La derrota en la campaña de Rusia de 1812 fue el punto de inflexión en la vida y carrera militar de Napoleón Bonaparte. De los 650.000 hombres de la Grande Armée que cruzaron el río Niemen en junio, apenas regresaron 60.000. Solo en las ocho semanas iniciales, las enfermedades, las deserciones y las bajas en combate habían acabado con la mitad del contingente. Además, las heterogéneas tropas del emperador galo estaban menos motivadas y peor abastecidas que en empresas previas. La aparición del "general Invierno" fue solo el golpe final de una guerra funesta que terminaría hundiendo el Imperio francés y cambiando el curso de la historia de Europa.

Pero al otro lado del continente Napoleón se embarcó en un conflicto mucho más farragoso y de desgaste que consumió sus recursos militares: fue la "úlcera española", una "verdadera plaga y la primera causa de las desgracias de la Francia", como confesaría él mismo durante su encierro en la isla de Santa Elena, donde murió en 1821. Un motivo de gran importancia en su caída final, según multitud de historiadores, a pesar de que Ridley Scott no le dedique ni una escena en su esperada película sobre la figura del emperador.

El "ogro corso", que explotó la inestabilidad política y los sentimientos contrarios al primer ministro Manuel Godoy para lanzarse a la invasión de España —movimiento que llevaba barajando desde finales de 1807, cuando ordenó a sus ingenieros que le informasen sobre "las distancias entre las villas, la naturaleza del país y sus recursos"—, sentenció en los últimos días de su vida: "Todas las circunstancias de mis desastres están ligadas a este nudo fatal: ha destruido mi reputación en Europa, complicado mis dificultades y abierto una escuela práctica al soldado inglés: yo he sido el que ha formado al ejército británico en la Península".

'La rendición de Bailén', óleo de José Casado del Alisal. / Museo del Prado

"En muchos sentidos, la ocupación de España fue uno de los errores de cálculo más fundamentales de Napoleón, un error por el que pagó un alto precio", asegura el historiador Alexander Mikaberidze en su monumental obra Las Guerras Napoleónicas. Una historia global (Desperta Ferro). Según el gran experto en el conflicto que asoló Europa durante más de dos décadas, el corso tropezó al pensar que los españoles, pese a su animadversión hacia su familia real, fuesen a mostrar un renovado entusiasmo por el gobierno de una potencia extranjera. Otras causas del fracaso de la ocupación fueron la naturaleza improvisada de la Armée d'Espagne —su reputación de invencibilidad se tornó pronto en su contra— o la decisión temeraria de dividir los contingentes franceses y enviarlos contra varios y muy distantes objetivos entre sí.

La batalla de Bailén fue la peor actuación militar francesa durante las Guerra Napoleónicas, según Mikaberidze. Al menos la derrota más sonada de Francia en tierra firme desde 1973. El emperador montó en cólera y sometió al general responsable, Dupont, a una consejo de guerra y le encarceló durante dos años. "Si pudiese haber vencido en la guerra de España como lo hizo en sus primeras campañas, derrotando al ejército regular del enemigo y ocupando su capital, cabe afirmar —sin duda— que Napoleón habría alcanzado pronto la victoria", apunta Andrew Roberts en su extraordinaria biografía Napoleón. Una vida (Ediciones Palabra).

[La isla española que esconde miles de cadáveres del ejército de Napoleón Bonaparte]

Las guerrillas

El emperador en persona encabezó una fulgurante campaña que acabaría con su entrada triunfal en Madrid a principios de diciembre de 1808. Pero poco después del día de Año Nuevo de 1809, tras haber perseguido en plena ventisca por la sierra de Guadarrama a una fuerza británica liderada por el general sir John Moore, Napoleón fue alertado de una serie de preocupantes movimientos austriacos que aventuraban el estallido de un nuevo conflicto bélico. Entregó el mando de su ejército al mariscal Nicolas Soult y volvió a Francia. Nunca más pisaría suelo peninsular ni mostró inclinación por terminar lo empezado, dirigiendo a distancia a su hermano —"Cometí un gran error al poner al tonto de José en el trono de España", reconocería años más tarde— y a varios comandantes.

Además, las tropas galas se enfrentaron a un gran reto: la guerra de guerrillas, y se lamentaban de que "un ejército invisible se extendía por casi toda España, como una red de cuya malla no podría escapar el soldado francés que por un momento dejara su columna o su guarnición". Estos combates se contabilizan entre las peores experiencias que tuvieron que vivir los integrantes de la Grande Armée.

La retirada francesa de Rusia, según el pincel de Adolph Northern. Wikimedia Commons

El punto álgido de las operaciones francesas durante la Guerra de la Independencia se registró en el invierno de 1809/10. Tras su victoria en el verano en la batalla de Wagram, Napoleón destinó un torrente de refuerzos a la Península Ibérica y ordenó a sus mariscales emprender movimientos ofensivos para restablecer su autoridad. Unos meses después más de 350.000 efectivos galos controlaban buena parte del territorio peninsular. "Napoleón prefirió atarse a la continuación de una guerra que consumía sus mejores tropas, debilitaba su control militar de Europa central y apuntalaba a sus enemigos por todo el continente", resume Mikaberidze.

La determinación de Napoleón de invadir Rusia en junio de 1812 fue a la postre el cambio fundamental en la situación estratégica en la Península. La Armée d'Espagne, que sufrió en total unas 250.000 bajas en España y Portugal, comenzó a ser drenada y decenas de miles de soldados se enviaron al otro lado del continente. Las tropas británicas del duque de Wellington empezaron a cosechar triunfos.

"Uno no puede evitar preguntarse qué habría sucedido si, en lugar de acometer la invasión de Rusia, Napoleón hubiera optado por volver a España en 1812 y, empleando los inmensos recursos de todo el continente (como hizo en Rusia), se hubiera enfrentado a los problemas de la Península Ibérica antes de ocuparse del adversario ruso", lanza Mikaberidze en su libro.

Reformas

"No invado España para poner a un miembro de mi familia en el trono, sino para revolucionarla; para hacer de ella un reinado de leyes, abolir la Inquisición, los derechos feudales y los privilegios excesivos de algunas clases", anunció Napoleón al entrar en Madrid. Al aprobar estas medidas, añadió: "He abolido todo lo que se oponía a vuestra prosperidad y grandeza. Si todos mis esfuerzos son vanos y no respondéis a mi confianza, no tendré más alternativa que trataros como provincias conquistadas. En ese caso, pondré la corona de España en mi cabeza y sabré cómo hacer para que los malvados respeten mi autoridad, puesto que Dios me ha dado la fuerza y la voluntad para superar todos los obstáculos".

'Dos de mayo', un lienzo de Joaquín Sorrolla sobre el levantamiento del pueblo de Madrid contra los franceses. Museo del Prado

No era un farol. El 8 de febrero de 1810 se aprobó otro decreto por el que Aragón, Navarra, Vizcaya y Cataluña pasaron a depender del corso, arrebatando estos territorios del gobierno de su hermano, el rey José I, en el que nunca confió. El 26 de enero de 1812 iría más lejos dividiendo Cataluña en cuatro departamentos que incorporó directamente al Imperio francés. Un aspecto positivo del impacto de las Guerras Napoleónicas fue la Constitución de 1812, mucho más liberal de lo que habría sido en un contexto sin guerra de por medio.