El cambio climático ya no es una amenaza distante: es una realidad que golpea a Iberoamérica y, en medio de la adversidad, se abre también una oportunidad: ofrecer una respuesta colectiva a través de la integración y la educación en la COP30, que se celebrará en noviembre de 2025 en Belém do Pará, Brasil.

Desde 1850, casi el 70% de las emisiones acumuladas de dióxido de carbono provienen de un grupo reducido de países industrializados del G20.

Mientras tanto, el 75% de la población mundial que vive en países en desarrollo es quien sufre con mayor intensidad las consecuencias: sequías prolongadas, pérdida de biodiversidad, inundaciones y desplazamientos masivos.

En 2015, el Papa Francisco lo resumió con claridad en la encíclica Laudato si: existe una "deuda ecológica" entre el Norte y el Sur, producto de desequilibrios comerciales y del uso desproporcionado de recursos naturales por parte de unos pocos.

Ese mismo año, el Acuerdo de París reconoció esa desigualdad bajo el principio de "responsabilidades comunes pero diferenciadas", comprometiendo a los países desarrollados a financiar la adaptación de los más vulnerables.

La brecha, sin embargo, sigue abierta. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que los países en desarrollo necesitarán entre 215.000 y 387.000 millones de dólares anuales en esta década solo para cubrir sus costos de adaptación.

Paradójicamente, según datos de la OCDE, la Ayuda Oficial al Desarrollo global en 2024 fue de 212.000 millones: menos de la mitad de lo que se había prometido (0,70% del PIB), alcanzando apenas el 0,33% del PIB de los donantes.

El cambio climático no solo es una amenaza ambiental: también condiciona el desarrollo económico. Sequías e inundaciones ponen en riesgo la producción y el empleo en una región ya sobreendeudada y con bajo crecimiento económico.

Según la UNCTAD, los países emergentes destinan en promedio un 2,4% de su PIB al pago de intereses de deuda externa, más de lo que invierten en adaptación climática (2,1%). Este desequilibrio refleja cómo el sur global paga una deuda financiera al tiempo que soporta los costos de una deuda ambiental que no generó.

Ante este panorama, Iberoamérica se encuentra en un punto de inflexión: o asume un rol de liderazgo en el futuro del planeta o queda relegada a seguir sufriendo las consecuencias del cambio climático.

Aunque representa menos del 9% de la población mundial, concentra cerca de la mitad de la biodiversidad y casi el 60% de los bosques primarios del mundo.

Además, posee alrededor del 60% de las reservas globales de litio y cerca del 50% de las de cobre, minerales estratégicos para la transición energética, y un potencial extraordinario para liderar la producción de hidrógeno verde gracias a sus abundantes recursos renovables.

Así, la COP30 será una cita decisiva. Desde la Amazonía, Iberoamérica tiene la oportunidad de hacer oír su voz colectiva y proponer soluciones basadas en la integración regional y la educación ambiental.

Unidas, nuestras naciones pueden sumar fuerzas en las negociaciones internacionales, reclamar un financiamiento justo y exigir el reconocimiento de la deuda ecológica.

La cooperación horizontal también facilita el intercambio de saberes, tecnologías apropiadas y conocimientos ancestrales entre países con desafíos comunes, y genera economías de escala para avanzar en la transición energética, infraestructura verde y cadenas productivas sostenibles.

En este contexto, con más de 75 años de trayectoria, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) es el organismo decano de la cooperación Sur-Sur en la región y el mejor posicionado para liderar este esfuerzo.

Como resume su secretario general, Mariano Jabonero: "Los grandes desafíos de nuestro tiempo —la pobreza, la desigualdad, la violencia o el cambio climático— no pueden resolverse en soledad, sino a través de la cooperación, el multilateralismo y el desarrollo sostenible".

Gracias a esta trayectoria, la OEI será coorganizadora de la COP30 en alianza con el Gobierno de Brasil. En ese marco, presentará en Belém, Iberoamérica Viva, un espacio interactivo que funcionará como plataforma central de la cumbre.

Allí confluirán paneles, talleres, diálogos culturales y presentaciones de proyectos que conectan directamente la educación, la ciencia, la cultura, las lenguas y los derechos humanos con la acción climática.

El objetivo es poner en valor los saberes regionales y su aporte a soluciones globales, al tiempo que se celebra la biodiversidad y la riqueza cultural que distinguen a Iberoamérica como región.

Y es que sin integración regional y sin políticas educativas que generen conocimiento y valor agregado local, la transición energética puede convertirse en una nueva forma de dependencia.

La COP30 debe servir como escenario para que Iberoamérica se presente no solo como proveedora de materias primas, sino como creadora de soluciones tecnológicas sostenibles.

En este sentido, la OEI ha publicado el informe 'El Estado de la Ciencia 2022', subrayando que la región cuenta con ventajas comparativas en recursos estratégicos como el litio o el potencial del hidrógeno verde, que podrían posicionarla como protagonista en la carrera global hacia la descarbonización.

La educación ambiental es la base para formar ciudadanos capaces de comprender la crisis y actuar frente a ella. La cultura, por su parte, ofrece lenguajes comunes y narrativas que movilizan a la sociedad.

Por eso, desde la OEI se han impulsado acciones educativas y culturales que permiten que la diplomacia climática iberoamericana no solo se negocie en salas de conferencias, sino que se viva en las aulas, universidades y comunidades.

Construir ciudadanía ambiental requiere currículos que integren sostenibilidad, programas de movilidad académica que fortalezcan la investigación aplicada, y expresiones culturales que sensibilicen sobre la urgencia de proteger el planeta.

También es momento de proponer que los mecanismos de reestructuración de deuda incluyan educación y justicia climática como componentes reparadores.

Iberoamérica puede demostrar que la integración regional, la educación, la ciencia y la cultura no son temas accesorios, sino el corazón de una respuesta efectiva al cambio climático.

La integración iberoamericana es hoy más necesaria que nunca porque una respuesta unificada nos permite abordar proyectos de gran escala que, de otra forma, serían imposibles.

Reconocer la deuda ecológica, apostar por la cooperación Sur-Sur y avanzar hacia una transición energética justa son pilares de una estrategia común.

La COP30 no es solo una cumbre climática: es una oportunidad histórica para mostrar que, cuando se unen educación y la cooperación, Iberoamérica puede liderar con un mensaje claro al mundo: un futuro más justo y sostenible es posible.

*** Diego Filmus es responsable de Proyectos Nacionales, Cooperación e Innovación y Fiorella Krysztopyan es técnica de Cooperación e Innovación en la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) en Argentina.