La última Cumbre de Cambio Climático (COP28), esta vez en Dubái, Emiratos Árabes, país mayoritariamente productor de combustibles fósiles causantes del cambio climático ha llegado a su fin. Distintas organizaciones e instituciones tildan de éxito histórico el acuerdo final de esta COP, aunque casi todos lo hacen con matices. Considerar un éxito esta Cumbre solo porque en ella se ha citado, por fin, la necesidad de ir poniendo freno a los combustibles fósiles, sin más concreciones, es una visión en exceso optimista que no nos podemos permitir en este contexto de emergencia climática. 

La ciencia no para de avisarnos de que el tiempo para actuar se acaba. Tras décadas de estudios, estadísticas, informes, declaraciones, manifestaciones, etc., donde se alerta del papel de la energía fósil como principal causa del calentamiento global, se ha logrado por primera vez que en la declaración final de una COP se explicite la evidente necesidad de poner fin a la energía fósil. Esta declaración es positiva y bienvenida, pero llega tarde, muy tarde. El nivel de contaminación de 420 ppm de CO2 existente en la atmósfera, la cifra más alta de la historia, nos da una idea de los incumplimientos, retrasos y dificultades que se han sucedido desde la aprobación del Acuerdo de París de 2015. 

En este sentido, el propio Balance Global (Global Stockage) hecho durante la COP28 que analizaba los avances desde 2015 ha dejado claro que se está muy lejos de limitar el calentamiento global a los famosos, y casi inalcanzables, 1,5°C. Lo que evidencia que los acuerdos no están siendo suficientes para implementar las soluciones que se precisan. 

El propio secretario ejecutivo de la ONU en materia de Cambio Climático, Simon Stiell, señaló en el marco de clausura que el acuerdo es un “suelo en términos de ambición y no un techo”.  Una buena observación, si como tal se hubiera argumentado hace años y no en 2023. Señalaba, además, que es el principio del fin de los combustibles fósiles y que por fin se ha abordado “el elefante en la habitación”, logrando visibilizar el rol que juegan en cuanto al cambio climático. 

Persiste la deuda climática 

Al igual que ha ocurrido en otras ocasiones, la cita de Dubái finaliza con un texto que continúa siendo muy ambiguo y tibio en muchos de sus compromisos. Y quién paga la fiesta es una de esas cosas que no acaban de solventarse. El mejor ejemplo son las negociaciones, nuevamente pospuestas para la siguiente cita, en torno a la financiación climática, donde los países ricos siguen resistiéndose a reconocer su responsabilidad y deuda histórica y asumir compromisos concretos, suficientes y urgentes para apoyar a los países del sur global más afectados por el cambio climático, y que menos han contribuido al mismo. 

El nuevo fondo de daños y pérdidas, que ha sido una de las demandas de los países del sur global desde hace años, sigue aún vacío. No se ha logrado alcanzar un acuerdo en cuanto a la cantidad necesaria, la obligación de los países del norte que tienen que aportar, ni se han incluido menciones a los derechos humanos o cómo poner en marcha este fondo sin incrementar la deuda de estos países.

Los deberes para la COP del próximo año en Bakú son fijar el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre financiación climática, que esperamos sea más ambicioso que el anterior y que se cumpla por parte de los países del norte global, que hasta ahora, incluyendo España, no han aportado lo suficiente para cumplir sus compromisos. 

Esta COP ha cerrado en falso sus conclusiones, en tanto las difumina y dejando para más tarde lo que podría y debería haber hecho ya. Sin compromisos específicos o sin un calendario concreto para eliminar los combustibles fósiles, más allá de citarlos, difícilmente puede considerarse positivo el encuentro.

Financiación para las soluciones sostenibles 

Ya lo mencionaba Ribera en su aviso a navegantes financieros. La realidad es que estos flujos son clave en la acción climática y por muchos compromisos y políticas que se pongan en marcha, si no se ponen los fondos suficientes para llevarlas a cabo, o si el sistema financiero sigue invirtiendo miles de millones todos los años en los sectores más contaminantes y no en las soluciones para la crisis climática no lograremos tampoco alcanzar los objetivos que nos hemos fijado.

El informe Cómo fluye en dinero de Alianza-ActionAid, visibiliza la importancia de reorientar los flujos financieros para abordar el reto de la emergencia climática y apostar por una transición justa. Los más de 42.000 millones de dólares que el sector bancario español ha destinado a combustibles fósiles y agroindustria desde la firma del Acuerdo de París, estarían mejor invertidos en agroecología, restauración del territorio o energías limpias

Sin duda, el acuerdo para triplicar la producción de energías renovables y duplicar la eficiencia energética para el 2030 es positivo. Pero para lograr que sea una transición justa es fundamental que se garantice que esta transición energética se haga sin replicar las dinámicas extractivistas y de acaparamiento y explotación de recursos y vulneraciones de derechos en los países del sur global.

No. Este no es el acuerdo que el momento precisa. Era el momento de concretar y de asumir la urgencia del desafío que tenemos enfrente. De nuevo nos encontramos con demasiada ambigüedad y retrasos que nos emplazan a una nueva cita. La ciudadanía deberá pedir cuentas a sus gobiernos para acabar con las lagunas de las COP.

El reto es demasiado importante como para dejarlo solo en el texto internacional o en manos de las instituciones y empresas. Esta Cumbre del Clima ha dejado de nuevo una cosa clara, que la ciudadanía debe continuar exigiendo el cumplimiento de todos los acuerdos internacionales y una mayor ambición para luchar contra el cambio climático. Está en juego nuestro futuro.

***Alberto Fraguas es asesor de Sostenibilidad de Alianza por la Solidaridad-ActionAid e Isabel Iparraguirre es coordinadora de Transición Ecológica de Alianza por la Solidaridad-ActionAid