Inma en su tienda de Gálvez.

Inma en su tienda de Gálvez. Eva Linares

Toledo

Inma, 10 años siendo la única florista de un pueblo de Toledo: "Sobrevivo gracias a los Santos, cuadriplico mis ventas"

Su método de trabajo en estas semanas funciona bajo encargo y con un cupo limitado.

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Las flores, ese tesoro de la naturaleza que está presente en nuestros momentos más dulces y también en los más duros. De la pasión por la flora, nació el proyecto de vida de Inma Pérez, quien en 2015 decidió montar una floristería en la localidad toledana de Gálvez para llenar de color las calles y los corazones de sus vecinos.

'El Jardín de Inma' es un reflejo de la cruda realidad del comercio rural en Castilla-La Mancha donde los emprendedores se enfrentan a un aumento de los costes, una fuerte estacionalidad y a un constante cambio en los hábitos de consumo.

La historia de esta galveña comenzó con una oportunidad. "Gálvez se quedó sin floristerías y la verdad es que era un mundo que me llamaba mucho la atención", detalla en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla-La Mancha.

Inma en su tienda.

Inma en su tienda. Eva Linares

Esta aventura profesional le permitía dar rienda suelta a su creatividad, especialmente en eventos y bodas. Sin embargo, el negocio de las flores en un pueblo funciona a dos velocidades y depende de unas pocas fechas clave.

Por un lado, están las grandes campañas como Todos los Santos, el Día de la Madre o San Valentín. Durante estos días, la demanda de ramos, centros o jarrones se dispara. "Sobrevivo estos meses gracias a los Santos, cuadriplico mis ventas", confiesa.

Su método de trabajo en estas semanas funciona bajo encargo y con un cupo limitado que le permite garantizar un resultado óptimo. Al trabajar con flores frescas como el clavel colombiano, Inma cuida cada detalle del proceso. Desde el corte del tallo hasta el mantenimiento en cámara.

Flores de 'El Jardín de Inma'.

Flores de 'El Jardín de Inma'. Eva Linares

Flores más duraderas

Para esos clientes que buscan tallos de alta durabilidad para llevar al cementerio esta florista recomienda clavel, crisantemo y la margarita.

La otra cara de la moneda es el largo invierno. "Desde ahora en Todos los Santos hasta San Valentín es muy triste. Hay días en que no entra nadie", lamenta.

Esta marcada estacionalidad obliga a Inma a realizar una gestión casi milimétrica para mantenerse a flote el resto del año. Al respecto, uno de los mayores desafíos es hacer entender al cliente el valor real de un centro floral.

Una de las estanterías de la tienda.

Una de las estanterías de la tienda. Eva Linares

"La gente se piensa que solo valen dinero las flores y que el verde me lo regalan. No, no, el verde está carísimo y cada vez ha subido más", subraya. A esto hay que sumarle las esponjas, tarrinas y sobre todo, un tiempo y un trabajo artesanal que a menudo no se repercuten en el precio final.

"Si yo tuviese que cobrar el tiempo que dedico aquí, tendría que poner unos precios elevadísimos", señala la florista. Desde que abrió el local hace diez años, todo ha cambiado mucho. "Un centro que antes vendía por 20 o 25 euros, ahora ronda los 30", expresa.

Este encarecimiento ha convertido a las flores en un artículo casi de lujo. Esto se une a que el perfil del cliente en un pueblo sigue siendo muy tradicional y las nuevas generaciones tienen menor apego a la tradición de comprar flores naturales.

A pesar de amar su trabajo, Inma es realista. "No es un negocio muy seguro para tener un sueldo fijo todos los meses", reflexiona. El día a día de esta galveña lo sufren miles de autónomos que sostienen la economía y la vida de los pueblos como mucho sacrificio con el único fin de salir adelante y volver a florecer.