Daniel, Jennifer y Gustavo junto a Mónica, terapeuta del centro de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII.

Daniel, Jennifer y Gustavo junto a Mónica, terapeuta del centro de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII. Fundación Juan XXIII

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La familia de Gustavo tuvo que recurrir a un centro de atención temprana: "Mi esposa detectó que no hacía cosas normales"

Después de identificar un desarrollo fuera del rango evolutivo, acudieron al pediatra y les derivaron a la Fundación Juan XXIII. 

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"Fue a su año y ocho meses cuando mi esposa detectó que no hacía cosas normales", recuerda Daniel Gonzales, padre de Gustavo. "Hasta su año nombraba palabras y comía, pero desde ahí fue todo un retraso". 

Junto a su mujer, Jennifer Gálvez, el matrimonio tiene otros hijos de mayor edad y sabían que lo de Gustavo, el entonces pequeño de la familia, no era un desarrollo común. 

"Nos llamó mucho la atención que no hiciera cierto tipo de cosas. Se aislaba y decidimos ir al pediatra", continúa Gonzales. Allí le hicieron estudios neurológicos y, al poco tiempo, llegó el momento del "derrumbe total" al saber que su hijo nunca crecería como el resto de niños neurotípicos. 

"Ese es el luto que guardamos y que, hasta día de hoy, tal vez yo albergo", confiesa Gonzales. Y es que, menciona, resulta complicado ver a otros pequeños avanzar mientras eres consciente de que "la sociedad no está preparada para Gustavo". 

Y así, aun con el duelo por superar y con muchas incógnitas sobre cómo será la evolución de su hijo, Gonzales optó por no dejarse llevar por la corriente que remaba en su contra y tomó la iniciativa de actuar. 

"Cuando nos enteramos, yo ya había buscado muchos centros de atención temprana, porque la Comunidad de Madrid te ayuda, pero hasta que eso llegue tú como padre estás desesperado para ayudar a tu hijo", cuenta a ENCLAVE ODS. 

Daniel Gonzales, padre de Gustavo, en un momento durante la entrevista.

Daniel Gonzales, padre de Gustavo, en un momento durante la entrevista. Fundación Juan XXIII

Sin embargo, la suerte parece que se tornó de su lado por unos instantes y un día caminando por el barrio madrileño de Vicálvaro —donde vive la familia—, Gonzales vio un cartel en el que se podía leer: Centro de Atención Temprana Fundación Juan XXIII.

"Llamé y me dijeron que el siguiente curso abrían y tuvimos la fortuna de que, cuando aportamos la documentación, le dieron la plaza". Ahora, algún tiempo después de ese momento y con Gustavo a punto de cumplir los 6 años —edad límite para recibir estos servicios—, Gonzales asegura que, tanto él como su mujer, están "muy agradecidos" con el centro. 

Si bien Gustavo ya había acudido en otras ocasiones a logopedas, el camino que la fundación ha escogido para hacer frente a esos casos es algo peculiar. Y así lo explica su padre: "Antes no entrábamos a las sesiones, no sabíamos cómo ayudarle o apoyarle. Desconocíamos lo que teníamos que hacer o cómo reaccionar. Aquí nos han enseñado mucho". 

La atención temprana

La Fundación Juan XXIII lleva en marcha 59 años y en 2021 abrió las puertas de su Centro de Atención Temprana en Vilcálvaro. Cuentan con 210 plazas, aunque su intención es acercarse a las 800 en los próximos tres años, y proporcionan atención terapéutica, evaluación y valoración, atención sociofamiliar o dirección y administración

Ofrecen servicios orientados a potenciar y desarrollar al máximo las capacidades físicas, intelectuales y afectivas de niños y niñas, tanto en las primeras etapas de sus vidas como en el resto de su infancia. 

Y es que su objetivo no es otro que prevenir posibles déficits que puedan surgir durante el desarrollo, contemplando a sus familias como sujetos activos de la intervención. 

El público objetivo, cuenta Lorea Fernández-Baldor, directora del centro, generalmente se concentra en niños que tienen una prematuridad. Y lo explica: "Nacen antes del tiempo de gestación y, a lo mejor, pasan un tiempo en la incubadora. Por eso, para terminar esta etapa es conveniente la atención temprana". 

Aunque no son los únicos; tratan con todo tipo de pequeños —de entre 0 y 6 años— que dentro del rango evolutivo tienen una dificultad en su desarrollo de cualquier forma. 

Lorea Fernandez-Baldor Sainz, directora de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII.

Lorea Fernandez-Baldor Sainz, directora de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII. Fundación Juan XXIII

Son patologías que, indica Fernández-Baldor, pueden detectarse con antelación desde el propio hospital o en los centros ambulatorios. Pero también se observan a nivel educativo, cuando acuden a la guardería o empiezan una etapa escolar, o incluso en el propio entorno social, como fue el caso de Gustavo. 

Una vez se detecta algo extraño en alguno de estos tres ámbitos, se solicita una valoración a la Comunidad de Madrid para ver si necesitan o no atención temprana, pudiendo ser derivados al centro de la Fundación Juan XXIII si hay una plaza vacante. 

Un centro 'especial'

En términos generales, explica Fernández-Baldor, la atención temprana se compone de fisioterapia, logopedia, comunicación, estimulación, psicoterapia y psicomotricidad. Eso, dice, es lo que podríamos llamar "el libro blanco" para este tipo de servicios, aunque la fundación ha decidido dar un pasito más allá. 

En este centro, asegura su directora, "existen especialistas de atención temprana, no hay diferencias entre si eres un logopeda o un fisio". E indica: "Hay veces que desde la psicomotricidad, desde la parte física, se llega al lenguaje, o al revés"

Gustavo y Mónica, terapeuta en el centro de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII.

Gustavo y Mónica, terapeuta en el centro de Atención Temprana de Fundación Juan XXIII. Fundación Juan XXIII

En el caso de Gustavo, cuenta su padre, tiene dos sesiones a la semana. Empezaron en el propio centro y, después, desde el entorno familiar, acudiendo a su hogar. "Nos enseñan a cómo ayudarle con el baño o con la comida en el día a día. Nos dan las pautas de cómo podemos hacerlo", explica Gonzales. 

Y esta, dice Fernández-Baldor, ha sido una "diferencia esencial". Y lo explica: "Lo anterior era una cuestión más clínica. Si los padres dejan al niño con el profesional, este hace una intervención solo con el menor. Sin embargo, donde pasa más tiempo es en su entorno, con su familia, en su colegio o en el parque". 

Por eso, desde la Fundación Juan XXIII decidieron dar un giro a esta norma e incluir a las familias en las intervenciones. De este modo, afirma la directora del centro, logran crear "oportunidades de estimulación", consiguiendo un resultado muy diferente y, sobre todo, más positivo para el menor. 

Lo más importante en este proceso es que estén ambos progenitores involucrados, y así lo indica Gonzales: "Favorece el hecho de que estemos los dos, porque aunque mi esposa me diga cómo hacer algo, yo no voy a comprenderlo realmente si no estoy".

Sin embargo, pese al claro impacto positivo que esta acción puede acarrear, aún se ven obligados a enfrentar algún que otro 'reproche' desde lo laboral, porque "no lo entienden, piensan que puede estar solo uno de los dos, como si fuese a acompañarle al médico". 

Evolución en positivo

Ahora, a poco tiempo de cumplir los 6 años, cuando Gustavo tendrá que abandonar este centro, sus padres valoran su evolución como algo "muy positivo". Sobre todo, dice Gonzales, disfrutan al ver cómo su pequeño se relaciona con otros niños e interactúa. "Nos anima mucho a seguir apoyándolo", indica. 

"Él tiene el espectro no hablante, pero ya dice palabras, le entendemos más, trata de hablar… La evolución es en ese sentido, que vemos que un día se va a poder comunicar", explica su padre. Y es que en estos años, desde que la familia comenzó este intrincado camino, Daniel y Jennifer han podido ser testigos de cómo su hijo, poco a poco, les entiende y comprende. 

Daniel y Jennifer, padres de Gustavo.

Daniel y Jennifer, padres de Gustavo. Fundación Juan XXIII

Actualmente, trabajan para introducir el método digital que, pese a que las nuevas tecnologías en ocasiones son perjudiciales para el desarrollo de los niños, en la situación de Gustavo están seguros de que será "algo positivo". 

El próximo reto al que tendrá que hacer frente la familia es decidir qué rumbo tomará el pequeño cuando alcance los 6 años, pero confían en el apoyo de la fundación. "Nos guiarán para saber qué camino tomar de acuerdo a las necesidades que tenga Gustavo para poder complementar su desarrollo", asegura Gonzales. 

Y es que, si algo tiene claro la familia, es que tan solo piden una vida "normal" para su hijo, donde se pueda relacionar mucho. "Sabemos que llegará a hablar, que es la preocupación que teníamos, pero nos gustaría que pueda defenderse en esta vida, que ya es difícil para una persona neurotípica".  

Por su parte, la Fundación Juan XXIII, concluye Fernández-Baldor, busca poder seguir ofreciendo estos servicios que consideran fundamentales. E indica: "Un niño que es tratado en la infancia de 0 a 6 años marca la diferencia entre que pueda leer y escribir y que pueda acceder a un centro de formación".