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Historias

Combatir el calor que derrite las ciudades: cómo reconquistar el espacio cedido al hormigón

La temperatura escala los termómetros al mismo ritmo que aumenta la necesidad de refugios climáticos en las grandes urbes.

21 agosto, 2022 01:42

Después de décadas abonadas al granito y al hormigón, las ciudades se estremecen ante la llegada definitiva de los efectos del cambio climático. Los expertos ya no hablan de una ola de calor, sino del verano más caluroso desde que se tienen registros, una situación que, por el momento, se va a ir agudizando en veranos venideros.

La comunidad científica plantea varios escenarios, ninguno halagüeño, y los más pesimistas muestran un Madrid en 2050 con el mismo clima y sequías que el Marraquech actual. Las zonas verdes cobran en este panorama un protagonismo inusitado por su condición de refugios climáticos, y empiezan a ser reclamadas por la sociedad con más ahínco que nunca.

Sería injusto decir que España no ha hecho los deberes. Muchas ciudades llevan décadas apostando por parques y zonas arboladas. Madrid esta entre las metrópolis con más árboles del mundo. Barcelona ha duplicado su número en los últimos 30 años. Valencia está en vías de convertir el cauce del Turia en un corredor ecológico que lo conecte con la Albufera.

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Son solo tres ejemplos de muchos, pero que chocan con una realidad impenitente: la gente se achicharra en calles convertidas en islas de calor (un tecnicismo que se refiere a materiales urbanos que absorben el calor por el día y lo expulsan por la noche, evitando que las altas temperaturas nos den un respiro), y solo en julio, los termómetros disparados han provocado más de 360 muertes en nuestro país.

Es hora de replantear las zonas verdes como prioritarias, y acelerar los proyectos que están en curso, como el mencionado de Valencia o el Bosque Metropolitano de Madrid, un cinturón forestal que circunvalará la ciudad.

“Lo primero que hay que hacer es no destruir. Plantearse seriamente si necesitamos miles de nuevas viviendas en suelos con alto valor ecológico, aunque no estén catalogados”, señala Mauro Gil-Fournier, doctor arquitecto y fundador de Arquitecturas Afectivas: “La gestión del territorio no puede ser a base de PAU, como pasa en Madrid y alrededores”.

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En este sentido, Fernando Meyer, arquitecto urbanista y profesor del Máster de Desarrollo Territorial Sostenible de la Universidad del Magdalena, Colombia, advierte de que en muchas partes de España “se nos ha ido la mano con las áreas verdes”, y pone el ejemplo de Madrid: “Lo vemos en San Chinarro o en el Ensanche de Vallecas, enormes explanadas sin uso, cada vez más abandonadas”.

Parque de Valdebebas

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Una situación que podemos revertir en nuestro favor: “Se pueden restituir esos ecosistemas que ya están en marcha, aunque sean frágiles. Los grandes vacíos urbanos de la ciudad de Madrid son su futuro para la adaptación a la emergencia climática”, añade Gil-Fournier.

Los árboles, la fuente de todo

“Estar junto a un árbol de buen tamaño es lo más parecido a estar junto a una piscina olímpica”, informa el ingeniero de montes Guillermo Matamala, fundador de Visitarb, una iniciativa que realiza recorridos botánicos en jardines y espacios verdes la capital. “La inercia térmica es lo que produce la proximidad del agua, que suaviza la temperatura y genera frescor; y no olvidemos que un árbol puede llegar a estar compuesto por un 90% de agua”.

Los beneficios van mucho más allá: tal y como recuerdan desde la plataforma Reforesta Coruña, “los parques, los jardines o el arbolado son elementos clave para mantener una buena calidad de vida en las ciudades y favorecer el bienestar psicológico de las personas”.

Una realidad que constata la Organización Mundial de la Salud, que recomienda que los municipios tengan, al menos, entre 10 y 15 metros cuadrados de zonas verdes por habitante. Según un estudio de la plataforma coruñesa, de las 34 capitales de provincia analizadas, 19 no la alcanzan y solo siete superan los 15 metros cuadrados recomendados. En primer lugar está Vitoria (39 metros cuadrados por habitante) y le siguen Girona (24), San Sebastián (22) y Madrid no andaría tan mal (17).

“El caso de Vitoria es el caso en el que todos deberíamos mirarnos”, apunta Ignacio Alcalde, arquitecto urbanista que ha participado en la redacción de la Nueva Agenda Urbana española, y ahora contribuye a la nueva estrategia que el centro tecnológico Tecnalia está desarrollando en el ámbito de ecosistemas urbanos.

“Fue Capital Verde Europea hace diez años, cuando estos temas no estaban en el centro del debate. Y lo logró porque llevaba tres décadas trabajando en una estrategia de ciudad verde que para ellos no era una moda, sino que se comprometieron con ser una ciudad sostenible, y todos los alcaldes que han pasado por esa ciudad, de diferentes signos políticos, han impulsado esta estrategia. Hay continuidad, hay un hilo conductor que la sociedad reclama y respalda”.

La capital vasca puso en marcha hace 30 años el Centro de Estudios Ambientales y el anillo verde que hoy disfrutan. “Esa coherencia es la que marca la diferencia muchas veces, frente a gobernantes que interrumpen las políticas de la anterior legislatura por sistema”, reclama Alcalde, y explica cómo debe concebirse, hoy, una estrategia para desarrollar nuevos ecosistemas urbanos: “Debe trabajarse en tres escalas: por un lado, la más pequeña, que es repensar y redefinir con qué materiales y productos vamos construir el hábitat.

Hay materiales con menos huella de carbono, o que ayudan a que un asfalto sea más poroso, a cambiar las condiciones con las que se construye una ciudad. Luego pasamos a la escala de la nueva edificación, edificios generadores de energía, con poca huella de carbono.

Y, finalmente, la ciudad: basada en urbanismo bioclimático, en espacio verdes, con una nueva movilidad que no esté centrada en el automóvil y deje, por tanto, de priorizar el uso de asfalto. La persona no necesitará asfalto en esas nuevas ciudades, sino espacios más naturales, más terrosos, arbolados, con un tratamiento bioclimático adecuado”.

Precisamente la planificación de esas “nuevas ciudades”, sobre la que ya están concebidas, será clave para la resiliencia climática. Meyer advierte, en cualquier caso, que el auge de las zonas verdes como reacción a las altas temperaturas del cambio climático puede ser contraproducente.

“Está bien poner el tema sobre la mesa, pero tendemos a confundir cantidad con calidad, a fijamos solo en el indicador de número de metros cuadrados de zonas verdes por habitante. Pero hay que fijarse, sobre todo, en cómo son esas áreas verdes. Desde el punto de vista de la ciudad, del ecosistema, la ecología e incluso el uso que se le vaya dar”.

Meyer señala que es mucho más eficaz tejer una red de pequeños parques interconectados (en el caso de Madrid, los parques de Eva Perón y el del Casino en Lavapiés, por ejemplo) que un gran parque como el Rey Juan Carlos en la zona empresarial de Ifema, desconectado de la ciudad, donde no va nadie. “Una estructura continua de parques que vaya desde los límites de la ciudad edificada en la que una ardilla debería poder ir de una punta a otra de la ciudad sin tocar el suelo”, apunta el experto.

Un parque urbano

Un parque urbano iStock

También hay que plantear con tino el tipo de árboles para forestar esos parques. “No soy partidario de limitarnos a lo autóctono, sino de mirar al futuro, a lo que se nos viene encima”, opina Matamala. “Madrid, por ejemplo, en pocas décadas se parecerá bastante a Almería, porque lloverá mucho menos.

De modo que debemos ver qué árboles viven bien allí ahora, acacias u otros que consumen poco agua”. El ingeniero de montes apunta que en Madrid hay una inmensa variedad, pero en torno al 30% de las especies están muy adaptadas a la ciudad tal y como es hoy.

“De modo que hay que evitar tilos, castaños de India, y otros árboles de hoja ancha que tienen que evaporar mucho, pero hay especies que sí tenemos, las más xerófilas [adaptadas a climas secos], y esas debemos mantenerlas porque no exigen mucho riego”.

Del gris al verde

Reverdecer las ciudades es algo que, en mayor o menor medidas, está en las agendas de todos los gobiernos municipales de las capitales españolas. Pero es una tarea ardua que implica recuperar el espacio que otorgamos al hormigón y al granito.

“Las ciudades son en su mayor parte de estos materiales por una cultura profundamente higienista”, señala Iñaki Alonso, CEO y fundador de sAtt Arquitectura Abierta y consultor y promotor de proyectos de covivienda ecológica para comunidades resilientes, “siempre se han buscado pavimentos que se puedan limpiar bien, y eso ha primado sobre otras condiciones se sostenibilidad, transpirabilidad, confort, etcétera”. Y advierte: “El problema es que lo seguimos haciendo, como demuestra el nuevo proyecto para la Puerta del Sol”.

En la misma línea, Meyer considera que es urgente replantear los concursos públicos para desarrollos urbanísticos. “Sometemos a la ciudad y a los usuarios a una serie de caprichos formales y artísticos que quedan muy bien en el papel para contentar a un jurado educado, quizá, en otra época del movimiento moderno en el que los temas urbanísticos y de arquitectura estaban más desligados”.

Y concluye, tajante: “Si pones a un arquitecto estrella experto en edificios formalistas del movimiento moderno a evaluar cómo tiene que ser una plaza, es posible que no redunde en un beneficio para la ciudadanía”.

En la capital hay un ejemplo opuesto: Madrid Río es el mayor parque lineal de Europa y una de las mayores transformaciones urbana del mundo, que han recuperado el Manzanares y revitalizado la zona devolviéndole sus ecosistemas.

“Es un muy buen ejemplo de cómo modificar una lógica anterior y comenzar de una manera sencilla un proceso de renaturalización que, por cierto, aún no ha concluido”, opina Gil-Fournier. “Abrir las compuertas, retirar escolleras, dejar que el agua y los sedimentos fluyan.

No parece tan difícil ¿verdad? Pues sí lo es, porque sino, muchas soluciones ya las podríamos haber tomado hace mucho tiempo, pero los cambios y las transiciones como sociedad son lentas y difíciles. Pero es el único camino a tomar”. Y concluye: “El cambio de mentalidad a la hora de pensar las ciudades es más necesario que nunca en un momento en que ni la ciudadanía ni las administraciones quieren moverse de su asiento cómodo… incluso ahora, que es un asiento que quema”.