No las conozco de nada, pero me había hablado de ellas Irene Pardo, la directora del Festival de Almagro. "Si puedes, no te las pierdas", me dijo. Y así fue cómo haciendo caso a la maga que conduce el evento cultural más importante del verano, di con ellas.
Brujo aparte, pasé una de las veladas más descacharrantes que uno recuerda en tiempos, cuando la risa, la carcajada, el talento, el humor y el ingenio se multiplican en la piel de tres mujeres asombrosas que llenan el espacio escénico con su sola mirada. Porque esa sería otra y por ahí empezaría…
Cómo miran al público y lo hacen partícipe sin moverse del sitio de la astracanada, el bufón y el relato. Es como si los ojos destellaran el guiño pícaro que requiere una función como La reina brava. Esa fue la propuesta que trajeron a Almagro el fin de semana y con la que todavía me estoy riendo.
El gran Juan Carlos Aragón dijo una vez que la gracia de Cádiz era el revés o trasunto del dolor. Tiene toda la razón del mundo porque si algo he aprendido las veces que he ido a la tierra infinita de la luz, el viento y el mar, es a escuchar sus gentes, las cosas, su acento.
El Carnaval es la expresión máxima de Cádiz porque libera todo el dolor de lleno, sumido en la gracia que de manera natural se eleva, igual que la espuma corona el mar. Y eso son las niñas de Cádiz, el encanto de la Tacita sobre un escenario, con clásicos a los que revientan, pero levantan sobre la esencia del canto, la copla, el cuplé, el verso y el pito de caña.
La reina brava es la sátira descarnada de todo poder, desde el tirano más abyecto al del militante de partido que se cree con derechos por tener un carné y haberle dado al botoncito. Entre Ricardo III -del que obviamente es trasunto la reina brava- y Pedro Sánchez, uno puede imaginar a todos los que alguna vez tuvieron poder sin mentar a ninguno…
Porque esa es la grandeza de las niñas de Cádiz, que sin nombrarlos, el espectador puede hacer cuenta de lo que dicen o hacen aquellos que fueron poderosos y ganaron sus primarias o contiendas a base de chanchullos y favorcitos.
Qué talento tan desmesurado, qué gracia tan infinita, qué mala hostia tan bien tirada… Si nos reímos aquella noche, fue porque los que allí estábamos, en el Palacio de los Villarreal, nos veíamos reflejados a carta cabal en lo que ellas decían.
Hasta los funcionarios de sueldo vitalicio y hora de almuerzo. Por no hablar de la prensa, que llevó lo suyo y de lo más merecido. Quien vino conmigo me agradeció la terapia de choque y uno de la fila siguiente que no se reía porque debía ser un triste o un serio, terminó aplaudiendo la función de medio lado.
A todo esto, el verso por bandera y el ritmo, el compás y la copla de una sonoridad rotunda, sin utilizar adorno alguno que no fuera necesario. La escenificación mínima y la propuesta basada únicamente en tres mujeres que van cambiando el vestuario, agiliza más la obra y el vértigo con que se desarrolla. No les cuento más, pero quería ponerles sobre aviso.
Si pasan cerca de sus casas o ciudades, no dejen de ir a verlas. Me nutrieron hasta de un insulto nuevo, aborto de potro, que jamás había escuchado. Mala leche, un rato y toda… Las niñas de Cádiz, talento, gracia y arte… Vitamina 'pa' seguir viviendo. Y el que no lo entienda, un mojón pa tós sus muertos.