Ana Patricia Botín-Sanz de Sautuola O´Shea, presidenta del Banco del Santander, se ha marcado un “jefe infiltrado” en Puertollano. Ya se sabe que la familia Botín ha sabido siempre hacerse perdonar el oficio de banquero. Un oficio, que de Jesucristo y sus cristianos acá, tiene mala prensa. Al préstamo lo condenaban los padres de la Iglesia de una manera radical con aquello de que el  dinero no puede parir dinero, dicho en latín y desde el púlpito. Luego hubo que templar teologías y se encontró la manera de “adaptarse a los tiempos” y los banqueros dejaron de estar excomulgados para convertirse en los grandes mecenas de sí mismos y de cualquier religión que no les afeara como ganaban  su dinero.

En la Europa cristiana el conflicto se solucionó con la Reforma y aquel Juan Calvino que predicó que si alguien se hacía rico era porque tenía el favor de Dios. Ya se sabe que aquello solo prendió de los Pirineos y los Alpes hacia arriba y aquí nos quedamos con ese recelo hacia el banquero, el hombre de negocios y el emprendedor que dicen ahora. Si en España tardó en cuajar el capitalismo fue porque no se entendió lo de la ética del trabajo y la bendición del triunfo empresarial que explicaba Max Weber del Renacimiento acá. En España ser banquero era sinónimo de usurero, de “perro judío” o de algo peor. Galdós fue el último en contar las desgracias que el oficio conlleva con sus novelas de Torquemada. Un triste, literario y decimonónico consuelo de los Miquis o las doñas Benignas.

Los Botín siempre han sido unos avanzados en hacerse perdonar y ahí está la Fundación, el Festival de Música, el Concurso de piano y todo lo que se tercie. Han tenido claro que la imagen es fundamental en el negocio y desde que Ana Patricia se ha puesto al frente mucho más.

Y falta que le hace, porque no hay un día en el que no se anuncien despidos en el sector, mientras los usuarios protestan porque les cobran por todo y los servicios presenciales se reducen al mínimo. Para la mayoría de personas mayores el banco se ha convertido en un dolor de cabeza permanente. Conozco a gente mayor que prefiere ir a la consulta del médico que acercarse a una sucursal de un banco para realizar el trámite más rutinario. Un suplicio. Cada vez menos empleados atendiendo al cliente y cada vez más comisiones cuando les llevas tu dinero… Y no se salva nadie.

Ahora Ana Botín ha ido a la sucursal de Puertollano y uno espera que además de hablar con los empleados lo haya hecho con algún jubilado de esos a los que no les da la gana hablar con una máquina.