Ana Romero Javier Muñoz

A un día raspado del 20D, la última imagen de Mariano Rajoy Brey es la de un hombre de 60 años a punto de conseguir una cosa y la contraria: ganar las elecciones a pesar de ser el presidente menos querido de la democracia española. Un lío, que diría él. 

O no, que añadiría también él. Esta campaña que acaba ha sido larga y rara. De entrada, nos ha confirmado el estereotipo del Rajoy como el gran superviviente de todos los tiempos. Todo un clásico. Un hombre de costumbres, y la suya es siempre la misma: quedar el primero cuando parece que ni vale ni se lo merece ni le tienen cariño. ¿Por qué no iba a pasar este domingo de nuevo? Según el último promedio de encuestas de Kiko Llaneras, conseguirá 120 escaños este domingo. Una catástrofe para los 66 que pueden perder el puesto de trabajo con el que se hicieron en 2011, pero no para Rajoy, que podría formar Gobierno al ser la lista más votada. 

Una pantalla de plasma proyecta la imagen de Rajoy en un bar durante el debate. Susana Vera Reuters

Le ocurrió en 2004. Yo lo recuerdo nítidamente en Downing Street con Tony Blair aquel invierno pre 11M cuando iba ya para presidente del Gobierno de España tras ser ungido por José María Aznar. Por eso lo recibió Blair en el número 10. La diferencia entre ambos líderes me dejó impresionada. Blair, la antonomasia del carisma, frente a Rajoy, la ranciedad personificada. 

Le ocurrió de nuevo en 2008, cuando perdió las elecciones por segunda vez y consiguió que no le quitaran el puesto en el partido. Siguiendo la lógica Rajoy, Pedro Sánchez podría intentarlo de nuevo y conseguirlo... en 2024. 

PACIENTE Y ZEN

Aquella tarde en Londres andaban ya con Rajoy personas que hoy siguen con él. Les pregunté por la mayor cualidad, claramente oculta, del que entonces era el futuro presidente de mi país. “La paciencia”, me contestaron. Tantas veces me he acordado de ese Rajoy paciente de Londres durante esta larguísima campaña electoral que el PP inició en el mes de septiembre con las “primeras piedras” cuando no había AVE que inaugurar. O incluso antes, en el mes de julio, con aquel baño iniciático que se dio en el río Umia, cerca de su querida Pontevedra. 

Rajoy, en una pantalla durante el mitin de Las Rozas. Andrea Comas Reuters

La paciencia, el sigilo, la táctica: “hacer el menor ruido posible”, que dice un miembro de su partido. Ya sea empujando a personas complicadas de las listas, como Vicente Martínez Pujalte o Ana Mato, o moviendo a los ministros, como la mencionada, cuando la situación es ya “inexorable”. 

Calculando los tiempos y manteniendo el enigma. Sin sangre. Y sin olvidar a los amigos, como a José Manuel Margallo en Exteriores o a Jorge Fernández Díez en Interior. 

Así ha sido hasta este mismo viernes. Por la mañana, Rajoy ha desmentido lo que un miembro de su campaña confirmó a los periodistas el día anterior: que si hace falta, después del 20D intentará pactar con un PSOE sin Pedro Sánchez. Un partido socialista liderado tal vez por Susana Díaz, la lideresa de Sevilla a la que algunos socialistas andaluces echan en cara que no haya sabido comportarse como una reina madre al estilo de Manuel Chaves. 

ABDICACIONES EN SERIE 

Lo ha negado aunque ése es el escenario que defiende su amigo y confidente Javier Arenas, aspirante ahora a senador. Porque más que paciente, destaca una persona que lo conoce bien, Rajoy es “zen”: un hombre con la capacidad de sacar todo ese ruido ("basura") que se acumula en nuestras cabezas y que nos resta energía a la hora de actuar, según el lenguaje de las ahora tan apreciadas técnicas del mindfulness. Un auténtico taoísta en versión gallega. 

En el verano de 2013, cuando parecía que España se hundía con la portada de El Mundo sobre Bárcenas, ¿que hacía Rajoy? “Ver el tour”, según la leyenda urbana que se ha construido a su alrededor. ¿Y cuando la prima de riesgo, el año anterior? Presumiblemente, esperar a que Draghi pronunciara las tres palabras mágicas que consiguieron poner fin a la crisis soberana. 

Según fuentes del PP, su mujer le sugirió que aprovechara las abdicaciones en serie de don Juan Carlos y de Alfredo Pérez Rubalcaba en 2014 para abandonar la política tras las “indignidades” sufridas a cuenta del caso Bárcenas. Para sus allegados, sin embargo, ha hecho bien en quedarse: España crece económicamente, ha salvado a los bancos, y lleva 34 años en política ¿Por qué dejarlo cuando las tiene casi todas consigo para ser presidente por segunda vez?

La campañas de Rajoy y de Pablo Iglesias han sido posiblemente las mejores. Jorge Moragas, el hombre-campaña del PP, lo ha tenido claro desde el principio y no se se ha desviado un milímetro de su objetivo: humanizar, humanizar y humanizar. Así lo ha hecho ("salvo alguna cosa", que diría el propio Rajoy): pueblos, jubilados y españoles “tranquilos y moderados” han recibido de cerca a un presidente “corriente” que ha transformado sus defectos en virtudes. 

Los atentados de París, los españoles asesinados en la embajada de Kabul, el ataque directo de Sánchez, el puñetazo del desequilibrado o el miedo a una legislatura de horror. Supercherías para un hombre que se enfrentará a los inciertos resultados del domingo siguiendo el camino que marca el filósofo chino Lao Tsé. Con tranquilidad. 

Rajoy, en la entrevista de Piqueras, y ausente en el debate de El País. Susana Vera Reuters

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