En Navamorcuende, el pueblo donde vivo, Luis Mariano, el alcalde, acaba de resucitar un clásico de la literatura higienista y municipal: el bando de las meadas fuera de tiesto. En realidad no lo ha hecho con un bando con prosa retro del dieciocho, como hacía el alcalde Tierno Galván, sino a través de la megafonía del Ayuntamiento, como se anuncian estas cosas en los pueblos, para general conocimiento de la vecindad, desde que desapareció el oficio municipal de pregonero.

Uno se alegra de que Luis Mariano haya tenido que echar el pregón, porque eso dice que la plaza del pueblo se ha vuelto a llenar de chiquillos que corren y juegan hasta las doce de la noche en que se decreta el toque de queda para los menores mientras que los más mayores prolongan la velada. Hay gente y uno se alegra por ello, aunque se meen en los alrededores de la plaza y las autoridades amenacen con multas, que todo el mundo sabe no se podrán aplicar a menos que el señor alcalde haga de guardia municipal y todas las noches saque a pasear el boletín de las multas y la gorra de alguacil o el chuzo del sereno de cuando entonces.

Lo de los bandos sobre aguas menores y menores en las ciudades, villas y pueblos que se precien, viene de antiguo. Esquilache, aquel ministro de Carlos III italiano, ya se dio cuenta de que una villa y corte que mantenía vigente el sistema de evacuación de bacines, bacinillas y orinales al grito del ¡agua va! no tenía sentido en pleno Siglo de las Luces. Esquilache topó con la resistencia de los madrileños a las capas cortas, al sombrero de tres picos y al abandono de las meadas callejeras, aunque se realizaran tras la capa de un embozado que sostenía el correspondiente orinal a manera de urinario humano. Luego dijo aquello tan paternalista y progre de "los españoles son como niños, lloran cuando se les pretende lavar la cara".

El caso es que Luis Mariano, quizás por aquello de que está en los últimos meses de su mandato y ya ha dicho a todo el que lo quiera saber que no se presentará a las próximas, no ha querido ser menos que esos alcaldes de Madrid decimonónicos y nos ha dejado un pregón de los de antes del invento del bidé, el zotal para las esquinas y el jabón Lagarto.

A uno le ha gustado la iniciativa porque demuestra que la vena higienista e ilustrada de nuestros alcaldes no ha mermado del dieciocho acá, porque ha vuelto la vida de las noches de verano al pueblo y porque el género del bando de las meadas sigue tan vivo y necesario como antaño.

Mi amigo Manolo Cerdán, al que siempre le ha gustado esta literatura, tiene puesto en cerámica, en un lugar que no puede evitar el meón que pasa por su casa, unos versos de replica que un anónimo madrileño dedicó al Duque de Sesto, alcalde de Madrid a la sazón, por uno de esos bandos contra las meadas callejeras: "¿Tres reales por mear?/ señores, ¡que caro es esto!/ Qué llevará por c…. el señor Duque de Sesto". Pues eso.