Ni el crecimiento es desarrollo, ni el desarrollo se refiere solo a materia crematística. Sería lo más parecido a esa confusión entre valor y precio, tan de necios, que denunció Quevedo en el siglo XVII y remató Machado en el XX.

En el siglo XXI, Mario Draghi ha realizado su propia reinterpretación. El que fuera presidente del Banco Central Europeo (noviembre 2011-octubre 2019) y presidente del Gobierno de Italia (febrero 2021-julio 2022), ha recordado en su informe El futuro de la competitividad europea el gran valor de Europa hoy. Ha recordado la necesidad de "un plan conjunto de descarbonización y competitividad".

En el informe, publicado en 2024 y sin aparente fecha de caducidad, el valor que adjudica al continente va más allá del proyecto común económico y burocrático. Los fundamentales son "la prosperidad, la equidad, la libertad, la paz y la democracia en un entorno sostenible".

Malos tiempos no sé si para la lírica, pero sí para la estabilidad de los Estados, de esos en los que Draghi siempre pone los visos de esperanza transformadora. Malos para una Europa que algunos se cuestionan.

Buenos tiempos para Draghi, proclamado ganador del premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025 el pasado miércoles 18 de junio en Oviedo, y que recibirá en octubre en la capital asturiana.

Buenos tiempos para él que, lejos de haberse replegado, sigue trabajando con un liderazgo absoluto que defiende que el continente requiere cohesión. Reivindica que "la descarbonización ofrece a Europa una oportunidad para reducir los precios de la energía y liderar en tecnologías limpias".

En su mencionado dossier, que pasará a la historia como el Informe Draghi, deja clara la necesidad de darle la vuelta a las premisas que él mismo define: Europa crece poco, invierte mal y enfrenta el gran riesgo de quedar rezagada en temas tan cruciales como la innovación y la competitividad, ahí donde China o Estados Unidos siguen avanzando.

Son fundamentales sus recetas, entre las que incluye aumentar el gasto, mejorar la inversión y entender que la transición ecológica, a cuya ola hay que subirse sí o también, supondrá costes en tiempo y en espacio.

De hecho, recomienda una inversión cercana al billón de euros al año, "en particular para impulsar la generación y transmisión de energía limpia".

Recuerda que esas inversiones pueden redundar en ahorros energéticos de hogares y empresas. Y que la responsabilidad del Estado, de los Estados, en esta transición es crucial. Pero como dejó claro la justificación del premio Princesa de Asturias, la valía de Draghi va mucho más allá.

Porque en su trayectoria de más de cuatro décadas ha promovido "el multilateralismo, la cooperación entre los Estados miembros y el fortalecimiento institucional y económico de la Unión, así como su papel en la escena global".

Su "haré lo que sea necesario" se convirtió en una especie de grito de guerra. Fueron sus palabras como presidente del Banco Central Europeo cuando contribuyó a la salvación del euro en 2012.

Hoy, sigue guerreando, recordándole al viejo continente que ha de despertar al crecimiento, liderando la transición verde y digital. Son sus apuestas de futuro.

"El crecimiento europeo no puede limitarse a defender el statu quo ni a preservar industrias obsoletas", ha dicho.

Y ha añadido la necesidad de la colaboración público-privada para crecer en energías limpias, redes eléctricas, transporte sostenible, tecnologías climáticas, inteligencia artificial. Todo ello si no queremos quedarnos atrás.

Parafraseando a Einstein o a quien dijera esta frase que a él se atribuye de la "locura que significa seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos", recuerda Draghi que "los desafíos que enfrentamos no pueden ser resueltos con los instrumentos del pasado".

Y habla, más que de regulación, de establecer mecanismos comunes de financiación, como los eurobonos verdes.

El premiado se mueve entre las líneas que marca la economía, las de la política y desde luego las de la sostenibilidad, pasando de unas a otras sin demarcación alguna.

Busca nuevas narrativas que preparen un futuro en el que la sostenibilidad sea vista como una obligación para generaciones venideras y actuales y, desde luego, como oportunidad competitiva.

Es curioso que el mismo año en que España cumple su cuarenta aniversario de adhesión a la Unión Europea, uno de los Premios Princesa de Asturias –el español de mayor prestigio y uno de los más importantes del mundo–, le sea otorgado al epítome del europeísmo.

Su voz se antoja hoy más necesaria que nunca. En realidad, él recuerda los valores fundacionales de la Unión Europea. Apela a la voluntad de la generosidad, esa que se salta las vallas de los egoísmos nacionales para alcanzar una misma meta.

Y va más allá de esas metas hablando de la necesaria regeneración. Para ello se requiere recuperar el liderazgo político. Y en estos momentos tal vez se debería añadir la generación del deseo de ejercer una política digna y responsable.

Pero también ambición presupuestaria. Y, desde luego, cohesión social. Son el crecimiento, la inversión y valores que propone su informe. 

Draghi reivindica el papel de Europa como actor global. Apostar por la sostenibilidad y la descarbonización como brújula podría significar el reforzamiento del continente como referente mundial en la transición ecológica.

Se convierte así él mismo en símbolo de la multilateralidad y la cohesión social, con la legitimidad que otorga esa clase de política incuestionable, donde la democracia, la justicia y la honestidad imponen su ley.

No deja de ser un soplo de aire fresco que mira más allá de Europa. Su legado se proyecta al futuro con valores de crecimiento sostenible, teniendo en cuenta la frase de Frida Kahlo que recientemente escuché a la presidenta de Mediaset, Cristina Garmendia: "Digas lo que digas, eres lo que haces".