Ojo con esto. Pedro Sánchez está malherido, pero no muerto. La supervivencia es su lema. Será un grave error cantar victoria antes de tiempo y dar por amortizada su etapa. Ahora, entrando en fase terminal, es más peligroso que nunca. Los coletazos del gigante maltrecho que lo destroza todo antes de sucumbir. Quiere sobrevivir, mantener la respiración, cortar la hemorragia y volver a la vida. Bocanadas angustiosas a bocajarro. Sánchez I El Fatuo ama desesperadamente el poder, es a la vez su pasión y su debilidad, y dará la última batalla hasta el aliento final. Y antes que eso, incluso, se ama sobre todo a sí mismo: no se rinde, no se detiene, no está en su naturaleza. Es un guerrero, un killer político, y agotará todas sus fuerzas. El terremoto andaluz ha zarandeado las estructuras de su poder y ha provocado desánimo y dudas venenosas en sus dominios, pero la devastación del sanchismo todavía se muestra lejana y con capacidad de reconstrucción. Colea, vive y busca venganza.

No lo olviden. No sonrían antes de tiempo. Salvo demolición final imprevista, Sánchez llevará la legislatura hasta el último día. Final de 2023, principio del 2024. Y entonces ya se verá. Jamás abandonará el palacio presidencial mientras esté en su mano. Morderá antes con rabia y luchará desesperadamete. Ni Sánchez está acabado, ni la legislatura tampoco. Hay partido. Mucha guerra por delante. El siguiente año y medio no va a ser un camino de rosas para Alberto Núñez Feijóo. La maquinaria sanchista de poder, sorprendentemente más torpe de lo que parecía, es también muy peligrosa y, sobre todo, no tiene escrúpulos. Eso es fundamental. Huele la sangre y se revuelve. El sanchismo quiere acapararlo todo y contraatacar porque en ello le va la vida. Juega la baza como si no hubiera límites y aspira al control y el asalto total: instituciones, medios, jueces, empresas, sindicatos, representantes sociales y hasta las Cortes Generales, máxima representación de la soberanía nacional y la democracia. Todas las estructuras del Estado y todo a la saca de su autoridad señorial. Como gobernante es un elemento irremediablemente a combatir, pero como personaje y césar es fascinante. Sánchez ha hecho de la mentira su único gran proyecto político mirando siempre a la mañana siguiente: un día más con vida.

Las baronías territoriales del socialismo, es cierto, han entrado en pánico después de la debacle andaluza, posible antecedente del futuro que viene, y hacen bien en ponerse a cubierto y pertrecharse de lanza y escudo. Sánchez ahora también puede ser su peor enemigo. Por doble vía: el marchamo sanchista quema ante las autonómicas y municipales del año que viene y el dragón herido no sabe bien hacia donde pega los manotazos. Va a llover a jarrazos. No hay que descartar el fuego amigo en la marca PSOE. Con Sánchez ya fracasaron los idus de marzo y ahora el futuro es incierto, pero una cosa es segura: el káiser irá a la guerra y dará todas las batallas posibles hasta el desenlace final, sea el que tenga que ser. Lo titula este domingo Lucía Méndez: Pedro está mal, pero no acabado. Peleará: como sea y caiga quien caiga.