Hace algo más de un año pensaba que nunca más tendría que hablar del tema. Una pandemia y muchas publicaciones científicas avalan el sentido común que dicta “si no quieres que algo salga o entre de un espacio, ponle una trampa efectiva”. Lo mismo ocurre con los virus que pueden transmitirse viajando por el aire en pequeñas gotas salidas de un estornudo.

Contra todo pronóstico científico, nuevamente estamos asistiendo a una especie de pelea —un tanto absurda— sobre la necesidad de protegernos de la transmisión de virus respiratorios usando mascarillas en espacios cerrados donde existe una concentración ponderada de personas infectadas.

Como cada año, la estación invernal viene cargada de reuniones en sitios poco ventilados que propician el contagio, a veces exponencial, de cualquier virus respiratorio que aparezca. Por otra parte, la realidad epidemiológica actual, a pesar de la pléyade de virus que danzan entre nosotros, no llega a ser ni de lejos una situación pandémica como para indicar la regulación de fiestas y quedadas, tampoco el uso de mascarillas en esos eventos.

Sin embargo, todo cambia si el lugar a donde acudimos es un centro sanitario. Mientras que en una cena o un cine existe una probabilidad X de contagiarnos porque algunos de los asistentes tengan un virus respiratorio, si el sitio donde estamos es las Urgencias de un hospital, esa probabilidad se multiplicará por un factor apreciablemente mayor que 1.

Ese razonamiento, simple por demás, nos lleva a pensar que el uso de mascarillas en centros sanitarios, por estos días, es una necesidad. Por otra parte, el personal que allí trabaja estará expuesto al contagio durante toda su jornada laboral, ya que el sólo uso de la bata blanca no impide la infección.

De cualquier manera, evitaré quedarme en la apelación al sentido común y buscaré convencerte mostrándote datos sólidos salidos no de uno, sino de 18 estudios científicos donde se incluyeron 189.145 personas que usaron mascarilla facial frente a 173-536 que no. Este metaanálisis tenía como objetivo examinar las pruebas de los ensayos controlados aleatorizados de mascarillas faciales en el contexto de infecciones respiratorias o enfermedades que se propagan a través de mecanismos similares a la Covid-19.

El metaanálisis, publicado por la revista PLOS ONE, ha combinado diversos tipos de estudios que van desde ensayos controlados, estudios de casos y controles hasta estudios de cohortes específicas. El trabajo científico al que me refiero se centró en ensayos aleatorizados realizados en diferentes entornos de exposición tales como hospitales, hogares y comunidades y, algo muy importante, por 18 equipos diferentes de científicos independientes. Por otra parte, y debido a controversias vividas, también se tuvo en cuenta la edad de los participantes.

Los resultados son estadísticamente contundentes: el uso de mascarillas faciales reduce las infecciones respiratorias, en particular cuando la intervención se lleva a cabo en un entorno comunitario y las mascarillas se combinan con una higiene de manos adecuada. Todo ello con independencia de la edad de la persona.

De la misma manera que hace casi cuatro años señalé al Ejecutivo central por decir que las mascarillas no tenían sentido como medida preventiva para frenar la pandemia, hoy avalo —desde la ciencia y alejado de cualquier militancia— el uso de las mascarillas que ha indicado el Ministerio de Sanidad en centros sanitarios.

El uso rutinario de las mascarillas ha sido una práctica frecuente durante décadas en otros países, principalmente en Asia Oriental, como protección contra las alergias, la contaminación, o como cortesía común para proteger a las personas cercanas de un contagio. Quizá sea el momento que en Europa y, específicamente en España, adoptemos este hábito saludable que no nos resta libertad y sí nos proporciona salud.