
María Perles, la bióloga que dio la vuelta al mundo sin subirse a un avión. Cedida
María Perles dio la vuelta al mundo sin aviones: "Los horrores de la guerra me impactaron profundamente"
Inspirada por un libro que leyó durante su adolescencia, decidió dejarlo todo y embarcarse en una aventura que acabó durante más de 900 días.
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Cuando María Perles comenzó a estudiar ciencias ambientales en Alemania, poco se imaginaba lo que iba a ser su vida de ahí a unos años.
Después de hacer un doctorado y un máster en el país germano, y de trabajar duramente en el campo de la investigación durante cinco años, quiso ver por fin "todo aquello que llevaba años estudiando".
Decidió que la mejor manera de hacerlo sería viajando. "Quería que fuera un viaje largo", comienza contando a ENCLAVE ODS, en un intento de condensar lo que finalmente acabó siendo una travesía de más de 900 días.
Todos sus ahorros se convirtieron en el combustible de una aventura extraordinaria que la llevaría desde Leipzig hasta Alicante, pasando por veleros, trenes transiberianos, ferris del Pacífico y caravanas del desierto de Gobi. La única condición que se puso, fue no coger ni un sólo avión.
Tenía 33 años cuando emprendió su viaje, inspirada por un libro que leyó en su adolescencia y acompañada por las botas de montaña que su abuela usaba en sus expediciones geológicas décadas atrás. Y ahora, con 35, ha demostrado que es posible dar la vuelta al mundo sólo por tierra y mar.
Una vida de mujeres y ciencia
La historia de María Perles podría describirse como una vida marcada por tres generaciones de mujeres científicas.
Sus pasos en las ciencias ambientales siguieron la tradición familiar: tanto su madre como su abuela son biólogas, estableciendo un linaje de investigadoras que ha "marcado profundamente" su trayectoria.
Durante su formación académica en Alemania, donde realizó un doctorado sobre un bosque subtropical chino, y tras completar su trabajo de fin de máster en Kirguistán, Perles acumuló no solo conocimiento científico, sino también los ahorros que más tarde se convertirían en el presupuesto de la "aventura de su vida".

Maria Perles durante su viaje de más de 900 días. Cedida
El punto de partida fue Leipzig, la ciudad alemana donde había construido su vida académica durante los últimos años. Con los ahorros acumulados de los cinco años de trabajo en Alemania, emprendió un viaje en tren hacia España que marcaría el inicio de esta travesía.
La decisión de evitar los aviones no era caprichosa: respondía a la inspiración de un libro que había leído durante su adolescencia, donde se narraba una vuelta al mundo utilizando únicamente medios de transporte terrestres y marítimos.
Las Islas Canarias se convirtieron en el verdadero punto de inflexión de su aventura. Allí, su sueño personal se fusionó con el de su amiga María, quien había planeado cruzar el Atlántico en velero.
Esta confluencia de objetivos transformó lo que había comenzado como un viaje individual en una experiencia compartida, en la que el resto veía "una auténtica locura".
Cruzando océanos
La Navidad de 2022 encontró a las dos Marías navegando como tripulantes del velero Topaze, rumbo a Cabo Verde. El océano Atlántico se extendía ante ellas como una inmensa alfombra azul que las separaba del continente americano.
En enero de 2023 zarparon hacia Brasil, llegando finalmente al puerto de Recife, donde pisaron suelo americano después de semanas de navegación.
La urgencia de reunirse con una tercera amiga en Argentina y llegar a la Patagonia antes del invierno austral las impulsó a recorrer todo Brasil en autobús. Más de 50 horas de viaje terrestre las llevaron hasta las cataratas de Iguazú, donde cruzaron la frontera hacia Argentina.

Maria Perles, en mitad del viaje, haciendo autostop. Cedida
El viaje por América del Sur se caracterizó por la constante separación y reencuentro con compañeros de aventura. Perles se separó de sus amigas para llegar hasta Ushuaia, el fin del mundo, y desde allí inició su recorrido hacia el norte por Chile.
Un ferry la llevó hasta Caleta Tortel, donde conoció a Antoine, quien se convertiría en su compañero de viaje para recorrer la carretera austral haciendo autoestop.
Recién llegada a Chile, visitó amigos de Leipzig que habían establecido sus vidas en territorio chileno, y se reencontró con María en Mendoza para continuar juntas por el valle del Elqui y el desierto de Atacama.
Fue precisamente en este desierto, uno de los más áridos del mundo, donde Perles logró fotografiar por primera vez la Vía Láctea, capturando en una "imagen la inmensidad del cosmos" que se desplegaba sobre ellas.
Del desierto pararon a la selva, donde Bolivia y la biodiversidad amazónica reveló todo su esplendor: la joven pudo observar delfines rosados, cocodrilos y monos, mientras aprendía sobre los remedios naturales que las tribus indígenas han utilizado durante siglos.
El desafío del Pacífico
El recorrido por Colombia representó otro capítulo de reencuentros. Perles se reunió con dos amigas más en la zona del eje cafetero, donde viajaron juntas durante dos semanas.
Su compromiso le llevó a permanecer en Colombia el tiempo suficiente para ejercer su derecho al voto en las elecciones generales españolas.
Panamá presentó el gran interrogante logístico del viaje: cómo cruzar el océano Pacífico sin utilizar aviones. La solución llegó "gracias a Carla Llamas", una reconocida viajera y periodista de viajes, quien le informó sobre un crucero de reposicionamiento que partiría desde San Francisco en un mes.

Maria Perles y amigos, durante el viaje. Cedida
Esta información desencadenó una carrera contrarreloj a través de todo Centroamérica y México, un recorrido que le llevó a visitar amigos, explorar selvas, presenciar volcanes en erupción y pasar largas horas en autobuses.
El crucero de un mes se convirtió en unas "vacaciones dentro de sus vacaciones". Con habitación y baño propio, Perles navegó por el Pacífico visitando Hawái, Tahití y Samoa Americana.
Nueva Zelanda marcó otro reencuentro significativo con Claudia, otra amiga que se había sumado a partes específicas de la aventura. Juntas se embarcaron en un crucero hacia Australia, donde recorrieron toda la costa este del continente.
Sin embargo, la temporada de lluvias australiana obligó a Perles a una pausa forzosa "pero enriquecedora". Sin barcos disponibles hasta la época seca, consiguió trabajo en un café en Townsville, donde permaneció mes y medio.
El archipiélago de las especias
El final de la temporada de lluvias coincidió con una nueva oportunidad de navegación. "Un capitán del barco Taloa ofrecía pasaje hacia Indonesia", recuerda, justo cuando se cumplían los tres meses del visado australiano de Perles.
La navegación desde Cairns hasta Tual, en las islas Kei de Indonesia, representó una de las etapas más aventureras del viaje.
Durante tres meses de navegación, Perles asistió al festival de la independencia de Timor Leste, recorrió la isla de Flores en motocicleta con James y navegó por el Parque Nacional Komodo.
Tras dejar el Taloa en Lombok, continuó su ruta utilizando ferris hasta llegar al continente euroasiático en Singapur.
Reencuentros en Asia
El sudeste asiático ofreció nuevas oportunidades de compañía. Una amiga la visitó en Malasia durante un par de semanas, explorando juntas montañas, islas, el legado colonial portugués, campos de té y templos.
El reencuentro con un amigo gallego que había conocido en Medellín le llevó hasta Hong Kong, donde vivió uno de los momentos más emotivos del viaje.
La llegada de su madre a Hong Kong, pisando Asia por primera vez para verla después de año y medio de separación, representó un momento "muy especial" —rememora Perles— de la aventura.
Juntas viajaron en trenes de alta velocidad por China, vieron pandas en Chengdu y exploraron la China imperial en Xi'an y Beijing. Esta reunión familiar en territorio asiático simbolizó la conexión entre las raíces y la aventura.

Maria Perles y su madre, en su reencuentro en Asia. Cedida
Mongolia desafió a Perles con nuevas experiencias límite. Practicó fotografía nocturna en las yurtas del desierto de Gobi y desbloqueó un nuevo medio de transporte realizando una larga travesía a caballo para conocer a los pastores de renos.
El transiberiano la llevó hasta el lago Baikal y las montañas de Altai, donde el bloqueo económico ruso la obligó a hacer autostop, ya que no podía usar tarjetas bancarias y nadie le cambiaba sus tugriks mongoles.
Fronteras extremas
El reencuentro con un buen amigo suyo en Uzbekistán marcó el inicio de la exploración de Asia Central. Juntos recorrieron las antiguas capitales de la ruta de la seda y fotografiaron la Vía Láctea sobre el cementerio de barcos del mar de Aral. En Tayikistán, alquilaron un vehículo 4×4 con otras personas para recorrer la carretera del Pamir.
La aventura en Asia Central alcanzó momentos extremos. Visitaron un mercado afgano, numerosas termas y un observatorio soviético abandonado.
El cruce de frontera hacia Kirguistán requirió caminar más de 20 kilómetros por la nieve cargando todas sus pertenencias, ya que no pasaban vehículos por la zona.
El recorrido por Oriente Medio comenzó con el paso de Rusia a Georgia, donde se reunió con más amigos. Armenia y Turquía la conmovieron especialmente por la historia y la hospitalidad kurda.
Irán, Omán y Arabia Saudita completaron una ruta que le llevó hasta Riad justo el día en que comenzaba el Ramadán.
Kuwait requirió una espera de varios días para obtener el visado para Irak, donde celebró uno de los iftares más auténticos de su experiencia. En Irak navegó por las marismas de Mesopotamia, visitó el santuario de Karbala y se reencontró en Bagdad con un amigo libio que había llegado allí caminando.
Sin embargo, sabía que no estaba en un contexto de paz. La joven asegura que "los horrores de la guerra en Mosul" le "impactaron profundamente". Pero en tono de resiliencia, decidió tatuarse en el Kurdistán iraquí un símbolo feminista.
El regreso a Europa
Turquía sirvió como puente hacia el regreso a Europa. Un ferry hacia la isla de Chios marcó su reingreso a la Unión Europea. Los Balcanes e Italia completaron el recorrido continental antes del trayect final desde Alicante, su ciudad natal, donde se cerró el círculo de su vuelta al mundo sin aviones.
La aventura de Perles trasciende el aspecto puramente viajero. Su interés por la historia, la política y los movimientos sociales la llevó a participar en numerosos encuentros de la Ruta Quetzal, donde conoció a muchas de las personas que pudo reencontrar durante su vuelta al mundo.
Pero con su vuelta al mundo completada, Perles tiene clara su intención de "regresar a la investigación en ecología".
Las experiencias vividas, desde la observación de ecosistemas únicos hasta el contacto con comunidades indígenas y sus conocimientos sobre la naturaleza, han enriquecido su perspectiva científica de manera inconmensurable.