Desde hace más de una década el sector textil lleva siendo objeto de escrutinio por el alto coste medioambiental y social de su actividad. A pesar de los esfuerzos de las marcas por adoptar prácticas más sostenibles, la realidad es que en 2022 la industria textil sigue representando uno de los sectores que más impacta negativamente en el medio ambiente.

Según la UE se estima que la producción textil es responsable del 10% del total de emisiones de carbono a nivel mundial, colocándose por delante de la industria de aviación y marítima juntas. Esto no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el modelo reinante es el denominado “moda rápida” basado en la cantidad y la velocidad.

Un modelo que resulta la sublimación del sistema productivo de crecimiento lineal que impera a nivel global, el cual, entre otras cosas, localiza su manufactura en países en vías de desarrollo, donde dependen principalmente del carbón para generar energía.

Pero además de la alta contribución de carbono, este modelo rápido exige también, como es de esperar, velocidad y cantidad en el consumo de recursos naturales para poder abastecer de material a la voraz maquinaria textil.

Cada año se talan más de 200 millones de árboles para transformarlos en tejidos como la viscosa y el rayón, el 30% provenientes de bosques antiguos y en peligro de extinción que en su día albergaron plantas y animales autóctonos.

Materiales como la lana o el cuero se obtienen de explotaciones ganaderas, las cuales suponen ya el 80% de la deforestación del Amazonas o el 90% de la deforestación australiana y se estima que es responsable del 20% de la contaminación del agua en el mundo.

Además del alto consumo energético y de recursos naturales, la rapidez con la que se pone el producto en el mercado y su bajo precio también ha provocado un cambio de comportamiento en el consumidor, convirtiendo el ejercicio de ir de compras en ocio en lugar de necesidad, y las prendas de moda en objetos de usar y tirar.

A nivel individual, cada europeo compra 26 kilos de ropa al año y desecha 11 kilos. Los datos nos dicen que compramos más que nunca y desperdiciamos más que nunca, colocando los residuos en el mismo centro de la moda.

Esta situación de desperdicio inabarcable se ha convertido en el próximo gran reto de una industria que produce alrededor de 100.000 millones de prendas al año globalmente, generando 92 millones de toneladas de desperdicio textil, de las cuales el 87% acaba en un vertedero o se incinera, y sólo el 13% se recicla o reutiliza.

Existen diferentes puntos del globo especialmente afectados por esta crisis, un ejemplo de ello es la kilométrica montaña de ropa desperdiciada que cubre el desierto de Atacama, en Chile. A este basurero clandestino llegan 39.000 toneladas de ropa usada cada año procedente de EEUU y Europa y cada día aumenta 20 toneladas más.

En este contexto, con crecimientos de producción y generación de desperdicio exponenciales, se da un paradigma doloroso, pero no por ello menos ubicuo y transversal al sector textil: toda prenda, sea cual sea el nivel de sostenibilidad y circularidad aplicado en su producción, una vez comercializada se convierte automáticamente en un potencial desperdicio.

Esto es así porque el productor, en el momento de la venta, pierde completamente el control de su final de vida, y si atendemos a los datos estadísticos a nuestra disposición, vertedero e incineración se desmarcan como los destinos más probables.

Esta realidad choca frontalmente con esa visión transformadora y circular hacia la que el sector textil aspira, en donde la ropa, los tejidos y las fibras mantienen su valor durante el ciclo de vida completo y se reincorporan a la economía tras su uso, sin nunca pasar a ser considerados desperdicio.

Para hacer frente a urgencias medioambientales como la del desperdicio textil es imprescindible plantear soluciones desde una perspectiva colectiva y global, en pro de generar una conversación abierta a nivel sector que facilite la estandarización, accesibilidad y homogeneización del lenguaje y las herramientas, para abordar la problemática del desperdicio textil desde la corresponsabilidad y poder así conseguir la transición entre el modelo que tenemos y el modelo que queremos.

Una industria circular basada en la prosperidad en lugar del crecimiento desmedido, que opere dentro de los límites medioambientales y sociales de resiliencia planetaria.
Pero como bien decía William Thomson Kelvin, físico y matemático británico, “lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar.

Lo que no se mejora, se degrada siempre”. Siendo pues, el primer paso, ponerle nombre al problema, desde T_NEUTRAL proponemos la “Huella Textil”. Al igual que la huella de carbono es el marco de medición consensuado para las emisiones de gas de efecto invernadero con el objetivo de desarrollar medidas efectivas y homogéneas contra el calentamiento global, hemos determinado esa métrica igualmente homogénea y transversal para el sector textil que ayuda a cuantificar y trazar las toneladas de textil emitidas al sistema por un productor para hacer frente de forma efectiva, estructural y desde la toma de responsabilidad, a la crisis del desperdicio textil.

Con el desarrollo de la metodología de medición de la “Huella Textil”, aportamos una métrica específica transversal y homogénea que permita la cuantificación y trazabilidad del material textil emitido a lo largo de la cadena de suministro de un productor textil en un periodo de actividad.

La adopción de esta “Huella Textil” es el primer y más importante paso en la construcción de una taxonomía común y de un modelo de mitigación que realmente acelere la transición hacia la circularidad con el fin de alcanzar un horizonte libre de desperdicio textil.

*** Mariana Gramunt y Carlota Gramunt son cofundadoras de T_NEUTRAL.