La democracia española no ha querido aprender todavía que los nacionalismos son insaciables, un pozo negro de voracidad por los privilegios, y que no está en su naturaleza parar esta tendencia al infinito. Será por tontería, por buenismo o por ingenuidad. También por los intereses partidistas que sucesivamente se han ido alternando en los últimos cuarenta años en España, pero es una obviedad que el independentismo siempre quiere más. Es glotón y es egoísta. Y quiere comer aparte, abusar de la debilidad de los demás para engullir todo lo que pongan a su alcance, zampar sin masticar, a dos carrillos. Los nacionalistas no tienen límite: cada nuevo privilegio, lejos de apaciguar sus ansiosas expectativas, será el punto de apoyo para la siguiente regalía, y así una y otra vez. Nos lo han enseñado ellos mismos, sin que hayamos terminado de enterarnos. Estamos tontos.

Los hechos nos delatan: somos una sociedad despreocupada, olvidadiza y adormecida, en exceso vulnerable y doblegada ante la propaganda política de los unos y los otros. Pronuncian “Estado” donde en realidad quieren decir “partido” y nos dejamos pastorear por los charlatanes y la enorme mediocridad ambiental que ha ocupado casi todos los espacios en la política española. El sanchismo no es la enfermedad, sino tan sólo uno de sus síntomas, porque lo que nos pasa anda sumergido a mayor profundidad y no tiene solución con la simple alternancia en el poder. No hay políticos de Estado, no hay gobernantes de verdad, no hay integridad en la dirección nacional de los asuntos públicos. Duele de lo evidente que es esto que tenemos ante los ojos.

Está muy bien que el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, quiera hacer piña con otros presidentes autonómicos, unos poquitos, para intentar frenar los privilegios de los nacionalistas, pero no es suficiente. Al revés: es abiertamente insuficiente. Un paso muy pequeño; bienintencionado pero irrelevante. Esto le servirá a Page tal vez para aumentar su integridad política y su credibilidad, y salvar la cara ante sus parroquias en el PSOE y en la comunidad castellano-manchega. Y dar algunos titulares en los medios, pero no resolverá ningún problema porque se trata de una fuerza muy pequeña frente a un dinosaurio muy grande y muy voraz. Un dinosaurio que, cuando despertemos, no sólo no se habrá marchado, sino que seguirá hambriento e inmune a las inofensivas embestidas de una sociedad sometida a la mentira y la anestesia.