En 1970, el prestigioso economista Milton Friedman publicó un influyente artículo en The New York Times. Argumentaba que, al contrario de lo que pensaban muchos, las empresas no debían preocuparse por el bienestar del medio ambiente o de la ciudadanía: solo debían preocuparse de obtener beneficios. Muchos pensaron igual, y este giro neoliberal transformó los principios y los mecanismos de la economía occidental.

¿El resultado? Un tiempo de indiferencia. Una indiferencia entendida no como falta de sensibilidad, pero sí como vacío ante la necesidad imperiosa de pasar a la acción. Una indiferencia hacia la interpretación de nuestro mundo y nuestra actuación responsable sobre él. Sabemos que Friedman estaba equivocado, porque sin el sector privado no lograremos alcanzar los ODS ni cumplir con los acuerdos de París a tiempo.

Empresas, organizaciones y ciudadanía. Todos de alguna manera compartimos ya esta visión: la de actuar a tiempo ante los desafíos de nuestro mundo. Y muchas empresas ya lo han asumido como propósito. Sin embargo, lo cierto es que a menudo es difícil incorporar esta visión en nuestra acción de negocio.

Desde la Cátedra Extraordinaria de Transformación Social Competitiva de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) hemos elegido actuar y ayudarles. Hemos decidido facilitar el camino hacia el impacto a todas aquellas empresas que no quieren ser indiferentes y que quieren sumarse a la revolución del impacto.

Y eso no solo es bueno para las compañías, lo es también para nuestro entorno, para nuestra sociedad y nuestros territorios.

Es verdad que hoy se habla mucho de impacto positivo y de propósito, pero el camino es aún difuso para grandes y pequeñas compañías cuando estas tienen que integrarlo en sus estrategias de negocio.

Sencillamente, todas las empresas desean ser competitivas. Y lo serán si contribuyen en mayor medida a generar impacto: su ventaja competitiva será lo que las haga diferentes.

Ser indiferentes a los riesgos del cambio climático, por ejemplo, hará que las consecuencias sean más graves. Y solo reaccionaremos cuando colapsemos ante el vacío de nuestros pantanos secos, ante nuestros bosques arrasados o cuando colapsen nuestros cielos irrespirables.

¿Nos lo podemos permitir? Creo que no. Pero esta no es ni mucho menos una amenaza o una idea pesimista. Es la interpretación de todo lo que está aconteciendo a nuestro alrededor y que afecta a todos los países de manera global y generalizada.

Otro ejemplo. Este verano no hemos sido indiferentes ante el aumento de las temperaturas en comparación con años anteriores. Según un estudio publicado en Nature Climate Change, hasta un tercio de las muertes registradas tienen una causa debida al cambio climático.

Pero ¿acaso no colapsan también las sociedades ante la desigualdad? ¿No han colapsado países ante una emergencia sanitaria? ¿No colapsan generaciones ante la brecha profunda de la educación o de la digitalización? ¿No colapsan las sociedades donde no existe redistribución?

Todos y cada uno de estos desafíos están recogidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, porque los ODS ofrecen una lupa desde la que mirar: son realidades analizadas por Naciones Unidas y transversales entre los sectores y países en diferentes grados. Por eso creo también que existe una respuesta obvia para todas estas preguntas.

Y el elemento clave que hay que tener en cuenta es el tiempo, porque si seguimos actuando igual y de manera continuada, no habrá tiempo para recuperar vidas saludables o generaciones con futuro. Porque el tiempo, podríamos decir, es el único elemento que se va y jamás vuelve.

Pero, entonces, ¿estamos actuando o no estamos actuando? ¿Hemos reaccionado ya? Entre el 14 y el 16 de septiembre se celebró en Madrid el I Observatorio de los ODS. Y la misma celebración atestigua que no estamos actuando con suficiente determinación. Sin embargo, esta llamada a la acción y a la reflexión dará paso a diferentes actuaciones.

Ahora bien, las actuaciones no pueden ser de cualquier manera: todos los departamentos de una compañía tienen que estar alineados con la estrategia de impacto. Y no se trata de proyectos inconexos, de RSC o de filantropía. Se trata de empresas que impulsen la transformación con impacto. Y, para ello, hay que profesionalizar los departamentos.

Parafraseando a Simone Weil, la atención plena es la mayor muestra de generosidad. Y añadiría que esa generosidad no puede estar exenta de un retorno. ¿A qué me refiero? A que debemos centrarnos en que le vaya bien a la sociedad en su conjunto. Porque si le va bien a la sociedad, nos irá bien a todas y a todos.

La idea es clara: no podrán existir empresas exitosas en sociedades rotas. Recordemos que la generación de impacto social y medioambiental logra su objetivo cuando se vuelve transformador y eso solo se produce cuando se ha acumulado en el tiempo con un objetivo a largo plazo.

La transformación que ya se ha iniciado debe estar sustentada en el largo plazo, porque ya conocemos de sobra las consecuencias de las actuaciones bajo el paraguas del cortoplacismo. El filósofo Roman Krznaric, en su pensamiento catedral, diría que somos unos rebeldes del tiempo.

Si somos responsables de lo que está ocurriendo, tenemos la responsabilidad de hacer que esta situación cambie y mejore. Estamos llamados a actuar. Tenemos la responsabilidad de marcar la diferencia. Y esa diferencia se logrará apostando por la atención plena.

El papel empresarial

Las empresas son agentes principales con plena capacidad de influencia positiva. De hecho, en las empresas pasamos más del 30% de nuestra vida. Por eso, si las empresas verdaderamente desean transformar de manera positiva el entorno y con responsabilidad, deben comenzar a desarrollar estrategias de transformación social que sean columna vertebral de toda su cadena de valor.

Esa transformación social lleva implícita el respeto a los derechos humanos. Y no hay que olvidarse de sumar el medioambiente porque, como ha declarado Naciones Unidas hace unos meses, hoy ya es un derecho humano más.

Y es que, cuando hablamos de transformación social, tenemos que hablar de los ODS. Porque los ODS deben estar en el centro de esa estrategia de transformación centrada en las personas. No podemos ser indiferentes a ellos, y mucho menos en el contexto actual.

Los ODS marcan y marcarán verdaderamente la diferencia y dibujan con total claridad la hoja de ruta sobre la que trabajar, sobre la que empezar a contribuir. No nos quedemos solo en las siglas, porque detrás están las diferentes posibilidades que tiene una compañía para transformar con su negocio nuestro entorno.

Es un hecho que todas las empresas en el desarrollo de su negocio pueden tener un rol frente al cambio climático, desde luego a nivel energético, pero también pedagógico en cuanto al reciclaje, la economía circular o sobre el consumo del agua.

Todas las empresas, en el desarrollo de su negocio, pueden tener un rol a la hora de enfrentar la desigualdad, impulsar acciones contra el edadismo o para fomentar la diversidad. Retos que tienen su retorno en la fidelización o en la atracción de talento cuyos resultados serán más eficacia y productividad.

Alianzas por valor

Por otro lado, desde la cátedra creemos que los grandes desafíos no debemos afrontarlos solos. Si algo han demostrado los hechos de estos últimos años, es que las alianzas nos hacen más fuertes y nos preparan para futuros retos o adversidades.

Además, creo hay que empezar a hablar de alianzas por valor. Un concepto que tiene su origen en los retos sociales y medioambientales sobre los que la compañía decide contribuir. Las alianzas por valor no nacen desde un punto de vista meramente mercantil.

Un ejemplo: si una compañía del sector de la salud decide contribuir al ODS 10 (reducir las desigualdades en y entre países), y quiere ofrecer soluciones a una sociedad donde prevalece el número de personas mayores, para dar soluciones debería aliarse con sectores como la construcción, el diseño, la alimentación, la movilidad, la educación o las finanzas.

Generar una alianza por valor es sumar inteligencia colectiva, algo que hace más fuerte a la sociedad y a las propias empresas. Las alianzas por valor, además, activan múltiples retornos, como el conocimiento de nuevos mercados, otras maneras de hacer, o nuevas oportunidades sobre nuestros productos que quizá desconocíamos.

De alguna manera podríamos decir que son alianzas que se asemejan a las misiones de Mariana Mazzucato que describe en su libro Misión Economía.

Y como indica el propio título del artículo, estas alianzas también marcan la diferencia. Además, el impacto se puede medir solo cuando es identificado. Todo lo que se puede medir, existe.

Por eso son tan importantes las métricas, que nos permiten proyectar en el tiempo, mejorar nuestros procesos y escalar el impacto social para que sea verdaderamente transformador. Y si lo podemos medir, lo podemos compartir y comunicar, algo que marca la diferencia porque genera, sin duda alguna, retorno para el negocio.

Es importante no confundir transformación social competitiva con compliance o greenwashing. Lo diferencial es incorporar los ODS, porque convergen con el propósito del negocio. No podemos aspirar solo a dibujar un escaparate medioambiental para mejorar la imagen o la reputación de una compañía cuando ese escaparate está vacío de contenido y cuando se carece de compromiso para llenarlo.

También podemos caer en la tentación de hablar de sostenibilidad solo de puertas adentro. Pero, el verdadero cohete hacia el cambio se produce cuando pasamos de generar impacto dentro de la compañía a generar impacto también en el exterior. Y para ello tenemos que contar con los grupos de interés: trabajdores, proveedores o clientes.

Porque, verdaderamente, no se quieren más productos o servicios sin contar con los todos los actores implicados. No se consumirán más productos o servicios a cambio de más desigualdad, más contaminación o más implicaciones irreversibles que afecten profundamente nuestra salud.

De la indiferencia a la diferenciación

No podemos ser indiferentes. La indiferencia nos ha conducido al colapso. Y el colapso nos ha obligado a dar respuestas con urgencia, a reaccionar en mitad del caos. Por este motivo, tenemos varias tareas. En primer lugar, luchar contra el tiempo. Se acabó el momento del cortoplacismo. Hay que apostar por una estrategia a largo plazo, sostenible y con propósito.

En segundo lugar, las empresas son agentes de transformación que cuentan con los ODS como oráculo: actúan de guía y de oportunidad.

En tercer lugar, existe una interdependencia entre el sistema económico y los ODS. Por eso el pesimismo no tiene cabida. Tampoco las personas que difunden teorías negacionistas o negativas, aunque siempre existan reflexiones opuestas que pueden acabar equivocándose, como la de Milton Fiedman.

No debemos ser indiferentes ante nuestra realidad. Tenemos que marcar la diferenciación. Seamos parte de la construcción de una sociedad mejor, saludable, viva y en movimiento que sepa enfrentarse a los retos del futuro, que serán los retos de nuestros negocios, ya que afrontarlos nos hace más fuertes, menos inciertos y más invertibles.

*** Begoña Gómez es directora de la cátedra extraordinaria en Transformación Social Competitiva de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).