Paloma Suela, labrandera de la localidad de Lagartera y un traje típico
Paloma Suela, artesana del bordado: "No hay relevo para seguir con la tradición característica de Lagartera"
El oficio que hizo famoso a la localidad cada vez recibe menos interés por parte de las nuevas generaciones.
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En Lagartera, un pequeño pueblo toledano conocido históricamente por sus bordados, aún resuenan los ecos de un oficio que parece desvanecerse con el paso del tiempo.
En una de sus calles, entre escaparates que antaño mostraban con orgullo mantelerías, ajuares y trajes bordados, se encuentra el taller de Paloma Suela, cuarta generación de una saga de labranderas.
"Yo soy la heredera de mi bisabuela, de mi abuela y de mi madre. Todas se dedicaron a bordar, a coser y a vender. Yo soy la cuarta generación", explica Paloma, rodeada de hilos y telas que son parte de su vida cotidiana.
Fachada de la tienda de Paloma Suela
Su historia es también la del pueblo: un lugar donde casi todas las casas guardaban una aguja, un bastidor y una tradición que se transmitía de madres a hijas.
De los altares al ajuar
La historia del bordado lagarterano se remonta al siglo XVI, ligado a las fiestas del Corpus. "Se hacían altares con escenas de la vida de Jesucristo bordadas. Después esos mismos dibujos pasaron al ajuar: sábanas, mantelerías, colchas...", recuerda Paloma.
En su familia, la cadena nunca se rompió: primero la bisabuela, luego la abuela, después la madre, que fue pionera en abrir una tienda cuando la tradición todavía se mantenía en los hogares. "Ella vivió el gran boom: se vendía todo lo que se hacía. Incluso enseñaban a mujeres de pueblos cercanos porque no había manos suficientes para tanta demanda", relata con añoranza.
Tradición y modernidad
Pero los tiempos cambian. Lo que antes se tejía en blanco y beige, Paloma lo adapta ahora a los gustos contemporáneos: granates, verdes, negros, diseños más sencillos que encajan en los salones actuales.
"Yo pinto, hago mis propios dibujos, saco plantillas. Hago tote bag, cojines, manteles... Antes nadie se imaginaba que este tipo de bolsas de tela serían lo más vendido", explica sobre sus nuevas formas de llevar el bordado a la vida cotidiana.
Consciente de que su oficio necesita visibilidad, Paloma también se ha abierto camino en redes sociales, aunque no sin recelo. "He visto diseños míos copiados. Un bolso o una mantelería tuya la identificas aunque esté en otro color. Eso duele porque lleva mucho trabajo propio".
Declive del arte
El problema, dice Paloma, no es solo la copia, sino la falta de relevo. "No hay niñas que sepan bordar. Se dieron clases en una asociación que tenemos y no fue ningún niño del pueblo".
Antes los jóvenes aprendían en los patios con sus abuelas "queríamos hacer lo mismo que hacían ellas", resultándoles una actividad muy atractiva.
Sin embargo, esa situación como explica ha cambiado porque ahora prefieren entretenerse con otras cosas más tecnológicas.
Oficios en extinción
El caso de Paloma no es aislado. Como ella, decenas de artesanos de Castilla-La Mancha, como ebanistas, toneleros o esparteros, se enfrentan a la misma duda. "¿Quién se quedará con este legado cuando yo no esté?", es la pregunta que se realiza Paloma diariamente.
En Lagartera, los escaparates ya no se multiplican como antaño. Las tiendas cierran, los clientes son cada vez menos, y las nuevas generaciones no muestran interés en aprender.
"Yo seguiré mientras pueda, aunque muchas veces acabo cosiendo hasta las tres de la mañana y eso es mucho compromiso. Pero sé que cuando yo me vaya, esto se acaba", reconoce Paloma con resignación.
Hiladas olvidadas
Lo que queda de los bordados lagarteranos es mucho más que una labor artesanal: son siglos de memoria colectiva, identidad y resistencia.
Aunque Paloma sigue cosiendo con firmeza, cada puntada parece también un intento de detener lo inevitable: el lento apagar de un oficio que hizo famoso a su pueblo y que hoy lucha por no quedar en el olvido.