“Toma ya, esto para quienes aún se atreven a decir que la moda es frívola”, pensé según entraba en un magnífico auditorio del hub tecnológico de la Fundación Once en Madrid. Estoy dispuesta a asumir que se me califique de excesivamente emocional, incluso que se me tilde de ñoña, pero aún siento el impacto de entrar en aquella sala a media luz en la que abundaban las sillas de ruedas. Entraba allí para hablar de moda y derechos humanos y me encontré dando casi un alegato sobre la necesidad de visibilizar las discapacidades.

De pronto me sentí incluso cual política en mis expresiones, aunque intimidada ante el temor de que entre los asistentes hubiera algún invidente, teniendo en cuenta que pensaba acompañar mi presentación de diapositivas y vídeo. Y una vez constatado que no había ninguno, pude tranquilamente demostrar foto por foto cómo la sociedad está no solo aceptando, sino mostrando e incluyendo las que yo prefiero denominar otras capacidades.

Siempre hay quien pone una voz discordante. Siempre quien llama la atención sobre lo que podría denominarse abuso en lugar de buen uso de esas personas, para hacer una llamada de atención sobre las marcas, para hacerles publicidad, en lugar de poner a la persona de otras capacidades en el centro. Muchos lo creen. Podría ser. Pero yo siempre me declaro optimista irredenta, y más bien prefiero destacar el lado positivo de la vida al negativo.

El hecho de que cada vez más mujeres aparezcan en publicaciones, publicidades, series… exhibiendo cuerpos diversos es un ejemplo. El que dejaran de tener éxito publicaciones en las que literalmente se mofaban de celulitis ajenas, kilos de más o de menos, caras con muecas imposibles, una proeza. Que se hayan organizado desfiles de moda inclusiva, para modelos (hombres y mujeres) con movilidad reducida o para personas de baja estatura, con miembros amputados…, un hito.

Que además los lidere una marca española, aunque de nombre inglés, como Free Form Style, y que sus diseñadoras sean dos mujeres, Marina Vergés y Carolina Asensio, y que ese show haya tenido lugar en la última edición de 080 Barcelona Fashion, me resulta estimulante.

Cuando alguien habla en público, percibe el calor y el color del ambiente, que en este caso creí notar de cierto escepticismo. Normal. Si hablamos de inclusión parece que solo exista la talla grande o las personas mayores a las que hay que aceptar e incluir. Y eso, como les conté, ya está en marcha.

Como expliqué, que modelos como Pino Montesdeoca, con sus muchos años y su melena canosa, aparezca en diferentes desfiles de MBFWMadrid es una muestra. Y no es casualidad, sino fruto del compromiso de incluir mujeres mayores en el casting que se ofrece a los diseñadores que participan en la pasarela madrileña.

Tampoco es casualidad que en la edición de septiembre de 2022 ganara el premio a mejor modelo Lorena Durán, la sevillana que arrasa en muchos desfiles y que incluso defendió su cuerpo como ángel de Victoria Secret. O que fuera la protagonista de la campaña de belleza de Gucci Ellie Goldstein, con sus distintivos rasgos Down. O que en su día una marca como Desigual utilizara a la modelo Winnie Harlow con sus signos inequívocos de padecer vitíligo.

No es suficiente.

Como suele ocurrir siempre que das una charla o impartes una clase, entras de una manera y sales de otra. Y yo, que iba con la lección teóricamente aprendida de la moda alineada con la defensa de los derechos humanos a través de la inclusión, aprendí una aún mejor. O dos.

En primer lugar, la de la duda de quienes tienen otras capacidades o enfermedades que les suponen la diferencia. La duda de sentirse utilizados, la que genera ser más un objeto publicitario que un sujeto visibilizador del problema para facilitar el camino hacia la total integración.

En segundo lugar, la dificultad de mostrar lo invisible. Porque en efecto hay problemas físicos obvios para los que algunas marcas tienen o buscan solución. Pero no así la de esas otras discapacidades o enfermedades que requieren que no solo la moda sino la sociedad pare para mirar. Las personas sordas, por ejemplo, cuya apariencia no delata problema alguno y que se sienten incapacitados en las tiendas. No digamos quienes sufren ceguera…

Y en ese sentido me resultó sumamente ilustrativa la presencia de Violeta Zapata en aquel encuentro, ella y su marca Violeta Porté, ella y su empresa Inclutex. Brillante todo. Violeta vestía un pantalón y una camisa, como mil veces yo. Llevaba zapatos con un ligero tacón, como mil veces yo. Y una riñonera, que perfectamente podría haber llevado yo. Con una gran diferencia. A mí me hubiera servido para el móvil y las llaves. A ella para movilizar su día, para abrir o cerrar sus dosis de insulina, cuya bomba portaba.

Y eso aprendí. Que los diabéticos que tienen que acarrear siempre con sus dosis a cuestas encuentran a veces problemas para vestir. No lo había pensado. Y Violeta, que quiere que su Inclutex sea el Inditex de la inclusión, ha buscado fórmulas para llevar la insulina y poder usar un traje ajustado o una lencería digna de novia. Con la bomba pegada al cuerpo sin necesidad de que este o la ropa estallen. Con verdadera sensibilidad y buen gusto, más allá de colores, más allá de tallas. Con el ser humano de verdad en el centro, más ser que consumidor.