Imagen de archivo de una persona con Alzheimer.

Imagen de archivo de una persona con Alzheimer. iStock

Investigación

Grandes avances y demasiados riesgos: la doble cara en la relación entre tecnología y neurociencia

Los expertos destacan las posibilidades en el uso de los neurodatos, pero también los grandes desafíos éticos y legales en el camino.

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El avance tecnológico no solo se ha visto reflejado en el plano más tradicional, sino que sus efectos se notan en áreas donde, quizás, menos se espera en un primer momento. Uno de estos ejemplos es la neurociencia. Aquí, herramientas como la electroencefalografía (EEG), la resonancia magnética funcional (fMRI), los implantes neuronales o las interfaces cerebro-computadora han permitido generar lo que se conoce como neurodatos.

En concreto, estos se recopilan directamente del sistema nervioso y del cerebro y permiten a las máquinas conocer las emociones de un usuario, aunque este mismo no sea consciente de ellas.

Y es que, si ya los datos se han posicionado como uno de los elementos más valiosos en el escenario digital en todas las industrias, en el caso de la neurociencia, su relevancia es doble, no solo por las posibilidades que ofrece, sino por los riesgos asociados, al tratarse de información tan sensible.

De acuerdo con el informe TechDispatch sobre Neurodatos de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) y el análisis de la Dirección General del Dato del Gobierno de España, los neurodatos pueden utilizarse para realizar predicciones a partir de la obtención de conocimiento en cuatro sectores principales, entre los que destaca el de la salud.

En este ámbito, la recopilación de este tipo de información ha supuesto un gran avance a la hora de detectar enfermedades mentales, lo que, a su vez, ha permitido realizar diagnósticos tempranos, predecir su comportamiento y dar una respuesta más rápida, adecuada y personalizada. Aquí, los expertos destacan los logros en la lucha contra el Alzheimer, la epilepsia o la depresión.

En concreto, es llamativo su uso en psicología para tratar el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), la ansiedad, la epilepsia, el insomnio o la drogadicción, entre otros, o, en personas sanas, para mejorar sus capacidades cognitivas (como la concentración o la gestión emocional).

Por otro lado, los neurodatos también han ganado protagonismo en el campo educativo. En este caso, la información, cruzada con otros aspectos como las preferencias de los alumnos o las condiciones o metodologías, han permitido tomar decisiones dirigidas a adaptar el ritmo de enseñanza para optimizarlo y mejorar los resultados de los estudiantes.

En el caso del marketing, conocer las respuestas cerebrales ante ciertos estímulos permiten mejorar las campañas publicitarias, adaptándolas en función de las motivaciones y las preferencias. En la misma línea, en el ámbito laboral, estos se han empleado también para conocer las habilidades de los trabajadores o ver cómo funcionan bajo presión.

Además, en el caso de la seguridad, hay casos en los que se han usado neurodatos para monitorizar la somnolencia o la falta de atención de los conductores y, así, prevenir los posibles accidentes.

Desde la Oficina del Dato precisan que también se pueden emplear estos elementos para controlar aplicaciones o dispositivos como ayudas ortopédicas, herramientas quirúrgicas, videojuegos o para manejar drones o vehículos no tripulados en casos de defensa.

Riesgos éticos

No obstante, todo este potencial está regado por una preocupación por los desafíos éticos y legales que plantea, ya que, a diferencia de otro tipo de información, los neurodatos pueden revelar o influir en los aspectos profundamente íntimos de una persona, como sus deseos, emociones o miedos. Según detallan desde el organismo, esto abre la puerta a “posibles usos indebidos”, como la manipulación, la vigilancia encubierta o la discriminación basada en características neuronales. Todo ello, además, sin que el sujeto llegue a ser consciente.

Esto ha abierto la puerta a diferentes debates, entre ellos, los relativos a los neuroderechos, impulsados por organizaciones internacionales, así como por la Unión Europea, que buscan proteger la privacidad mental, la identidad personal y la libertad cognitiva.

Las fuentes de la Oficina del Dato creen que, a medida que avanzamos hacia un futuro “donde mente y máquina están cada vez más conectadas”, es crucial establecer marcos de regulación que garanticen la protección de los derechos humanos, en especial la privacidad mental y la autonomía individual. “De esta forma podremos aprovechar todo el potencial de los neurodatos de manera justa, segura y responsable, en beneficio de toda la sociedad”, insisten.