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Salud en Mozambique: "Al principio era diagnosticar y ver como la gente iba desapareciendo"

Malaria, tuberculosis, sida y desnutrición son algunas de las enfermedades a las que los profesionales de la salud de Mozambique tienen que enfrentarse, en su mayoría sin medios y con una falta enorme de profesionales cualificados. 

6 diciembre, 2022 03:01
Mozambique
Un proyecto realizado
con la colaboración de:

Alise esperaba la ayuda social bajo un techo que se caía a trozos. Una choza que se aguanta de milagro y es que a veces la vida es cuestión de milagros. Es ciega y tiene 71 años. Vive con su hija y entre las dos hacen lo que pueden para sobrevivir. Si no fuera por la pequeña atención que recibe en casa —no puede andar—, y el saco de comida que les lleva la organización de Maria Elisa y las demás hermanas, Alise estaría más sola de lo que ya está.

Mozambique lleva años luchando contra enfermedades crónicas y otras endémicas. Maria Elisa, que lleva desde los 32 años en África, lo sabe muy bien. Es alcoyana y un puro torbellino. Nos lleva de un lado a otro y aún con sus 82 años no encuentra el momento para descansar. La gente que se dedica a los demás está hechos de otra pasta.

Salud: "Al principio era diagnosticar y ver como la gente iba desapareciendo" Javier Carbajal

Hospital Carmelo de Chok we: Centro de referencia

“Cuando recibimos el centro de Chok we al sur de Mozambique después de los tratados de paz de 1992 nos encontramos con una epidemia de tuberculosis y, sumado al sida, todos se morían”, comenta la misionera. Al principio nació como un centro de tratamiento de tuberculosis pero las necesidades fueron aumentando y ahora es un centro de referencia en todo el país.

Han conseguido realizar las pruebas de laboratorio en un centro cerca del hospital, con ayuda de organismos internacionales y con el apoyo de Manos Unidas: "Ahora podemos hacer un seguimiento más rápido de todos los pacientes".

Alise, 71 años, no puede caminar. Es seropositiva y vive con una hija. Recibe apoyo del Hospital Carmelo en su visita domiciliaria
Voluntarios miran una de las medicinas de Alise en su tratamiento contra el sida
Dilson, 13 años, vive con sus primos. Ha perdido a sus padres y ahora enfermo trata de sobrevivir en una casa que se cae a trozos
Antonio, 8 años, enfermo de sida en el centro de la imagen. Vive en una de las casas que el Hospital Carmelo ha ayudado a reconstruir
La casa de Dilson y sus primos

Las enfermedades más duras

Desnutrición, malaria, sida y tuberculosis, junto a enfermedades crónicas como la diabetes son la lucha diaria a las que se enfrentan los médicos del centro. Hoy en día tratan a 8.900 personas con diferentes enfermedades, a otros 3.000 con enfermedades crónicas y a 1.700 personas con tuberculosis. Si no fuera por la ayuda que reciben de fuera de “un donante de Barcelona”, no nos dice quien, y de organizaciones como Manos Unidas, hace tiempo que hubieran tenido que cerrar.

Cuando llegamos al Hospital Carmelo, por sus pasillos se respiraba el silencio y el dolor. En una habitación, al fondo, una niña, Uded, de 1 año mira fijamente a los extraños que entran en la habitación. Parece que tiene unos meses en vez de un año, "esta niña llegó con una desnutrición severa", comenta Maria Elisa. Ahora se le ve débil, pero se siente que empieza a remontar una situación impuesta por el hambre y por las circunstancias de haber nacido en el lugar equivocado.

Los demás niños lloran desconsolados. Pese a su situación, sólo consigo pensar en todos aquellos fuera de estas paredes. Lejos del cuidado de las hermanas y del Hospital Carmelo. Sin oportunidades de agarrar con fuerza la vida, como parece que hace Uded. Vicente, un niño con una enfermedad renal y de corazón, padece también tuberculosis, sonríe como hacía tiempo que no veíamos. Jugamos con él y mientras sonríe y se toca la panza a ritmo de tambor, no es consciente de la lección de vida que me está dando. El ser humano es un superviviente y es capaz de agarrar con fuerza la vida, como si la secuestrara para que se quedara por un tiempo más.

Continuamos por los pasillos del hospital, con el silencio como acompañante, un silencio que dolía. Allí, en una habitación apartada, estaba Salmira, 41 años, con la mirada perdida. La estaban limpiando en la zona de cuidados intensivos. Pido permiso para entrar y su hermana me dice que "no hay esperanza". El cuerpo de Salmira parece succionarse a sí mismo. Agotando con su mirada perdida la poca vida que queda dentro, de tal manera que poco a poco se va despidiendo con un adiós que parece irreversible.

Levanto la cámara, asiente con la cabeza y la fotografío. No quiero despedirme.

Uded, una niña de un año que lucha contra la desnutrición severa que le acompaña desde su nacimiento

Salmira de 41 años, lucha por su vida en el Hospital Carmelo, su hermana la acompaña "no hay esperanza", me comenta
Ese mismo día falleció la compañera de Salmira, en la zona de los cuidados intensivos. "Llevaba mucho tiempo sufriendo" nos comenta Maria Elisa
Vicente, sonriente frente a los graves problemas que padece, un reducto de esperanza entre tanto silencio

Hospital público, un oasis dentro del infierno

En la provincia de Nampula, a medida que vamos a las zonas con más necesidades directas, las condiciones son peores. Visitamos un centro en el que no hay un sólo médico y todos los que llevan bata son enfermeros tratando de hacer lo que pueden por aquellos que gritan ayuda.

Los bancos de fuera están llenos de gente esperando a ser atendidos y madres abrazan a sus hijos como una medicina que trata de curar aquello que estos tipos de hospitales no consiguen alcanzar. Son el aliento, la esperanza y el cobijo de niños que han aprendido a luchar desde que nacieron.

Afuera, una ambulancia pinchada que parece que no ha sido arrancada desde hace años, simboliza la esperanza de los que allí esperan pacientemente. Una batería que da energía a una pequeña nevera, nos comenta el director del centro, "es la única fuente de alimentación que tenemos para almacenar las muestras de sangre".

Estos centros gritan por una ayuda que no llega y miles de personas se ven abocadas al abandono. Las necesidades son mucho mayores a la esperanza que tienen de que las cosas mejoren.

La ambulancia de este centro público no sirve para la función que se le requiere

Una madre abraza a su hijo que padece malaria
Una batería es la única fuente de alimentación del hospital

Akumi

El pequeño hospital central de Akumi dirigido por la responsable del centro Magdalena trata de contener la “cantidad de necesidades que tienen”. La falta de personal y de médicos, ella es la única médico del centro, soportan el peso de más de 33 barrios colindantes y de ciudades y provincias cercanas. “Cualquier ayuda siempre es bien recibida, recibimos una media de 500 personas diarias y el equipo humano que tenemos nos es suficiente”.

Al pasear con ella por el centro se nota lo personal de esta profesión. Saluda a muchos por el nombre y en sus ojos se nota la melancolía y el apego hacia Magdalena. Ven en ella la única esperanza para sus vidas. Los niños, llorando muchos de ellos, están bajo un techo de metal golpeado por el sol mozambiqueño esperando su turno para entrar en la zona de pediatría. "Hace poco que abrimos la zona pediátrica, casi no nos alcanzan los recursos".

La mayoría de los niños tienen fiebre, sufren malaria. “Hay un brote de malaria en esta época”, comenta la doctora. Los tratamientos farmacológicos los paga el Estado y se les cobra una parte mínima a los pacientes. Hay una cola que llega al principio del hospital en la zona de enfermería y ese techo de metal sigue pegando con fuerza.

Este hospital está lleno de voluntarios, si no, no podrían abarcar la cantidad de gente que se acerca. Hay mujeres que vienen a dar apoyo psicológico a mujeres embarazadas enfermas de VIH. Estas han pasado por ese proceso y con tratamiento han conseguido no contagiar a sus hijos. Un ejemplo de superación que ayuda a mantener a flote la esperanza en momentos en los que no hay atisbo de luz.

Una prueba positiva de malaria
La doctora Magdalena en el centro de Akumi, en la parte de pediatría
Los niños en brazos de sus madres esperando entrar a la zona pediátrica
Una niña de cuida de su hermana en las colas para acceder a las consultas

La financiación es el mayor problema

“Las ayudas del Gobierno de Mozambique no llegan al 10-15% de los gastos totales", se queja Maria Elisa en el centro de Chok we. "Nos cubren los sueldos de los médicos y enfermeras y los tratamientos de sida y tuberculosis, el resto nos tenemos que buscar la vida”. Es por ello por lo que hace años montaron, con la ayuda del donante anónimo, una panadería que debido a la crisis del Covid-19 ha dejado de funcionar.

Con esta situación, decidieron abrir una pastelería en la zona, que hoy en día le da para "cubrir gastos y un poco más". También tienen gallinas ponedoras, que les permite la venta de huevos y suplir las necesidades de la pastelería. Por intentarlo que no quede y es que cuando se trata de ayudar a los demás estas hermanas son incansables.

Los gastos van en aumento a medida que las necesidades se hacen mayores. La lucha no es sólo contra la financiación, sino contra eventos climáticos que suceden en esta zona del país. "Hace unos años un ciclón inundó toda la zona" comenta Maria Elisa, mientras enseña las fotos en la pantalla del ordenador. La única opción que tuvieron fue subir a la segunda planta con los enfermos y con todo lo que pudieron coger. "Estuvimos mucho tiempo atrapadas", comenta con el humor característico de la hermana. 

Cuenta que la embajada española les llamó para proveerles una vía de escape y poder abandonar el centro inundado. Ellas quisieron quedarse con los enfermos antes que irse. Otra pasta.

Unos niños juegan a rayuela en el orfanato del Hospital Carmelo

Antonio de 2 años, nació con problemas y vivie postrado a una silla que el donante anónimo de la herman aMaria Elisa financió
Darío, el primero de la fila, cada mañana tiene que tomarse 14 pastillas para mantener el sida y la tuberculosis bajo control
Cristóbal de 2 años, aparenta unos meses, no puede andar y tiene dificultades para expresarse. Una voluntaria le da de comer una papilla

El orfanato de la esperanza

Fuera, en el patio del Carmelo, las risas suenan al compás del salto sobre la rayuela del suelo. Un cúmulo de niños revolotea alrededor de nosotros y nos tocan la piel como si esta estuviera pintada de un color extraño. Somos eso, extraños en una realidad que no se entiende si no se vive. Y estos niños llevan toda una vida viviéndolo.

Por mucho que las hermanas nos expliquen lo que supone, ellas con los años que llevan allí, aún no consiguen comprenderlo al 100%. "Hay que agarrarse a la vida, eso es lo que me da esperanza", dice Maria Elisa. Junto a los pequeños del orfanato, la cara de la hermana cambia por completo, no deja de sonreír y nos enseña, con orgullo, el orfanato que da esperanza a unos niños que pese a su enfermedad y su abandono consiguen sobreponerse como verdaderos titanes al enemigo común.

Cuando salimos, casi para despedirnos, la realidad esperaba envuelta en sábanas. El cuerpo de una mujer estaba siendo llevado al cementerio local. Un grupo de personas la estaban metiendo en el coche con el que nos habíamos desplazado esos días. Como si la vida y la muerte estuvieran unidas constantemente en un juego donde no hay ganadores, sólo hay supervivientes. "Llevaba mucho tiempo sufriendo", dice Maria Elisa. 

La entrega y la lucha de los voluntarios, misioneros, de los doctores que trabajan en solitario ante el tsunami de casos de sida, tuberculosis y malaria, junto con el apoyo de organizaciones como Manos Unidas nos muestran una lección de vida ante la muerte. La de luchar pese al silencio, pese a la desesperanza, pese a la falta de medios, pues muchas veces esa fuerza es la mejor medicina para la desesperación.

La hermana Maria Elisa en su despacho. Un ejemplo de esperanza y de lucha

Sobre el proyecto

Es un trabajo realizado en colaboración con Manos Unidas, donde conocimos los proyectos de salud que la organización ha realizado en varias partes de Mozambique.

Las historias de vida de sus protagonistas muestran la importancia de la cooperación en países, donde la esperanza prácticamente se ha perdido y pese a ello, hay voluntarios dispuestos a seguir trabajando por un Mozambique mejor.