Cualquiera que haya estudiado un poco la historia del PSOE en este casi siglo y medio de su existencia no se puede echar las manos a la cabeza y escandalizarse ante los bandazos ideológicos, tácticos y de todo orden que en el presente se personaliza en Pedro Sánchez. Alguien dirá que el cambio, la evolución y la adaptación a los tiempos históricos revela ante todo inteligencia en sus dirigentes, y también que aquella institución que no lo sabe hacer está condenada a desaparecer, y si no que miren hacia la Iglesia Católica.

El PSOE es ante todo un partido político, y a veces nos olvidamos que el fin fundamental  que mueve a la creación de un partido es la conquista del poder y el mantenimiento en él si puede ser a perpetuidad. En esto, hay que decir, que sobre todo desde la Transición hacía acá, el PSOE ha sido ejemplar.

Felipe comprendió que con el partido de Largo Caballero, de Indalecio Prieto o de aquel club de jubilados presidido por Rodolfo Llopis (quien se acuerda del pobre Llopis) con cuarenta años de exilio a las espaldas no iba a ninguna parte. Se olvidó de los viejos dogmas y de los sagrados iconos y se puso al frente de la manifestación con su felipismo como programa fundamental.

José Luis Rodríguez Zapatero demostró que si las cosas cambiaban, como se veía en ese populismo de izquierdas que se abría paso de la mano de unos jóvenes que habían nacido con la democracia y ahora ponían en cuestión la Transición como un enjuague entre políticos paralizados por el miedo, había que subirse a la ola que se veía venir: si no se tenían mayorías suficientes en unas elecciones, lo suyo era buscar los apoyos aunque fuera en el infierno, lo importante era que la máquina sirviera para lo que estaba creada.

En el zapaterismo estuvo la primera gran adaptación a los tiempos que venían, y así fue posible ese fenómeno de transformación fundamental de las bases del partido, deslumbradas por las verdades radicales de un tal Pablo Iglesias y la necesidad de ganar por fin la Guerra Civil. Fue la ola que llevó a una podemización del PSOE y al éxito de Sánchez, defenestrado por los dirigentes y levantado y entronizado por las bases. En aquellos tiempos muchos fueron los dirigentes del PSOE que se sintieron desbordados por la militancia.

Y en esas estamos. Pedro Sánchez tenía claro que para mantener el poder no tenía otra alternativa que pactar con quien pacta y ceder todo lo que sea necesario aunque se pongan en riesgo cosas de esas que son algo más que palabras perdidas en una carta constitucional. Page jura que él nunca lo haría. En esas estamos, ya digo. El PSOE de siempre está ahí. Como el dinosaurio de Monterroso.