De entre todos los análisis que he escuchado en las últimas horas sobre el Comité Federal del PSOE del sábado, el más acertado me parece el de Rafa Latorre. Dijo el periodista de Onda Cero la otra noche que la principal diferencia entre Sánchez y Page es que, mientras el líder socialista tiene de su lado a los militantes, el barón regional cuenta con los votantes.
Podría pensarse que lo segundo es más importante. Lo es, si nos atenemos a las citas electorales, pero no tengo tan claro que eso te garantice un auténtico poder. Porque en las democracias modernas, el partido ya no filtra la representación, sino que reina y domina sobre ella. Hace mucho que Sartori describió esta especie de doble mandato en el que la obligación del representante hacia el partido prevalece sobre la responsabilidad adquirida ante el elector.
Pedro Sánchez ha llevado este proceso a su máxima expresión. Ha construido un partido a su medida, vaciado de voces críticas, en el que todos le deben el cargo en mayor o menor medida. ¿Qué va a hacer en la vida Milagros Tolón cuando Sánchez se enfrente al inevitable escrutinio de la derrota? ¿Y la tal Montse Mínguez, flamante portavoz, que ayer, en un alarde de meritocracia, llegó a decir que Sánchez era “honesto, sincero y comprometido”? ¿Y qué será del ministro Puente, con más literatura en las redes sociales que en el BOE, cuando, una vez pasado el furor sanchista, la hemeroteca le devuelva una vida de infamias?
Page podrá vivir con la cabeza en su sitio. Porque sus errores, que son muchos, son subsanables. No tiene que pedir perdón por desguazar su país, por venderse a delincuentes de todo tipo, por alquilarles Navarra a los herederos de los pistoleros; el presidente de Castilla-La Mancha podrá ganar o perder las elecciones, pero lo hará, en ambos casos, con dignidad.
Y creo que el PP de Castilla-La Mancha se equivoca al no reconocerle la valentía que demostró el sábado. Es cierto que se le podría exigir aún más a Page, quizá el martirio, pero no es el momento. Ahora toca estar a su lado, porque hizo lo correcto. Y no debió de ser fácil levantarse en medio de aquella sala, rodeado de militantes enfervorecidos, enfermos de ideología, y decir la verdad. Aunque fuera tímidamente.
Sánchez no tiene votantes, pero sí legionarios con las armas engrasadas, dispuestos a lo que sea. Niegan la verdad, incluso la desconocen, han alterado todos los límites morales imaginables; incluso aquellos que tenían un nombre lo han socavado hasta límites insospechados —Margarita Robles y Grande-Marlaska, fundamentalmente—.
Veremos por cuánto tiempo sostienen a Page los votantes.