Tamara Díaz Fouz
Publicada

Lo que la educación ha logrado en las últimas décadas es extraordinario. Pocos fenómenos ilustran mejor la globalización que la expansión de los sistemas educativos formales en el último siglo.

Sin embargo, los avances del siglo XX han dado paso a un escenario actual más complejo.

En el ensayo ¿Por qué el proyecto más exitoso de la historia genera malestar y nuevas desigualdades? (Debate, 2024), Juan Manuel Moreno y Lucas Gortazar analizan esta paradoja.

Desde una perspectiva comparada y sólidamente fundamentada con datos, los autores exploran cómo, a pesar de sus logros, la educación universal está en crisis.

El libro se estructura en tres grandes apartados, en los que se presentan ejemplos de diversas regiones del mundo para ilustrar distintas realidades socioeducativas. Con una narrativa ágil, exploran las principales dificultades que afronta el sistema educativo actual y sus implicaciones a futuro.

Capturar la profundidad de esta obra en unas pocas líneas es una tarea compleja y arriesgada. Más que un intento de síntesis, esta reseña se centra en explorar tres crisis que amenazan el futuro de la educación universal.

La crisis de los aprendizajes

El libro parte de una premisa ampliamente aceptada: en el último siglo, y especialmente en las cinco décadas pasadas, el mundo ha logrado un avance sin precedentes al integrar a millones de personas en la educación formal.

Tanto la cantidad como la calidad del aprendizaje han mejorado, lo que se ha reflejado en la reducción del analfabetismo y la expansión del acceso a la educación básica.

Sin embargo, el hecho de que los efectos de la escolarización sobre el aprendizaje varíen según el nivel educativo, la región o el período histórico indica que el propio acceso no garantiza los mismos resultados en todos los casos.

La escolarización y el aprendizaje, aunque están relacionados, no siempre van de la mano. Es posible que el aumento de los años de escolarización no se traduzca en un progreso similar en las competencias y los conocimientos adquiridos.

Imagen diseñada por la OEI en Colombia.

Imagen diseñada por la OEI en Colombia.

¿Se está deteriorando la calidad de los sistemas educativos a pesar del avance en la escolarización? La democratización educativa podría favorecer la igualdad de acceso a la vez que intensifica las desigualdades en los resultados.

Como se señala, los datos invitan tanto al optimismo como al pesimismo. Si bien ahora hay más estudiantes escolarizados que nunca, es probable que en promedio obtengan peores resultados.

Esto se debe, en parte, a que en el pasado muchas personas se quedaban fuera del sistema y no eran consideradas en los análisis. Así pues, la desigualdad del pasado era mucho mayor que la actual.

La gran paradoja es que, a medida que se expande el acceso a la escolarización, las diferencias en los resultados de aprendizaje se amplían y, en algunos casos, la calidad media de la educación puede verse afectada.

La crisis de las aspiraciones

En las últimas décadas, las aspiraciones individuales y sociales sobre la educación han crecido de forma significativa. A medida que se han ido expandiendo los sistemas educativos, las expectativas han ido aumentando.

Para quienes acceden a la educación secundaria y superior, las aspiraciones se elevan; pero para quienes ya forman parte del sistema surge el riesgo de quedarse atrás, lo que los autores denominan "ansiedad de estatus", e impulsa un cambio estructural hacia un mayor énfasis en su dimensión competitiva.

Una de las manifestaciones más evidentes de esto ha sido la aparición de lo que se conoce como "educación en la sombra". Esto es, el auge del mercado privado de clases particulares, plataformas online y otros servicios complementarios.

Esto ha dado lugar a un negocio educativo paralelo que se ha institucionalizado en muchos países como una actividad económica.

Paradójicamente, el aumento de expectativas refleja una mayor confianza en el principio de igualdad de oportunidades.

Sin embargo, la evidencia de corrupción en los exámenes, o la necesidad de recurrir a clases particulares para garantizar el éxito académico, han ido erosionando dicha esperanza.

En este contexto, el éxito ya no es medido solo por el aprendizaje, sino por las calificaciones, diplomas y las oportunidades que se generan.

Así, la confianza de la sociedad descansa sobre la naturaleza competitiva y diferenciadora del sistema más que sobre su potencial igualador.

Además, estas expectativas influyen no solo en las decisiones de inversión, sino también en cómo los padres educan a sus hijos.

La crisis de la meritocracia

La meritocracia, uno de los principios clave de la educación, se enfrenta a un creciente cuestionamiento. Aunque en el pasado defendía la primacía del esfuerzo y el talento sobre los privilegios heredados, con el tiempo esta visión ha cambiado drásticamente.

La derecha conservadora la ha adoptado como una narrativa conveniente, lo que ha favorecido que las élites sigan manteniendo su ventaja.

Por otro lado, gran parte de la izquierda ha abandonado esta idea al considerarla una justificación de los privilegios de las clases altas bajo la apariencia de una competencia abierta.

Imagen de Shutterstock cedida por la OEI.

Imagen de Shutterstock cedida por la OEI.

Moreno y Gortazar advierten que también se observa un cambio de enfoque dentro de la izquierda identitaria. Mientras que la igualdad de oportunidades fue durante mucho tiempo el objetivo central, ahora se busca la igualdad de resultados.

La propuesta de discriminación positiva a través de las cuotas busca corregir las brechas sociales, pero también presenta algunos riesgos.

Si cada diferencia se atribuye a una única causa y requiere una intervención específica, la igualdad se vuelve inalcanzable. En este escenario, la fragmentación de identidades impide un proyecto educativo compartido.

El desafío es equilibrar la necesidad de una competencia justa con la garantía de que todos tengan posibilidades reales de éxito.

En lugar de centrarse únicamente en las diferencias entre los grupos identitarios, los autores proponen un enfoque que atienda las desigualdades individuales dentro de esos grupos.

Para ello, es fundamental fortalecer la capacidad del sistema educativo para reducir las desigualdades de origen, lo que implica ampliar el acceso, mejorar las condiciones de enseñanza y garantizar una educación de mayor calidad.

También es necesario redefinir el concepto de mérito para que contemple cierta diversidad de talentos y capacidades.

Aunque reconocen los problemas de la meritocracia, los autores sostienen que sus alternativas no son mejores.

El objetivo es mejorarla y fortalecerla con la aspiración de construir un sistema educativo que trabaje activamente para reducir las desigualdades.

¿Hacia dónde va la educación?

La compleja relación entre educación y democracia es cada vez más evidente. Aunque la expansión educativa ha demostrado su capacidad para impulsar el crecimiento económico y reducir la pobreza, su efecto sobre la democratización política no está tan claro.

Por un lado, parece que la democratización del acceso a la educación no garantiza que la democracia avance.

En muchos casos, cuando una progresa, la otra retrocede, lo que da lugar a lo que denominan "frustración ilustrada": la paradoja de contar con ciudadanos más educados, pero con mayores dificultades para alcanzar consensos.

Por otro lado, el retroceso democrático pone en riesgo la educación universal al debilitar la confianza en las instituciones educativas y el profesorado.

Los regímenes iliberales, en auge en diversas partes del mundo, han convertido a la educación en un objetivo de ataque.

En este contexto, la industria de la desinformación juega un papel crucial en la erosión de la confianza pública, lo que refuerza la necesidad de una alfabetización digital que permita protegerse de la infodemia.

Para los autores, una democracia efectiva necesita ciudadanos capaces de tomar decisiones informadas y colectivas, y la escuela es el espacio clave para formar esas competencias.

En este sentido, las políticas educativas deben centrarse en mejorar la calidad de la enseñanza, especialmente a través de la formación y el apoyo a los docentes.

A pesar de los desafíos, existen certezas que pueden orientar el futuro de la educación.

Los autores destacan algunas claves con un amplio respaldo empírico: sabemos que la escolarización tiene la capacidad de compensar y reducir las desigualdades de origen, y que los profesores son los actores esenciales en ese proceso.

También está demostrado que la expansión de la educación infantil entre los cero y seis años es la política de igualdad más efectiva.

Asimismo, ampliar la noción de mérito y su evaluación para reconocer habilidades cada vez más valoradas —como las artísticas, deportivas y digitales— es un paso necesario.

Para ello, sin embargo, se requiere una mayor inversión pública, mejores condiciones para los docentes y un compromiso decidido con la mejora educativa.

Pese a las dificultades, hay razones para el optimismo. Como ha señalado Moreno en una reciente entrevista, "entre todos los principios de la Ilustración, el de la educación universal es el que mejor ha resistido el paso del tiempo".

Gortazar, por su parte, enfatizaba que "a pesar de los desafíos actuales, nuestra situación educativa es mejor que nunca".

Sus palabras recuerdan que, aunque el camino esté lleno de obstáculos, el progreso educativo es innegable y el ideal ilustrado de una educación universal sigue siendo un pilar esencial para el desarrollo social y el progreso democrático.