En el último cuarto de siglo han cerrado en España 231 monasterios de monjas contemplativas. La diócesis de Toledo conserva 33, 12 de ellos en la capital. Diez en el casco histórico.

Son los que más están acusando la agonía, el declive, de una forma de vida, tal y como describe el profesor José Carlos Vizuete Mendoza, mi referencia absoluta en el asunto conventos. Este historiador, pionero en dedicar atención académica a este tema, lleva más de 10 años construyendo una imponente base de datos donde registra de forma documentada cada movimiento que se produce en el mapa conventual.

Carlos estima que nuestro país, con un tercio de la vida religiosa de la Iglesia católica, en unas décadas apenas podrá mantener abiertos 200 monasterios de monjas contemplativas. En 2001 había 900.

Hace algunos años, cuando me dio el siroco de licenciarme en Historia siendo ya periodista, tuve la fortuna de ser su alumna. Cada clase era una lección magistral de vida y de sabiduría, en las que enseñaba e inspiraba, colocándonos en el camino de la inquietud, de la sensibilidad y de la pasión por el conocimiento.

La religión, el culto mariano y la vida conventual formaban parte de su corpus intelectual ya entonces, pero fue a partir de 2015 cuando comenzó a explayarse científicamente al respecto en cursos de verano, grupos de trabajo local, congresos y publicaciones. Recientemente, ha comisariado en Córdoba una exposición para mostrar el universo femenino tras los muros del convento.

Estos días he vuelto a charlar con él para documentar este artículo. Con mucha candidez y bastante osadía le pedí su solución al problema de los conventos, que se cierran por la escasez de vocaciones, el envejecimiento de las comunidades y una falta de ingresos de compleja casuística que las hace incapaces de afrontar el mantenimiento de las instalaciones, la rehabilitación de los edificios, ciertos gastos médicos o incluso la seguridad social.

Con mucha honestidad y bastante valentía, dice Carlos que no tiene las respuestas a esta crisis, pero sí maneja los datos para afinar en el diagnóstico. Me enseña una fotografía que es elocuencia pura. Aparece el arzobispo de Toledo con las Comendadoras de Santiago, que este año celebran el 850 aniversario de su fundación. En una treintena de monjas, solo tres son españolas, lo que retrata la práctica común de importar vocaciones de Asia e Hispanoamérica. El recurso se ha mostrado ineficaz, "un injerto en los viejos troncos de los monasterios españoles que no ha sido capaz de devolver la vitalidad a conventos en declive", escribe Vizuete.

Un total de 168 monjas contemplativas habitan hoy los monasterios de Toledo y casi la mitad tienen más de 75 años. Para conseguir ingresos extraordinarios se dedican a la fabricación y venta de dulces artesanos como el mazapán, que se ha puesto por las nubes debido al elevado coste de la electricidad y de la materia prima; a las guarderías, al alquiler de locales, a alojar universitarias, al damasquinado, a la lavandería industrial o al bordado y la confección textil, que es otra estrategia de subsistencia con la que muchos conventos hacen doblete.

Es claramente insuficiente, por mucho que trabajen las comunidades escasas de mano de obra; por mucho que se promocione su actividad o por mucho que las buenas intenciones lleven a la sociedad civil, bien arropada con entusiastas palabras, a organizarse para prestar apoyo.

La solución ni es fácil ni puede ser banal, porque el cierre de un convento no solo implica la desaparición de ese patrimonio inmaterial al que tanto esfuerzo académico ha dedicado el profesor Vizuete, sino una serie de consecuencias sobre sus bienes muebles e inmuebles, sujetos a un complejo entramado de normativas y jurisdicciones que a menudo contravienen los intereses de las monjas.

Señoras y señores que deciden y actúan: piensen, por favor, en ellas.