo XXI con las herramientas del XIX.
Bakú: la COP del dinero y de la contradicción
Recuerdo Bakú (COP29) y Dubái (COP28) como grandes espejos de nuestras paradojas. En Dubái, los países acordaron por primera vez "transitar lejos de los combustibles fósiles", un compromiso histórico que debería haber marcado un punto de no retorno. Sin embargo, apenas se apagaron los focos, algunos gobiernos ya buscaban deshacer lo firmado. En Bakú, 50.000 delegados debatieron el futuro de la energía en una capital donde el 90% de las exportaciones depende del gas y el petróleo.
Fue la COP del dinero, centrada en la gran pregunta de nuestro tiempo: ¿cómo financiar la transición energética global? El acuerdo final prometió 1.300 millones de dólares anuales de financiación climática a partir de 2035, de los cuales 300.000 millones provendrían de fondos públicos de los países desarrollados. Un avance relevante, sí, pero también frágil: los países más vulnerables siguen esperando planes concretos sobre cómo llegar a esas cifras, en un contexto marcado por la retirada de Estados Unidos de buena parte de la financiación climática y de su ayuda exterior.
Para dar credibilidad a esos compromisos, Brasil y Azerbaiyán trabajan ahora en la “Bakú to Belém Roadmap”, que definirá los mecanismos de financiación verde de la próxima década.Mientras tanto, la realidad avanza en dirección contraria: las emisiones globales aumentaron en el último año, cuando deberían caer un 9 % anual; seguimos en una trayectoria en la que la temperatura no para de subir; los 14 países más afectados por el cambio climático viven en conflicto armado; África, con el 60 % del potencial solar del planeta, recibe solo el 1 % de la inversión mundial.Los científicos advierten que solo podemos mantener los niveles actuales de emisiones durante dos años más antes de que la superación del umbral de 1,5 °C sea permanente.
Cada tonelada de CO2 cuenta. Cada año perdido también.Hace pocos días, otro esfuerzo histórico descarriló. La Organización Marítima Internacional no logró acordar un impuesto global al transporte marítimo, responsable de casi el 3 % de las emisiones mundiales. Arabia Saudí, Rusia y EE. UU., pidieron una pausa. El resultado: una moratoria de un año que deja el proceso en punto muerto.El patrón se repite: cada avance tropieza con la inercia de los intereses fósiles. Y cada vez que la diplomacia duda, el planeta se recalienta un poco más.
Belém: la COP de la implementación
De Bakú a Belém hay más que kilómetros: hay un salto moral entre la era del carbono y la era de la regeneración. Belém está llamada a ser la COP de la implementación. En esta COP, los países deberán presentar sus nuevos NDCs 3.0, los planes que definirán la próxima década.
Esta vez no bastarán las promesas: deberán transformarse en hojas de ruta reales para la inversión, la industria y el empleo. Pero la ironía es cruel: estos planes se habrán decidido mucho antes de Belém, en los despachos de poder de cada capital. El éxito de la cumbre no dependerá de la puesta en escena, sino de la voluntad política previa para actuar.
Dónde encontrar esperanza
Hace poco leí que la esperanza no es una emoción, sino una disciplina. Mi esperanza se alimenta de la transición energética que avanza con una fuerza imparable. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), las energías renovables ya cubren más del 50 % de la nueva capacidad eléctrica instalada y por primera vez superan la mitad de la generación global de electricidad. La energía solar crece más rápido que cualquier otra fuente en la historia. Los costes han caído drásticamente: generar electricidad con sol o viento es hoy más barato que con carbón o gas en más del 80 % del planeta, incluso ignorando el coste del CO₂. La energía limpia no solo es buena para el planeta: es un negocio sólido.
Las inversiones en tecnologías limpias superan ya los 2.000 millones de dólares anuales, y por cada dólar invertido en combustibles fósiles, se destinan casi dos a energías limpias. La electricidad renovable, el almacenamiento y la eficiencia están transformando silenciosamente la economía mundial. España, por ejemplo, es hoy uno de los países más competitivos del mundo en generación limpia, reduciendo emisiones y fortaleciendo músculo industrial. En 2024, más del 60 % de su electricidad provino de fuentes renovables, y su liderazgo en hidrógeno verde y almacenamiento empieza a marcar el paso en Europa.
Estas cifras demuestran que la transición es una realidad económica. Una realidad que crece, se adapta y se fortalece incluso frente a los vaivenes políticos. De Dubai a Bakú, y de Bakú a Belém, el mundo está aprendiendo a fortalecerse con su propio desorden. Las energías limpias, la innovación y la voluntad humana son hoy una fuerza imparable. Y si sabemos escuchar esa fuerza, aún estamos a tiempo de ganar nuestra guerra más grande: la del clima…