No es la primera vez que una marca comercial la utiliza y no será la última, comprobado el éxito y la firmeza con que la expresión ha arraigado en el lenguaje popular. En este caso ha sido un lubricante íntimo el que ha llegado a Cuenca con unos carteles que por lo menos han tenido la virtud de levantar la sonrisa de sus habitantes: “Mucho mirar a Cuenca pero aquí no pilla ni el Tato”, una frase de esas que hace solo veinte años nadie entendería, pero que hoy utilizan hasta los niños de Primaria con pleno conocimiento del  continente y el contenido, porque, hace años, también lo de pillar era otra cosa; y no digamos el contexto diferente en el que hacía su aparición el célebre Tato.

Antes de la firma de geles íntimos, una cadena de televisión a la carta como Netflix ya la usó para anunciar Sex Educatión, una serie de adolescentes británica con una primera temporada brillante, divertida y ocurrente y una segunda no tanto. Y luego están los famosos extranjeros que se han sumado a adaptarla al idioma inglés con una naturalidad que nos sorprende.    

En esto de las frases y expresiones que se abren paso entre el lenguaje de cada época siempre hay gente dispuesta a ejercer de lingüista de Perogrullo y explicarnos su etimología: así, unos ven su origen en la expresión ponerle a uno mirando hacia La Meca que luego alguien se trajo al terreno castizo y cercano, ya fuera por pasar de lo Universal a lo local, o ya por lo que sospechan otros, reciclar el material verbal hacia terrenos menos peligrosos y más políticamente correctos. Si se hurga un poco en la red no faltará tampoco quien ponga nombre de algún rey o algún príncipe al protagonista de la hazaña que dio origen a la frase.

Todo el mundo sabe desde hace siglos cuál es la postura que se adopta para mirar hacia La Meca. Lo de ponerle a uno mirando hacia Cuenca, hasta hace unos pocos años, le sonaría a alguien a cualquier cosa menos a lo que realmente se ha impuesto en el imaginario colectivo.

Son los misterios del lenguaje vivo, que se escapa sin querer del control de los hablantes y acaba expresando lo que quiere, como quiere e inventando leyendas, mitos y ritos para justificarlo.

Pero según andan los tiempos, a  ninguna ciudad ni a sus habitantes les viene mal que les den un poco de vidilla positiva. Algún turista más caerá, o por lo menos todos habremos ganado el acceso a una sonrisa. Eso sí, en lo de elevar el índice propio de gente mirando hacia la propia ciudad parece que la cosa es urgente. Los del gel y la campaña se han puesto a ello. Ya veremos.