El 21 de abril se celebra el Día Mundial de la Innovación, algo que tiene mucho que ver con el trabajo de Acción contra el Hambre, siempre apoyado en la evidencia científica y la innovación constante. Como médica de esta organización, llevo años trabajando con comunidades muy vulnerables y empobrecidas. Por eso entiendo que innovar no es únicamente utilizar nuevas tecnologías e intervenciones complejas, sino aplicar ideas creativas y enfoques novedosos que se adapten cultural y socialmente a los contextos en los que intervenimos.

Un ejemplo claro de esta innovación desde lo cotidiano lo encontramos en la intervención para casos de desnutrición aguda severa infantil (SAM, por sus siglas en inglés) a través de agentes de salud comunitaria, reconocida en 2023 por la Organización Mundial de la Salud como un modelo recomendado para el tratamiento de la SAM.

Llevar el tratamiento allí donde se necesita

Todo empezó en 2014. Por entonces, un grupo de personas que trabajábamos en proyectos de desnutrición infantil, nos sentíamos frustradas e indignadas. Cada año, en los países de África y Asia en que trabajábamos, solo conseguíamos tratar al 30% de menores con SAM, a pesar de existir y estar disponible un tratamiento eficaz, que curaba ya entonces más del 90% de casos.

La SAM es la forma más grave de desnutrición. Los niños y niñas que la padecen tienen una probabilidad de morir nueve veces mayor que quienes cuentan con una buena nutrición. Actualmente, 13 millones de menores sufren este tipo de desnutrición, que se relaciona con el 45% de las muertes en menores de 5 años.

Sin embargo, existe un tratamiento específico para curarla: un alimento terapéutico con todo el contenido necesario en proteínas, grasas y vitaminas. Para ello, las personas responsables de los cuidados de los niños y niñas, en su mayoría las madres, tienen que desplazarse una vez a la semana, durante 8 semanas consecutivas, hasta el centro de salud, ya que es allí donde este alimento está disponible.

¿Por qué entonces solo tratábamos al 30% de los casos? En los lugares donde viven los y las menores afectados, las familias se enfrentan a un problema de acceso geográfico y económico a los servicios de salud. La mayoría están a más de 5 km de los centros sanitarios, por lo que las mujeres tienen que desplazarse más de una hora caminando con sus hijos e hijas enfermos, o bien pagar un transporte, algo que muchas veces no se pueden permitir. Todo esto unido al riesgo que supone la ruta de ida y vuelta en contextos de conflicto e inseguridad.

Por eso en 2014 decidimos trabajar de una forma innovadora con los y las agentes de salud comunitarios. Estas agentes, en su mayoría mujeres, viven en la propia comunidad, son conocidas por las familias y tienen formación en promoción de la salud y prevención. Nuestra idea, aparentemente sencilla pero totalmente novedosa, fue trabajar con ellas para que pudieran tratar la SAM trasladando el tratamiento directamente a los hogares afectados.

Una intuición respaldada por la evidencia

Desde entonces, el proceso ha sido largo y muchas veces complicado. La comunidad internacional no tenía confianza en que estas agentes de salud pudieran tratar con la misma calidad la desnutrición aguda. Por ello empezamos en Mali un estudio piloto, de la mano de las instituciones públicas. En dos años conseguimos demostrar que las agentes de salud comunitarias podían tratar la desnutrición con la misma eficacia que el personal de enfermería, y lo más importante, doblamos la cobertura, tratando a un número de niños y niñas mucho más elevado.

Estos buenos resultados nos proporcionaron la evidencia que necesitábamos para seguir teniendo confianza en nuestra idea. Hicimos estudios similares en Mauritania y Níger entre 2017 y 2019 y obtuvimos los mismos resultados en relación con la eficacia. Además, pudimos demostrar que las familias que trataban a sus hijos e hijas a través de las agentes de salud invertían menos tiempo y dinero que las que llevaban a sus menores a los centros de salud.

En contextos en los que la desnutrición es causa y consecuencia de la pobreza en la que muchas familias viven, este resultado es un gran avance para la comunidad. Pero no paramos aquí: entre 2020 y 2022 seguimos trabajando con estas agentes de salud en zonas de emergencia y conflicto donde es aún más necesario tratar y curar la desnutrición. Una vez más la investigación nos ha dado la razón.

Como organización humanitaria, nuestra responsabilidad consiste no solo en cambiar las realidades de las familias con las que trabajamos, sino en que otros países y toda la comunidad internacional puedan poner en marcha esta misma innovación. Desde el inicio, en paralelo a los estudios realizados en el terreno, compartimos los resultados en publicaciones científicas, grupos y foros internacionales, para que esta evidencia llegara a los organismos de decisión política.

Este logro se alcanzó en el año 2023 y ha supuesto una inmensa alegría para todas las personas involucradas en este proceso de trabajo. En su revisión de La guía de prevención y manejo de casos de desnutrición aguda, la Organización Mundial de la Salud incluyó como nueva recomendación el tratamiento con las agentes de salud comunitarias.

Gracias a ellas y a su relación de confianza con las comunidades, esta idea sencilla se ha convertido en una forma de innovar en el tratamiento de la desnutrición aguda y obtener el mejor resultado posible: contribuir a salvar la vida de muchos niños y niñas.

*** Pilar Charle-Cuéllar es médica e investigadora en Acción contra el Hambre.