Carmen Ballesteros ha publicado 'Síndrome del complaciente compulsivo. O cómo decir siempre sí te está arruinando la vida'.

Carmen Ballesteros ha publicado 'Síndrome del complaciente compulsivo. O cómo decir siempre sí te está arruinando la vida'. Istock

Historias

Carmen Ballesteros, antropóloga, sobre la necesidad de complacer: "Decir que 'no' se interpreta como egoísmo"

En 'Síndrome del complaciente compulsivo', la autora analiza cómo la culpa, la disponibilidad permanente y la armonía forzada erosionan los límites.

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La Navidad no solo llega con luces, cenas y brindis. De la mano viene una expectativa tácita: estar disponible, ceder y no incomodar. Aceptar planes que no apetecen, prolongar sobremesas que pesan o sostener sonrisas que ya no salen solas.

En nombre de la armonía, muchas personas asumen compromisos que no desean y silencian un malestar que se repite cada año. Un cansancio invisible que no se verbaliza, pero que se acumula. Especialmente entre quienes han aprendido que decir que no tiene un coste demasiado alto.

A ese patrón de comportamiento pone nombre la antropóloga Carmen Ballesteros Castillo en Síndrome del complaciente compulsivo. O cómo decir siempre sí te está arruinando la vida (Arcopress, 2025), un ensayo de divulgación psicológica que aborda un fenómeno relacional tan normalizado que rara vez se percibe como problema.

El libro parte de una premisa sencilla: "Estar siempre al servicio del bienestar de los que te rodean, mientras sientes que nadie se preocupa por el tuyo, es triste, agotador y frustrante".

Sí a todo

Lejos de presentar al complaciente compulsivo como una persona simplemente insegura, Ballesteros lo describe como alguien que ha aprendido a vincular el afecto con la entrega constante. "Ha crecido confundiendo amor con agradar. Su forma de querer ha sido servir, estar disponibles, anticiparse a las necesidades de otros", explica.

Porque, tal y como explica la antropóloga, esta cuestión no habla solo de generosidad, sino de una estrategia profundamente arraigada basada en sentirse querido a través de la utilidad.

En ese esquema, el rechazo se combate con más esfuerzo. "Si alguien se distancia, la respuesta no suele ser retirarse, sino dar más", señala la autora. El resultado, advierte, son relaciones desequilibradas y una erosión progresiva del vínculo con uno mismo.

Ilustración de un grupo de personas con emociones diferentes.

Ilustración de un grupo de personas con emociones diferentes. stellalevi Istock

La cuestión, dice Ballesteros, es que el contexto social actual no ayuda a romper ese círculo. Pues la cultura de la disponibilidad permanente —mensajes instantáneos, respuestas rápidas, exposición constante en redes sociales— refuerza la idea de que el valor personal depende de la aprobación externa.

"Decir que sí está bien visto. Decir que no suele interpretarse como egoísmo, falta de compromiso o mala educación", apunta. En ese marco, este comportamiento tolera y, además, premia.

Navidades complacientes

La Navidad actúa como un amplificador de estas dinámicas. Las expectativas de armonía familiar, presencia constante y buena disposición convierten estas fechas en un terreno especialmente difícil para quienes tienen problemas para poner límites.

"Se espera generosidad, buena cara y disponibilidad, incluso cuando por dentro estamos cansados o incómodos", explica la autora. Y es que el miedo a decepcionar o a romper la supuesta paz familiar empuja a muchas personas a aceptar planes, conversaciones o dinámicas que no desean.

Por ese motivo, el libro invita a cuestionar esa armonía forzada y a formular una pregunta incómoda: si el objetivo no es molestar a nadie, ¿quién asume el coste emocional de hacerlo siempre?

Ante este escenario, Ballesteros plantea que el problema no es el conflicto ocasional, sino la renuncia sistemática a uno mismo. Una renuncia que, en muchos casos, se aprendió temprano, cuando agradar era una forma de asegurar afecto y pertenencia.

Salir de la rueda

Frente a los discursos de autoayuda basados en recetas rápidas, la autora rehúye fórmulas cerradas. Reconoce que poner límites activa culpa y miedo, y que esas emociones no son un error. En su defecto, son la consecuencia lógica a haber aprendido que el afecto se gana complaciendo.

"No consiste en volverse frío o distante, sino en dejar de obedecer automáticamente. Es aceptar que el amor que necesita ser comprado con sacrificio constante no es amor, sino dependencia", sostiene.

El proceso que propone es gradual y cotidiano: dejar de responder en automático, detenerse antes de decir que sí y escuchar la incomodidad interna en lugar de taparla.

En general, dice, se trata de establecer pequeños gestos que, repetidos en el tiempo, permiten desmontar asociaciones profundamente arraigadas, como la idea de que decir que no es peligroso o de que el sacrificio constante es una prueba de amor.

El ensayo introduce, además, una reflexión poco habitual basada en que la complacencia puede funcionar como una forma inconsciente de control emocional desde la necesidad. "Si doy más, si cedo más, quizás así me quieran. Quizás así no me abandonen", resume Ballesteros.

Dedicado "a todos los complacientes compulsivos que quieran convertirse en personas asertivas, decididas y mucho más libres", el libro propone aprender a cuidar a los demás sin desaparecer en el intento.