El Comentario

Un día con mi trabajadora social

30 marzo, 2020 00:00

A las siete de la mañana, Pepa se levanta. Después de asearse y dejar dispuesta a su familia, se dirige al trabajo sobre las ocho menos cuarto.

Pepa es una profesional, como muchas otras, que trabaja en Servicios Sociales del Medio Rural de Castilla-La Mancha, en un Área con municipios pequeños, el mayor de ellos no pasa de los dos mil quinientos habitantes. Los ciudadanos que aquí viven no tienen que hacer mucho esfuerzo para marcar la distancia de seguridad por riesgo de contagio del COVID-19.

Cuando llega al despacho del municipio cabecera en el que realizan la atención, a causa del estado de alerta decretado por el gobierno y el consiguiente confinamiento preventivo, tiene que conformarse con realizar su trabajo a través del teléfono y el correo electrónico. Las visitas a domicilio están restringidas para caso de alto riesgo social.

La primera llamada no es la que tenía programada, sino una que acaba de entrar que no tenía prevista. Se trata de Andrés, una persona mayor que acaba de recibir el alta en el servicio de traumatología del hospital. Solo tiene un hijo que se encuentra en tratamiento oncológico y al que no quiere molestar por no agravar la situación. Andrés no puede moverse y tampoco dispone de apoyo domiciliar por parte de los servicios sociales, por lo que solicita ayuda para mantenerse en su casa. No quiere hablar de otras opciones, como la de trasladarse a vivir con su hijo. La trabajadora social le plantea varias posibilidades, coteja con Andrés lo que puede organizarse para que tenga lo necesario sin salir de casa. Después de acordar un plan con su consentimiento, Pepa comienza con los contactos consecuentes.

En primer lugar, llama a la vecina más próxima de Andrés, una señora jubilada que vive con su marido y con un hijo soltero que trabaja las tierras propiedad de la familia. Pepa trata con la vecina el compromiso de hacer la comida y la cena para Andrés, y que el hijo haga compra de productos básicos y se los acerque a Andrés una vez a la semana. La buena vecina se compromete también a limpiar y a ayudar a Andrés con su aseo personal -Pepa le insta a hacerlo con la protección suficiente para evitar contagios- y a verificar cómo se encuentra Andrés dos veces al día, aprovechando que le acerca la comida y la cena.

Todos ellos deciden probar un par de días y la trabajadora social se compromete a llamar al cabo de ese tiempo para realizar un seguimiento y abordar los posibles ajustes que a buen seguro surgirán con la práctica.

A continuación, pone en conocimiento de los profesionales del Centro de Salud de la zona lo que se ha programado desde servicios sociales para la atención de Andrés, por lo que pudiera derivarse de sus necesidades de curas, rehabilitación y otros cuidados médicos. También acuerdan estar en contacto permanente por este caso.

Son casi las once de la mañana. Pepa despliega su pequeño almuerzo y una bebida en la misma mesa de trabajo y mientras da dos bocados revisa su agenda para proceder con la primera tarea programada. En quince minutos hace la siguiente llamada telefónica. Se trata de María, usuaria del Servicio de Ayuda a Domicilio, que cuenta con el apoyo de una hija que vive en un municipio situado a 25 kilómetros. Esta hija se viene ocupando de hacerle a su madre la faena a la que no llega la auxiliar de ayuda a domicilio: traer la compra, cocinar si es necesario. Cada día, cuando dejaba a sus hijos en el colegio, se acercaba para estar un par de horas con su madre. La auxiliar de ayuda a domicilio tenía asignadas 5 horas semanales con María, una hora al día, a primera hora de la mañana, que ocupa en ayudarla en el aseo, a vestirse, a desayunar y tomar la medicación (María es diabética y requiere de un control muy riguroso). La auxiliar también recogía y limpiaba el baño y le hacía la cama si le daba tiempo.

Pero el problema ha sobrevenido en estos momentos porque la auxiliar ha tenido que suspender el servicio por motivos de salud familiar y por prevención, para no contagiar a María con el virus. Pepa llama a la hija, que ya se había puesto en contacto un día antes, para saber cuáles son las posibilidades de proveer los cuidados de su madre. En esa primera conversación telefónica, la hija transmite mucha angustia porque ella también tiene a los hijos en casa y se ve con dificultades para ir a casa de su madre.

Pepa, conocedora de todo el mapa familiar, ha investigado de ayer a hoy sobre la situación de esta familia y después de tener la situación identificada, llama por teléfono a la hija de María. Primero le comunica que, teniendo en cuenta que en la localidad viven dos hijos de María, sus hermanos, ambos casados y con familia en el pueblo, lo más sensato es que ella de momento se quede en casa, atienda a su familia y se mantenga en contacto telefónico con la madre. La tranquiliza en lo posible para que admita la posibilidad de que sean sus hermanos, los que viven en el pueblo, quienes atiendan a su madre. Pepa le refiere que habló ayer con ellos para saber si en esta circunstancia son capaces de organizarse, haciéndose cargo del plan diario de cuidados y vigilancia que precisa su madre, con la protección necesaria para evitar contagiarla, ya que ellos viven con otras personas, con sus respectivas familias. Los hermanos son agricultores y se han comprometido a ocuparse de todo aquello que su madre precisa. Y en aquello a lo que no puedan llegar por sí mismos, van a contar con la colaboración de sus respectivas esposas.

La hija de María no quiere admitir este plan de atención. Cree que si se organiza bien puede atender ella a su madre. La trabajadora social aborda los pros y los contras de su intención e intenta mediar entre ella y sus hermanos para que admita que ellos también pueden ayudar a su madre con calidad y amor, tanto como el que ella le da. Le intenta hacer ver que su propuesta es menos eficiente y apela a su sentido común, ya que emocionalmente comprueba que su amor a la madre le impide admitir que sus hermanos lo pueden hacer tan bien como ella.

Después de casi una hora de conversación, le propone que confíe en ella como profesional, que va a hacer un plan de atención para su madre con el compromiso de sus hermanos y sus esposas, observando la protección necesaria para preservar la salud de su madre. Le propone que ella se ocupe especialmente del apoyo emocional de María, llamándola por teléfono más de una vez al día, para mantener su presencia psicológicamente y evitar que su madre la eche de menos. Pepa también se compromete a realizar un seguimiento diario de la situación de María y a informarle a ella de las incidencias que se produzcan. Si algo no funcionara bien se cambiarían los aspectos del plan para que su madre esté siempre bien atendida. Entre tanto revisará la posibilidad de sustituir a la auxiliar de ayuda a domicilio, aunque es difícil, porque es un pueblo muy pequeño y no hay personas que puedan ser contratadas para reanudar el servicio. La situación de aislamiento tampoco facilita que se pueda traer a una auxiliar de otro municipio.

Hasta aquí, ya se ha hecho la una menos cuarto. La mañana está pasando deprisa. La trabajadora social se pone en contacto con el concejal de servicios sociales del municipio para tratar con él algunos temas sobre el servicio de ayuda a domicilio que se ha suspendido en la localidad, de las soluciones o dificultades que plantean algunos mayores atendidos y cuáles pueden aguantar con apoyo vecinal y/o familiar a distancia. En la localidad más próxima hay una vivienda tutelada municipal y se propone valorar con los responsables de su gestión la posibilidad de habilitar una plaza de urgencia si llegara el caso de necesitarla, aunque sabe que las plazas están al 100 % de su capacidad. Realiza las llamadas y hace balance de la situación.

Se pone en contacto con la Delegación Provincial de Bienestar Social para consultar la posibilidad de obtener de algún modo el apoyo de auxiliares de otros municipios para atender los casos que tiene en éste. Queda pendiente de concretarse una respuesta porque la persona que gestiona el programa no ha podido ir a trabajar y no hay nadie que sustituya. Lo intentará de nuevo mañana.

Cerca de las 14:00 entra una llamada de Ángela, una mujer de 59 años. Su familia vive de la venta ambulante son siete en casa tres de ellos menores de edad, llevan más de 15 días sin ingresar un euro en casa. Las cosas no van bien, piden ayuda para comer, lo que sea. Pepa le toma los datos, identifica y se dispone a tramitar una Ayuda de Emergencia Social, aunque sabe que una vez cumplimentado todo el proceso, pueden tardar seis meses en contestar. Queda con Ángela para realizar una visita a domicilio en dos días, de forma que pueda recoger la documentación necesaria y hacer un apoyo directo, valorando in situ la situación de la familia y otros aspectos en los que pueda ayudarles. Así mismo le comunica que todas las gestiones que haga para paliar la situación de emergencia alimentaria se las comunicará en cuanto haya concretado algo.

En paralelo, se pone en contacto con la Cruz Roja de la Provincia para que facilite una ayuda de alimentos y productos básicos. En estos momentos Cruz Roja no dispone de voluntarios activos en el pueblo ni en la zona, se aborda cómo hacer llegar la ayuda a la familia de Ángela. La solución se encuentra recurriendo a los cuerpos de seguridad del estado, a través de la Subdelegación del Gobierno, para que sea lo más rápido posible. Pepa también gestiona una ayuda del ayuntamiento para que la familia pueda adquirir alimentos perecederos y frescos. Se pone en contacto también con el párroco, sabe que están reuniendo dinero, ropa, alimentos para las familias que lo necesiten y acuerda con él que una voluntaria de Cáritas parroquial le haga llegar a la familia de Ángela una caja con lo que disponen y algo de dinero para compras directas.

Al acabar estas acciones vuelve a ponerse en contacto con Ángela para darle cuenta de lo realizado y de las ayudas que ha coordinado y le van a llegar por distintas vías.

Reflexiona sobre la situación de Ángela y toma conciencia de que como esta familia hay muchas, esta es la pandemia de la pobreza que se agrava. De modo que hace un escrito instando a los alcaldes de su zona a que aborden en los plenos municipales la posibilidad de aprobar una partida presupuestaria para situaciones de emergencia. Deja enviado el correo electrónico y elabora el esquema de un informe que entregar a los alcaldes para justificar técnicamente la propuesta.

Son las 15:15 y Pepa respira, no porque haya concluido, sino porque se concede permiso para hacerlo. Los problemas para atender a personas vulnerables, que en situaciones de normalidad ya son complicados, ahora se han multiplicado.

Hace un listado de tareas para mañana, las prioriza, pero siendo consciente de que la realidad puede alterar ese orden de un día para otro.

Cuando llega a casa, se desnuda en la entrada, en el cuarto de baño que hay sólo para los papis se ducha y desinfecta, y se suma a la vida familiar.

Cuando ha acostado a sus hijos, se conecta con el ordenador y deja, en el espacio que comparte con sus compañeros de Área, lo que ha realizado hoy y las cuestiones pendientes para que al día siguiente sepa el trabajador social de guardia, donde está el tajo.

Margarita Pardo Alfaro. Profesora de la Facultad de Trabajo Social de Cuenca. UCLM

*** Los datos y los casos son ficción, inspirados en situaciones reales que han relatado varias trabajadoras sociales de la región.