Las noticias nos traen imágenes desde China con miles de personas enarbolando un folio en blanco como protesta por las medidas gubernamentales para lograr un imposible COVID cero. Nuestro cerebro, entrenado en democracia, explota ante cualquier acotamiento de libertades, mas ¿cabe cuestionarse si algo de razón sustenta las draconianas imposiciones?

Por diversas razones solemos pensar que las enfermedades infecciosas no son un problema para la sociedad moderna. A ello ha contribuido la existencia de los antibióticos, algo que nos lleva a concebir a las infecciones como la arqueología de la medicina actual.

¿Es esto cierto?

La respuesta es un palmario no. Dos son los ejemplos más evidentes: a finales de los movidos años 80 del siglo pasado el VIH, convertido en SIDA, nos zarandeó y el comienzo de la segunda década del siglo 21 nos propinó un duro bofetón con la aparición y expansión del SARS-CoV-2 devenido COVID-19.

Para muchos, entre los que me encuentro, es incomprensible que la investigación en enfermedades infecciosas no haya tenido la misma prioridad que el cáncer, el Alzheimer o las dolencias cardiovasculares. Tendemos a olvidarnos de los pequeños grandes enemigos: los microbios, especialmente los virus. Sin embargo, las pandemias han devastado periódicamente a la humanidad.

Siempre he dicho que nuestra historia se puede escribir no sólo a través de los movimientos sociales y artísticos; también lo podríamos hacer teniendo en cuenta las pandemias y sus estragos. ¿Acaso el mundo ha sido igual después del SIDA? ¿Cabe alguna duda sobre cuánto nos ha cambiado la COVID-19? Nuevamente la respuesta a ambas cuestiones es no.

Vayamos por partes

Vayamos por partes, ¿por qué se producen las grandes pandemias?

El conocido virólogo José Alcamí y un servidor hablamos de ello largamente en un libro pandémico sobre la COVID-19 (Coronavirus ¿La última pandemia?).

En las más peligrosas, aquellas provocadas por algún virus, existen cinco elementos comunes: una mutación que hace al virus capaz de saltar a otra especie --lo que llamamos zoonosis--; los movimientos poblacionales y de mercancías; algún acontecimiento concreto que ejerza como mecanismo de ignición provocando la expansión exponencial de los casos; cambios en los ecosistemas y un fallo en la detección precoz.

[La receta del desastre: el deshielo acelerado despierta la amenaza de organismos milenarios dormidos]

¿Existe más riesgo de pandemia?

Esta es una pregunta difícil de responder sin generar pánico o quedarnos cortos. Los medios de comunicación cada día se hacen eco de alarmas, la mayoría sin calado, que auguran debacles planetarias. Sin embargo, a veces el río que suena piedras trae.

En lo que va de siglo hemos visto tres brotes peligrosos de coronavirus: el SARS del 2003, el MERS del 2012 y el SARS-CoV-2 de diciembre del 2019. Los dos primeros se lograron controlar, pero no tenemos ni vacunas ni medicación efectiva contra ellos; el tercero es una historia que te sonará familiar: la COVID-19. Además de los coronavirus, en las dos últimas décadas se han dado repetidos brotes de Ébola, dengue y fiebre amarilla. Todos se han cobrado una cuota importante de vidas y recursos.

Entonces volvamos a las causas y fijémonos en aquellas que podamos acotar. Según varios estudios el 75 % de las nuevas enfermedades infecciosas en humanos tienen su origen en un salto entre especies, la zoonosis. Otro dato que te doy para pensar es que se calcula la existencia de más de 1600 millones de virus desconocidos, cada uno podría convertirse en una pandemia.

¿Alarmante? Creo que la palabra correcta sería: preocupante. Pero podemos hacer cosas para evitar la zoonosis y aquí cobra protagonismo el poco popular, mal entendido y muy mal usado, por unos y otros, cambio climático.
La deforestación, los cambios de temperatura de las aguas y ecosistemas terrestres y el mercadeo de especies salvajes nos pone en contacto con animales que son auténticos reservorios de virus con potencialidad de salto a humanos. Fíjate que las tres cosas que menciono pueden evitarse, ergo, podemos reducir el peligro de pandemias. ¡Eso es una excelente noticia!

Hace poco y a raíz de mi columna anterior un amigo me comentaba: “los cambios climáticos siempre han existido, unas especies se extinguen y otras, como la nuestra, aparecen”. ¡Cuánta razón! Sin embargo, podemos apelar a nuestra inteligencia, algo superior que la de los dinosaurios, para evitar, frenar o sencillamente retrasar la extinción.

Volvemos a la pregunta inicial

Entonces es momento de volver a la pregunta inicial ¿tiene razón China con su política de COVID cero?

Quizá después de todo lo expuesto predigas una afirmación perentoria. Sin embargo, mi respuesta es no. La propagación de las nuevas variantes que causan la COVID-19 engendra peligros, pero las medidas hay que establecerlas con la evidencia científica como protagonista.

En un primer momento, sin vacunas, sin tratamientos y con el colapso de los servicios sanitarios más sólidos, se justificaba el confinamiento para contener la propagación de aquello que amenazaba nuestra especie. Sin embargo, eso ha quedado atrás y hay que actualizar las medidas a la realidad que vivimos.

Hoy sabemos cómo se transmite el SARS-CoV-2, por lo que el uso de gafas y guantes en recintos no hospitalarios no tiene sentido. Tras miles de estudios, conocemos que la vacunación ha sido beneficiosa, nos protege parcialmente del contagio y previene el curso grave de la enfermedad. Aplicar las mismas medidas que funcionaron en los prolegómenos no tiene base científica porque el escenario ha cambiado.

Algo de lo que ocurre en China me recuerda lo vivido en Cuba con el VIH: centenas de personas confinadas de por vida para evitar la transmisión del virus. El resultado se resume en dos oraciones: Se destrozaron vidas. El virus siguió propagándose.

Eran los años 80 y la década que estaba destinada a brillar con el estallido de revolucionarias ideas y nuevas libertades se ensombreció con aquello que nadie entendía. A algunos les dio por explicarlo como un castigo divino.

La ciencia es lo contrario al dogmatismo. La pandemia de la COVID-19 lo ha evidenciado. Los datos que obtenemos de la experiencia científica hoy pueden cambiar el paradigma que razonamos ayer. Intentamos, lo humanamente posible, alejarnos de los credos y basar las recomendaciones en la evidencia que los medios técnicos nos aportan cada día.

China se equivoca y en el camino ha sembrado la semilla para la ya conocida como “revolución de la A4” en una clara mención al folio en blanco.