El Comentario

El maestro Juan Martínez que estaba allí

16 marzo, 2021 00:00

Considero interesante esbozar algunos rasgos biográficos del autor de la obra, del periodista y escritor Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897- Londres, 1944), injustamente abocado al ostracismo por los avatares guerracivilistas. Perseguido por el régimen franquista por ser partidario de Azaña y odiado por la izquierda por sus críticas al comunismo.

Hay que agradecer a autores de la talla de Muñoz Molina y Andrés Trapiello su desvelo por rescatarlo del olvido. Trapiello ha llegado a escribir que es el “mejor periodista español junto con Larra”. Es más, considera que el prólogo de Chaves Nogales de su libro “A sangre y fuego” es “de lo más importante que se escribió de la guerra durante la guerra” por “su valentía” y “clarividencia”. Han llegado a calificar las cinco páginas del prólogo de “A sangre y fuego” como una pieza única, especial por lo descarnado y “escalofriante de lo acaecido en España en los primeros meses de la contienda civil”. Otros escritores lo han llegado a equipar a Josep Pla, Julio Camba, Ruano, Tom Wolfe… Es más, Muñoz Molina con ocasión de la edición de “La defensa de Madrid”, considera que Chaves Nogales “está a la altura de Arturo Barea y Max Aub”. Incluso la dramaturga y poetisa posmoderna Angélica Liddell (Premio Nacional de Literatura Dramática), en su reciente obra Liebestod está basada en la excelente biografía que escribió el autor sobre el torero Juan Belmonte.

Chaves Nogaleses sobre todo periodista e hijo de periodista, sus libros rezuman crónicas periodísticas noveladas de gran originalidad y maestría. Abandonó muy pronto la carrera de Filosofía y Letras y desde muy joven comenzó a ejercer de periodista tanto en Sevilla como en Córdoba. Su gran salto se produce con su traslado a Madrid: ingresa en la masonería, (1927), consigue el premio Mariano Cavia (1928), es nombrado corresponsal delHeraldoen París (1930) y en 1931 director del diario Ahora, periódico afín a Manuel Azaña, de quien era partidario. Cuando estalla la guerra civil se encontraba en Londres, regresa pero el diario está incautado, dependiente del comité revolucionario, aguanta cuatro meses -de julio a noviembre del 1936-, hasta que se traslada a Barcelona y de allí se exilia en París. En Francia trabajó como corresponsal de una agencia para los principales periódicos latinoamericanos. Desde Francia tuvo que volver a exiliarse a Londres porque la Gestapo le pisaba los talones y allí murió con apenas 46 años de peritonitis; su familia había regresado a un pueblo de Sevilla.

"El maestro Juan Martínez que estaba allí" es un libro de 320 páginas, de la editorial Libros del Asteroide, muy original en sentido lato. No es una novela histórica al uso, más bien son crónicas noveladas. Parece ser que el bailaor flamenco Juan Martínez, que era de Valladolid, existió realmente, en Francia contó a Manuel Chaves sus peripecias y éste las plasmó en crónicas en directo de la revolución soviética. A los protagonistas Juan Martínez y su mujer Sole, la política les trae al pairo, por ello no hacen críticas morales o políticas, sencillamente describe la Revolución bolchevique de octubre de 1917 y la guerra civil. Hechos que viven desde Kiev, Moscú, San Petersburgo, Gómel, Minsk, u Odesa. Trata de ser independiente, imparcial, aunque se aprecia con nitidez que le desagradan los bolcheviques. Pero la misma repugnancia que le causan los bolcheviques le causan los nazis o los fascistas, “…hubiera sido fusilado por los unos y por los otros” llega a decir. Es muy ilustrativo lo que dejó plasmado cuando huyó de Madrid: “Me fui (de España) cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”. Su honestidad intelectual le obliga a criticar lo que ve. La narración aunque es equidistante no deja de reflejar que la revolución soviética fue el triunfo de la crueldad y del terror.

A nuestros protagonistas de bailaores, Juan y Sole, les pilla de gira en Constantinopla, huyen aprisa de Turquía atravesando Rumanía y Bulgaria hasta llegar a San Petersburgo en 1917, el día de la abdicación del Zar Nicolás. Describe con magistrales pinceladas el horror de la guerra, el odio que despertaba la policía del Zar y como eran asesinados, “como a conejos por los bolcheviques”. O como los comités revolucionarios convencían a los soldados para rebelarse y acabar con los oficiales del ejército del Zar. Dentro del drama del terror de la guerra, el humor y la sonrisa aparecen: un aduanero detuvo al artista porque en su pasaporte pone que era de Burgos: “señor, usted es búlgaro porque ha nacido en Burgas”, Juan y Sole se las vieron y desearon para convencer al aduanero que había nacido en Burgos (España) y no en Burgas.

En plena guerra abierta entre el ejército rojo y los ejércitos blancos del Zar, huyen a Kiev, dominada por los zaristas, con el único afán de sobrevivir. Pronto tuvieron que salir huyendo a Moscú. El relato de la revolución es espontáneo, entrañable, describe hechos y situaciones con un tono crítico. A pesar de sus recelos e ideas contrarias llega a decir que a los bolcheviques se les cogía una cierta simpatía porque tenían tanta fe en la revolución que trabajaban con ahínco y empleaban todos los medios a su alcance incluido el terror. “Trabajaban día y noche patrullando por las calles con el fusil a la espalda o en aquellas oficinas desmanteladas”, eso sí, no faltaban bonos de compra, salvoconductos, órdenes de requisa, autorizaciones y prohibiciones, etc. Otra cosa muy distinta de la fe sin fisuras en la revolución eran los resultados prácticos. “Repartir bonos y echar discursos eran cosas que hacían con la mayor facilidad del mundo. Dar de comer era ya otra cosa”. Podían repartir las viviendas, podían emitir bonos de compra, podían establecer los precios pero aunque tuvieran mucha fe en el sistema comunista y en su devenir no podían crear alimentos. El control de precios provocaba, ipso facto, escasez, hambre, mercado negro, especulación, represalias, requisas, más hambre. La escasez de petróleo provocaba ausencia de combustible para la calefacción, como quiera que los edificios habían sido incautados, las puertas, peldaños, barandillas… servían de combustible, hasta que: “Los comisarios de las viviendas tuvieron que hacerse responsables de las maderas de cada inmueble, y se establecieron penas severísimas para el que quemase algo de la casa” y lograron cortar la quema aunque se helaran de frio hasta el tuétano.

En su peregrinaje por la revolución soviética, Juan y Sole abandonan Moscú y llegan a Minsk y después a Gómel (Bielorrusia), la conquista bolchevique de la ciudad la describe así: en cuanto el ejército tomaba las ciudades, “… aparecieron los funcionarios civiles del régimen soviético, que con una celeridad sorprendente en Rusia se incautaron del municipio, montaron sus oficinas, fijaron sus bandos manuscritos en las fachadas y se pusieron a repartir los inevitables bonos para el pan”. Y sigue: “Lo malo fue cuando empezaron las requisas a los aldeanos. Se lo llevaban todo: el pan, el trigo, la cebada, el ganado, los carros. El ejército rojo venía hambriento y desprovisto de prendas de abrigo, caballerías y medios de transporte”. La hambruna era consustancial a la revolución, arrasaba como una plaga. Aparejado al hambre llegaba la muerte y el terror como señas de identidad de toda revolución.

Nuestros protagonistas regresan a Kiev, que soportará sucesivas ocupaciones, el ejército rojo, los nacionalistas ucranianos, los ejércitos blancos o por el ejército polaco, antes de pasar definitivamente a manos bolcheviques. Chaves Nogales, no transige con la crueldad, denuncia las atrocidades de cada bando, las crueldades del Ejército rojo contra la burguesía y la aristocracia a través de la Checa como verdugo de los contrarrevolucionarios; los ejércitos blancos cuando masacraban a los bolcheviques y a los judíos, utilizando a los cosacos. Los nacionalistas ucranianos y los polacos eran igual de hostiles con los judíos entraron “…asesinando a diestro y siniestro, saqueando las casas de los judíos y sacando ensartados en su bayonetas a los bolcheviques escondidos. Fue una carnicería espantosa”.

La supervivencia es imaginativa, Juan Martínez y Sole se enrolan en el sindicato de artistas controlado por los soviets, pero claro, a la hora de elegir al comisario político eligieron al mismo director artístico que tenía el empresario burgués, el sistema político puede cambiar pero la persona no cambia por el sistema, sigue igual. El Director del circo era un déspota con el empresario y no dejaba de ser un déspota con los soviets, eso sí era igual de trabajador y capaz de hacer funcionar el circo. La misma habilidad que tenía con el empresario la mostraba con el comité del sóviet, cuando le pedían cuentas de su conducta ponía la misma sumisión y docilidad que con el empresario. “Se daba el caso de que los artistas a quienes trataba a puntapiés durante los ensayos o las funciones después le ponían las peras a cuarto en la reunión del soviet, y él sin ningún amor propio, se justificaba ante ellos, humildemente, explicando siempre sus exabruptos y sus resoluciones violentas. Por eso no podían con él, y seguía siendo el amo del circo con soviet o sin él”.

Juan Martínez y Sole siguieron sus andaduras huyendo y pasando muchos apuros, sobreviviendo, con el único objetivo de regresar a Paris. Cuando llegaron a Odesa el hambre y la epidemia de tifus eran una plaga: “Había tanta hambre que cuando caía una caballería muerta en medio de la calle, los hombres, como chacales, se precipitaban sobre ella, y en quince minutos dejaban monda y lironda la osamenta de la bestia, como no lo hubiese hecho mejor una bandada de buitres”. Huyeron por Constantinopla hasta llegar a Paris.

Manuel Chaves Nogales a través de un personaje tan pintoresco como bailaor de flamenco de Burgos, aristócratas rusos, asesinos, vividores de distinta calaña, cuenta una de las historias más trascendentales y dramáticas del pasado siglo y de alguna forma remeda la tragedia española. En definitiva estamos ante un libro original, escrito deprisa, como si desde una atalaya observara los dramáticos acontecimientos que ensombrecieron y asolaron Europa. Chaves Nogales de forma aséptica, vislumbra para discernir con una cierta objetividad, describiendo y criticando el triunfo de la crueldad y la banalidad sobre el raciocinio y la moderación.

Juan M Delafuente