Ximo Puig, secretario general de los socialistas valencianos, se ha manifestado con indignación mal contenida ante la jugada que desde el Gobierno de Sánchez le han gastado, después de la aceptación de los socialistas valencianos y murcianos de los compromisos, que parecían ser definitivos, alcanzados en el Consejo Nacional del Agua a finales de noviembre.

Ese día, lo que fundamentalmente se acordó por un órgano como el CN del Agua, cuyas decisiones no son vinculantes, era, en esencia, ralentizar el cumplimiento de los caudales ecológicos en el Tajo con una moratoria por unos cuantos años más. Entonces, Ximo Puig vendió la resolución en todo Levante como un triunfo propio y Emiliano García-Page reaccionó con la amenaza de recurrir al Tribunal Supremo o al Sursumcorda si aquello se llevaba a efecto. Ahora, cuando el texto elevado para consulta al Consejo de Estado se ha remitido a todas las comunidades, es Ximo Puig el que amenaza con los tribunales y jura en arameo contra la doblez y la puñalada de pícaro del compañero Pedro Sánchez, y Emiliano García-Page calla elegantemente y saborea un triunfo con el que pocos contaban.

Alguien dirá que el triunfo de García-Page consiste únicamente en el cumplimiento de la ley y el acatamiento, por parte del Gobierno de España, de una sentencia del Tribunal Supremo, ya que de otra manera el delito de prevaricación sería evidente, aunque ya se sabe que Sánchez no es precisamente un político al que le importe demasiado el retorcer las leyes o las instituciones. Sea por una cosa o por otra, por lo que parece, porque con Sánchez nunca se puede estar seguro hasta que lo veamos en el BOE, en este caso todo saldrá adelante conforme a lo que se preveía, tras la sentencia del TS y anteriormente a la sesión del Consejo Nacional del Agua de noviembre.

En este caso, el enfrentamiento y la discrepancia se ha dado entre dos comunidades con gobiernos socialistas, aunque me temo que habríamos vivido la misma secuencia con protagonistas de la derecha a uno y otro lado. La cuestión del agua, por mucho que se empeñe la izquierda en capitalizarla trufándola de motivos ecológicos y medioambientales y la derecha en vender solidaridad territorial, es, desde el estreno de la España de las autonomías, un tema en el que los unos y los otros mantienen argumentos y pretendidos principios que a la hora de la verdad se resumen en un discurso que firmarían sin dudar los mas cerriles de los nacionalistas hispanos.

A ver quién se atreve a vender en Valencia y Murcia el fin del trasvase, y quién en Castilla es capaz de defender la necesidad de mantenerlo. Ese ha sido el gran triunfo del nacionalismo en estos cuarenta años de siembra en todas las tierras de España. Y la cosa tiene mal apaño.