
María Teresa Vicente ha sido recientemente galardonada en los Premio Internacional Optimistas Comprometidos con el Pensamiento Sostenible. Cedida
María Teresa Vicente, ganadora del 'Nóbel verde', sobre el Mar Menor: "Darle derechos a la naturaleza es hacer la paz"
Hace escasas semanas ha sido galardonada con el Premio Internacional Optimistas Comprometidos con el Pensamiento Sostenible.
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Todo empezó cuando el Mar Menor, una laguna salada en el sureste de España, comenzó a mostrar signos de colapso. En 2016, las imágenes de aguas convertidas en una "sopa verde" por la proliferación masiva de algas y la ausencia de oxígeno dieron la vuelta al país.
En 2019 y 2021, miles de peces muertos aparecieron en sus orillas. El ecosistema se ahogaba por el exceso de nitratos procedentes de una agricultura intensiva sin control.
Frente a esta tragedia, algo se activó en el corazón de miles de personas. La ciudadanía, los científicos, los movimientos ecologistas y también algunas instituciones entendieron que se había cruzado una línea. Y entonces, una idea revolucionaria empezó a germinar: reconocer al Mar Menor como sujeto de derechos.
El pasado 11 de junio, día en el que hacíamos esta entrevista, durante la Conferencia de los Océanos de Naciones Unidas en Niza, se anunció el reconocimiento del Mar Menor como una de las Iniciativas Emblemáticas de Restauración Ecológica del mundo.
Se trata de un reconocimiento a una movilización histórica: desde la ciudadanía hasta las instituciones, pasando por la comunidad científica, todos unidos frente al drama ecológico que amenazaba la supervivencia de esta laguna única en Europa.
La presión social, el dolor colectivo y la acción política transformadora han logrado lo que parecía imposible: convertir al Mar Menor en el primer ecosistema europeo con personalidad jurídica.
En el corazón de esta revolución está María Teresa Vicente, titular de Filosofía del Derecho y directora de la cátedra de Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza de la Universidad de Murcia.
Su lucha constante fue el detonante de una Iniciativa Legislativa Popular que reunió 639.826 firmas y se convirtió en ley en 2022, Ley 19/2022, de 30 de septiembre, de Reconocimiento de personalidad jurídica a la laguna del Mar Menor y su cuenca, BOE 3 de octubre, núm. 237. Esa ley reconoció al Mar Menor como sujeto de derechos, algo inédito en Europa.
Vicente ha sido reconocida internacionalmente con el Premio Goldman, conocido como el "Nobel Verde", por su valentía y visión y hace escasas semanas con el Premio Internacional Optimistas Comprometidos con el Pensamiento Sostenible, galardón que le fue entregado en el Museo Reina Sofia por la periodista Charo Izquierdo y la directora de comunicación de Signus, Isabel Rivadulla.

María Teresa Vicente recoge el Premio Internacional Optimistas Comprometidos de la mano de Isabel Rivadulla y Charo Izquierdo. Cedida
Su historia es la de una mujer que no se rindió ni cuando la tachaban de utópica, ni cuando su salud se resquebrajaba por la presión. Hablamos con ella sobre el momento actual, los desafíos superados y el sentido profundo de una lucha ecológica que ya es símbolo global.
Porque la historia de María Teresa Vicente y del Mar Menor no es solo una victoria jurídica: es una nueva narrativa para el mundo. Un relato donde la ciudadanía puede cambiar leyes, donde los ecosistemas tienen voz y donde la Tierra, por fin, empieza a ser tratada como sujeto, no como objeto. Como ella dice: "Darle derechos a la naturaleza es empezar a hacer la paz".
Este es un paso hacia la paz entre la humanidad y la Tierra
Pregunta: ¿Cómo te sientes hoy, después de que la ONU haya reconocido el Mar Menor como iniciativa emblemática de restauración?
Respuesta: Me siento como si este día fuera la continuación de un camino que empezó cuando Naciones Unidas nos llamó por primera vez. Muy poca gente sabe que desde el inicio, cuando parecía que nadie creía en nosotros, ya nos estaban acompañando. Ahora, en la Cumbre de los Océanos, han reconocido públicamente ese apoyo. Es un paso muy importante.
Además, este movimiento nos une en torno a una causa que no va en contra de nada, sino que suma. Los derechos de la naturaleza buscan el equilibrio entre explotado y explotador. Esa ha sido siempre la línea de la justicia humana: primero fue el obrero, luego la mujer, luego los indígenas... Y ahora la naturaleza, que es la más explotada de todas. De ella depende la vida.
¿Qué ha significado para ti este recorrido personal desde 2019?
Me siento agradecida por haber tenido la oportunidad de contribuir a que se reconozca a la naturaleza como sujeto de derechos. Para mí, es un sentido profundo de la vida. Y además, esta lucha ha sido compartida por una mayoría que no es ni política, ni intelectual, ni empresarial: ha sido el pueblo.
Esto no es ya una teoría filosófica ni jurídica: es una realidad jurídica. Y eso da esperanza. Porque cuando se otorgan derechos a la naturaleza, el derecho cambia las cosas mucho más rápido que cualquier otra herramienta.
¿Te ha dado miedo en algún momento? ¿Pensaste en abandonar?
Nunca. He sufrido, he pasado momentos difíciles. El estrés me afectó mucho cuando ya habíamos logrado la sentencia del Constitucional. Creí que no iba a poder estar en la tutoría del Mar Menor. Pero abandonar nunca. Si un día no puedo físicamente, será superior a mí. Pero nunca me ha faltado la convicción de que esta lucha era necesaria.
Los derechos de la naturaleza cambian la mirada: somos uno con la Tierra
¿Qué aporta el caso del Mar Menor al debate internacional?
Muchísimo. Nos enseña que las fronteras son un invento absurdo cuando hablamos de ecología. Las fronteras no pueden frenar ni la contaminación ni el cambio climático ni la pérdida de biodiversidad. La ecología nos demuestra que somos uno. No es cuestión de bondad, sino de realidad.
Además, la lucha del Mar Menor muestra que la ciudadanía puede cambiar las leyes. No hace falta ser experto en derecho ni en biología. El sentido común, la justicia de base, nos ha llevado hasta aquí. Y esto es una lección para el mundo entero.

María Teresa Vicente recibe el Premio Internacional Optimistas Comprometidos. Cedida
¿Cuáles han sido los mayores obstáculos que has encontrado, legales y políticos?
El mayor obstáculo no ha sido ni político ni técnico: ha sido intelectual. En Europa, los derechos de la naturaleza han venido desde la filosofía del derecho. En América Latina desde el pensamiento indígena. Pero durante años, estudiar justicia ecológica estaba prácticamente prohibido en la universidad.
Cuando propuse mi tesis, me dijeron que eso era una locura, que jamás sería titular de Filosofía del Derecho si seguía por ese camino. Era una lucha de poder, no solo intelectual. Pero insistí. Y con apoyo de algunos catedráticos, conseguimos abrir el debate. Mi tesis fue cum laude, y publicamos varios libros.
Luego vino el momento político, que fue muy duro también. Pero curiosamente, no fue tan doloroso como esa primera lucha solitaria. Cuando la ILP empezó a caminar, el pueblo se adueñó de la causa. Y entonces ya supe que lo íbamos a lograr.
¿Cuál fue el momento más emocionante de esta lucha?
Sin duda, el día que se votó en el Congreso y en el Senado. Cuando vimos que la votación era verde, verde, verde... Todos los partidos, menos uno, votaron a favor. Y cuando terminó, los diputados se levantaron y aplaudieron a los que estábamos en la tribuna del pueblo. Fue un momento mítico.
¿Qué lección te deja todo este proceso?
Que el sentido común y la justicia de base pueden mover montañas. La gente entendió instintivamente que la naturaleza debía tener derechos. No hacía falta haber estudiado justicia ecológica. Era sentido común, justicia de lo común. Y eso me reconforta mucho.
El Mar Menor hoy es sujeto de derechos: eso cambia el paradigma legal
¿Cómo está hoy la situación legal del Mar Menor?
No hay ninguna contradicción entre el derecho ambiental y los derechos de la naturaleza. Lo que pasa es que ahora el Mar Menor es un sujeto de derechos, como lo es una persona.
Antes, si había un daño, el fiscal podía decidir no acusar, y entonces el caso se cerraba. Ahora, el juez puede llamar al Mar Menor como sujeto dañado y darle la posibilidad de defenderse. Eso cambia todo.
Por ejemplo, uno de los casos está ahora en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en Estrasburgo. Otro ya tiene juicio oral fijado para mayo de 2026. Y será el Mar Menor quien estará allí, como acusación particular. Eso antes era impensable.
El Tribunal Constitucional en su sentencia ha sido clarísimo —Recurso de inconstitucionalidad nº8583-2022, contra la Ley 19/2022, de 30 de septiembre, para el reconocimiento de personalidad jurídica a la laguna del Mar Menor y su cuenca promovido por el Grupo Parlamentario VOX—.
Ha decidido desestimar íntegramente el recurso de inconstitucionalidad; ha dicho que todos los artículos de la ley 19/2022 son constitucionales; que esta ley que da personalidad jurídica a un ecosistema y le reconoce derechos propios es pionera en Europa, y que el art. 6 de la Ley legitima además a cualquier persona física o jurídica a presentar acción judicial (y también administrativa) en nombre del Mar Menor, que será la verdadera parte interesada.
"Se trata de una especie de poder general universal, conferido ex lege para actuar en interés de la nueva persona jurídica". Asumiendo el legislador, un traslado de paradigma de protección desde el antropocentrismo más tradicional, a un ecocentrismo moderado.
Es un cambio de paradigma. Ahora, cualquier empresa tiene que pensar que antes que sus intereses están los derechos del ecosistema del que forma parte.

María Teresa Vicente en un momento durante su intervención tras recibir el premio. Cedida
¿Qué mensaje le darías hoy al propio Mar Menor?
Que siga siendo nuestra laguna mágica. Nos ha abierto puertas que parecían imposibles. En momentos de desesperanza, siempre ha surgido un camino. Detrás de cada avance, el espíritu del Mar Menor nos ha impulsado.
¿Qué lecciones aporta el caso del Mar Menor a nivel internacional?
Aporta muchísimo. Sobre todo nos enseña que el ecosistema gobal es la biosfera y ella no entiende de fronteras. No se puede justificar que un país contamine y otro sufra las consecuencias.
Los polos, los océanos, el aire, los ecosistemas... todo está interconectado. La lucha por las fronteras, por separar a los seres humanos, es una batalla perdida en el terreno ecológico.
Por eso es tan importante este movimiento. Los derechos de la naturaleza nos obligan a mirar la Tierra como un todo. No somos uno por bondad, sino por realidad. Y si no entendemos eso, vamos a seguir creando injusticia y destrucción.
¿Cómo ves este movimiento en el contexto europeo y global?
Muy fuerte. Ahora mismo, muchos países están llamando para pedir consejo, porque sus ecosistemas están colapsando. En Irlanda, por ejemplo, quieren proteger su lago más querido. En otros países, son los ríos, los bosques...
Y Naciones Unidas ya nos está apoyando. De hecho, la ONU tiene el mandato de promover una Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza. La Comisión Europea tiene un estudio muy interesante: "Towards an EU Charter of the Fundamental Rights of Nature", que apuesta por derechos de la naturaleza para Europa.
Este movimiento es imparable, porque responde a una necesidad profunda: la humanidad no puede seguir sobreviviendo con el viejo modelo de acumulación (poder) y de consumo ilimitado. Tenemos que cambiar nuestra relación con la Tierra.
A los jóvenes les diría que no repitan el derecho que ya existe: que lo transformen
¿Qué mensaje le darías a las nuevas generaciones, a los juristas comprometidos?
Les diría que el derecho no está para repetir lo que ya existe, sino para transformar el mundo.
Muchos jóvenes me preguntan en los seminarios: "¿Qué podemos hacer?". Yo les digo: estudiad el Derecho, comprendedlo bien, y luego atreveos a ir más allá. No os resignéis.
El movimiento de los derechos de la naturaleza demuestra que se puede cambiar el paradigma. Y los jóvenes tienen que ser parte de ese cambio.

¿Cómo ves el futuro?
Lo veo con el Mar Menor recuperado. Lo veo con la gente más consciente, con una ciudadanía que ha aprendido que la naturaleza también es sujeto de derechos.
Cada vez leo más novela y menos periódicos, porque muchas veces los medios solo nos muestran lo peor. Pero yo quiero imaginar un futuro donde la política no sea armas, muerte, dinero y poder, sino vida, respeto y justicia. Ese es el futuro que deseo.
¿Un sueño?
Vivir en un rincón donde la naturaleza sonría. Un lugar donde la naturaleza esté feliz. Y donde las ciudades sean humanas, donde no haya jóvenes viviendo en la calle. Ese es mi sueño.
Hoy, el Mar Menor ya no es solo una laguna en el mapa: es una voz que interpela al mundo. Y María Teresa Vicente, esa jurista que soñó lo imposible, ha demostrado que cuando la justicia se alía con la conciencia, incluso la naturaleza puede recuperar su lugar en la ley… y en el corazón de una sociedad.
Porque reconocer los derechos de la Tierra no es un gesto simbólico: es una forma urgente de reconciliarnos con ella. Y como ella misma nos recuerda: "Darle derechos a la naturaleza es empezar a hacer la paz", porque la paz es el mejor medicamento contra el cambio climático.