“Una startup es como una app, ¿verdad?”; “una startup es una pyme con ordenadores potentes”; “una startup es una empresa con tecnología foránea”; “para fomentar las startups tenemos que enseñar más informática en la universidad”.

Estas frases no son inventadas, por el contrario, todas ellas están apuntadas en mis innumerables blocs de notas a lo largo de los últimos años, y fueron pronunciadas por responsables políticos y empresariales de este país en reuniones en las que me encontraba presente.

Hace cuatro años que me incorporé a la Asociación Española de Startups como director de asuntos públicos (“el hombre que habla con los políticos”, para entendernos). Han sido cuatro años intensos, llenos de aprendizaje y enseñanzas. Cuatro años de duro trabajo para alcanzar una meta que entonces se consideraba casi inalcanzable. Pero hay veces que las cosas acaban ocurriendo. En estos días estamos debatiendo en la opinión pública sobre el anteproyecto de ley de fomento de empresas emergentes que aprobó el gobierno el pasado día 6 de julio. Fíjense el tiempo que llevan las cosas importantes. ¿Qué ha ocurrido durante estos últimos cuatro años? Déjenme que les cuente una pequeña aventura profesional.

En una de mis primeras reuniones hace ya algunos años, un director general de un ministerio, con mando en plaza, al que fui a ver para explicarle las necesidades que tenía el ecosistema de startups, me dijo que para él una startup era lo mismo que una pyme, pero eso sí, con ordenadores. El asunto estaba más verde de lo que yo imaginaba. Me di cuenta de que debíamos modificar parte del relato que estábamos contando, y también de que no vale enfurruñarte y decir que no se nos entiende, o que ellos viven en un mundo del que no quieres saber nada. Por supuesto, asumes en ese momento que la tarea no iba a ser tan fácil como coser y cantar.

La Asociación Española de Startups había nacido en 2015 para ser la voz de las startups en España y para hacer de nuestro país el mejor lugar para emprender y montar startups. Una de sus primeras tareas fue recopilar las demandas que, en aquel momento, estaban dispersas por el ecosistema, ordenarlas, priorizarlas y así es como se construyó el esqueleto de lo que ya entonces la Asociación llamó “propuesta base para una Ley de Startups”. Al César lo que es del César. Fue la Asociación la que primero identificó esa necesidad en forma de normativa, y la que primero comenzó a reclamar en la opinión pública y ante las instituciones la necesidad de una ley de Startups que impulsara nuestro ecosistema. Cuando me incorporé a la Asociación en la primavera de 2017 ese fue el primer documento que se me entregó, esa tarea, la más compleja, ya estaba hecha. En teoría quedaba “lo más fácil”: simplemente había que convencer al gobierno de entonces, y también al conjunto de partidos e instituciones de dicha necesidad.

En mis primeras semanas de trabajo asistí a muchas reuniones con lideres políticos, diputados y cargos públicos de todo tipo casi en silencio, me dedicaba principalmente a escuchar atentamente y estudiar el panorama. Yo conocía bastante bien cómo funcionaba el gobierno y el parlamento, pero era casi un completo neófito en materia de startups y de ecosistemas de innovación. Primero había que aprender, para lo cual era necesario escuchar, hablar poco, y estudiar muchos informes.

Frases como la que encabezan este texto me dieron mucho que pensar, intuía que más allá de la complejidad de impulsar una política pública en una materia concreta, en este caso Startups e innovación, había un problema de comunicación muy evidente. Las reuniones entre la Asociación y los líderes políticos e institucionales muchas veces evidenciaban que al hablar lo hacíamos en distintas longitudes de onda, discutíamos en la misma lengua, la española, pero no descodificábamos bien el mensaje de nuestros compañeros de mesa. Hacía falta una figura de traductor simultáneo, que trabajara bidireccionalmente. Y a eso nos aplicamos.

Recuerdo otro punto de inflexión importante. Aconteció el día en el que en una reunión con un grupo de unos veinte emprendedores para debatir sobre políticas públicas en favor del ecosistema de startups, les formulé la siguiente pregunta: ¿Si pudierais pedir una sola cosa al gobierno, cuál sería? Se hizo un pequeño silencio, como si me quisieran decir: ¡Qué pesado! Si ya lo sabes, si ya tenemos un listado de medidas. ¿Para qué nos vuelves a preguntar? Dos emprendedores, espoleados por mi insistencia en la pregunta me dijeron como si les saliese del alma: “Que nos dejen en paz”. Y entonces, vi la luz.

Una parte de la problemática estaba en que el propio ecosistema no entendía bien que el gobierno, o el Estado, si así lo prefieren, va a estar ahí, probablemente para siempre, no te puedes independizar de él, aunque haya un cierto ethos que proviene del espíritu hacker que te pueda hacer pensar que eso va a ocurrir en algún momento de la era antropocena. Sí, puede ser pesado hablar con adalides de la burocracia, con lo más old school que puede existir sobre la faz de la tierra, pero como vengo repitiendo con insistencia en los últimos años, es vital y necesario. Entre otras cosas, porque aunque no se acabe de comprender del todo, el gobierno, o mejor dicho, los gobiernos y las instituciones públicas también forman parte de eso que llamamos ecosistema de emprendimiento, son actores que participan activamente y lo seguirán haciendo. Por eso también es decisivo estar en conversaciones permanentes con ellos, o como dicen nuestros amigos en Bruselas de Allied for Startups: si las startups no se sientan en la mesa de negociación, acaban convirtiéndose siempre en el menú de la cena.

Vista esta situación desde la Asociación se lanzó una ofensiva: haciendo mucha más pedagogía, celebrando más eventos, explicando más y mejor las necesidades en los medios de comunicación, organizando debates entre partidos políticos. Todo lo que hiciésemos siempre sería poco en relación con la dimensión del desafío.

La otra parte del problema es obvio que subyace en una mentalidad poco dada a la innovación, a nuevas miradas y a replanteamientos de culturas y formas de hacer dentro de la administración pública española. La mayoría de políticos y funcionarios tiene tan interiorizadas esa cultura y forma de operar que se les hace cuesta arriba atender (y comprender) las demandas de los sectores más innovadores. En esta columna mensual ya hemos desarrollado alguna de estas problemáticas. Pero poco a poco, de forma mucho más lenta de lo que a todos nos gustaría, se fue abriendo la vía.

Así, durante estos años los partidos han ido incorporando cuadros, técnicos y dirigentes que comenzaban a hablar nuestro lenguaje. Paso a paso, unos más que otros, sumaban algunas de nuestras propuestas, a veces de manera convencida, otras de forma muy tímida, a sus programas electorales. Hasta que el actual gobierno de coalición incorporó en su programa de gobierno (ya no era un programa electoral) de diciembre de 2019 la ley de startups como una de sus medidas para ejecutar durante la presente legislatura.

Durante este último año y medio, durísimo para todos por razones obvias, ha habido escepticismo y pesimismo. Mucha gente nos preguntaba ¿cuándo llega la ley de startups? En la Asociación hemos venido defendiendo a lo largo de 2021 que éramos moderadamente optimistas, y que, a lo largo del año, la veríamos nacer; no estábamos exponiendo un deseo o una intuición, sino que era una frase producto del conocimiento. Sabíamos que iba a ocurrir.

Esto no ha sido producto del alineamiento de astros, ni tan siquiera de la voluntad de este gobierno (al que hay que agradecer haber sido el que ha dado este paso) o de otro. Ha sido el producto de cinco años de trabajo de muchas personas, dentro y también fuera de la Asociación, muchas personas conocidas que han ocupado cargos en las sucesivas juntas directivas, pero también de mucha gente anónima que ha dedicado parte de su tiempo a leer, escribir, a conversar y a hacer otras tareas. No ha habido una sola semana en los últimos cinco años en los que la Asociación no haya hecho alguna iniciativa en pos de este objetivo. Sí, esto es muy lento, sobre todo para personas que están acostumbradas a emprender desde cero o a montar en pocos meses una plataforma exitosa, todo ello a velocidad de vértigo. Pero así funcionan los tiempos en el ámbito político.

Ahora asistimos a un debate público sobre si es necesario o no la ley, sobre si tiene o no sentido definir una startup, sobre cómo se define, sobre si las medidas son escasas o si se quedan muy lejos de las expectativas. Bienvenidos todos los debates. Tan sólo diré que hay algunos de ellos que se van quedado algo caducos, al menos para los que llevamos mucho tiempo trabajando en esta tarea. En mi opinión, el modelo que necesitamos está claro: una ley que reconozca la singularidad de la startup como modelo empresarial, que la defina de manera abierta e inclusiva, que cree un sello startup y que a continuación desarrolle una serie de políticas públicas que le sean de directa aplicación. Estoy convencido de que es la mejor forma de impulsar el ecosistema de startup patrio

No es tan sencillo trasladar directamente ni modelos de ecosistemas de otros países, ni medidas concretas que vemos por ahí; necesitamos fijarnos en otros países, sí, pero para construir nuestro propio modelo. Y esa transposición de medidas exitosas en otras latitudes es lo verdaderamente complejo y difícil. No se trata sólo de conocer qué medidas en favor de las startups han funcionado en otros países, se trata de conocer la estructura socioeconómico, institucional y legal del nuestro, y ver la manera de encajar las piezas del puzzle. Y ahí es donde debemos arremangarnos y ayudar al gobierno en la tarea.

Es el momento de la crítica constructiva, es el momento de poner encima de la mesa informes, datos y argumentos. Y no sólo sobre las variables y KPI´s tradicionales en el sector, sino también sobre la aportación de las startups al conjunto de sociedad en forma de creación de empleo, y en cómo impacta en otros sectores y en las ciudades y territorios de nuestro país. Para influir en la esfera pública hoy en día no vale sólo con contar anécdotas, ni relatar lo que le ha pasado a tu amigo el año pasado. Necesitamos informes, cuanto más sesudos mejor. Si queremos mejorar una medida propuesta pongamos esos datos encima de la mesa, así es como se gana la confianza en los decisores. No podemos pensar que el trabajo está hecho, ni tampoco creer que el anteproyecto de ley va a mejorar por arte de magia, o porque simplemente enviemos a la audiencia pública abierta un documento con nuestra opinión.

La tan añorada ley de Startups ya está aquí. Este es el final de la primera etapa. Creo honestamente que el sector debe felicitarse por este paso. Ahora comienza la segunda etapa: habrá que dedicar en los próximos meses muchas horas a hablar con el gobierno, partidos políticos y sociedad civil para que el anteproyecto acabe convirtiéndose en una ley aprobada por el parlamento con el máximo apoyo posible, y, sobre todo, que sea ambiciosa y esté a la altura del enorme ta-lento de nuestros emprendedores. Como se dice en el argot, todavía hay mucha piedra que picar. De eso va esta profesión de los asuntos públicos. Seguiremos en la tarea.

***Agustín Baeza es director de Asuntos Públicos de la Asociación Española de Startups y coordinador del Grupo de Economía Digital en APRI (Asociación de Profesionales de las Relaciones Institucionales).