La ministra María Jesús Montero personifica el dicho de "quien se fue a Sevilla perdió su silla". Con la llegada del viernes viaja a la capital andaluza para enfundarse su traje de faralaes y empezar la gira de disparates, a cual más populista, para intentar recuperar el feudo andaluz.

La primera vuelta al ruedo la dio poniendo en duda un principio fundamental como la presunción de inocencia, con la sentencia de Dani Alves, y recibir la crítica de la totalidad de las asociaciones de jueces y fiscales de España, algo con lo que tuvo que recular, aunque fuera más por obligación que por convicción, para no enturbiar más el ambiente.

En lo personal puedo creer que el señor Alves es deplorable y de una bajísima catadura moral, pero de ahí a tener que demostrar su inocencia hay un trecho; pero ya se sabe que hay personas, como la señora Montero, que respetan las decisiones judiciales salvo que haya un mitin a "porta gayola" y necesite unos segundos en los informativos del domingo. En ese caso se permite despotricar contra todo el mundo sin el más mínimo rubor.

Pero para disparate el de la universidad pública o privada. Señora Montero, ese debate no está en la calle, ese debate lo ha generado usted seguramente para escorarse un poco más a la izquierda e intentar arañar un par de décimas en los sondeos.

La universidad privada, duela a quien duela, supera en muchos aspectos a la pública y en ningún caso regalan títulos. ¿Puede alguien sostener que un estudiante de Medicina de Harvard, un jurista en Stanford, un científico de Yale o un programador del Tecnológico de Monterey no está bien preparado?.

De verdad una ministra puede sostener tan magnánimo disparate y no avergonzarse de salir a la calle. Ha demostrado en el Congreso sus grandes dotes de mímica y su cintura para medirse, dialécticamente hablando, con la mitad de los diputados de la Cámara pero es única diciendo lo que sea necesario para ganar la cota de pantalla que no lograría a través de un programa político.

Las universidades privadas, indudablemente, tienen calidad, eficiencia y visión de futuro. El precio que se paga no es para "comprar" una titulación sino para recibir una atención personalizada, para estudiar en unas instalaciones más avanzadas con  unos recursos tecnológicos de vanguardia, probablemente en laboratorios modernos, bibliotecas actualizadas y aulas eficientes y cómodas que marcan la diferencia.

Y qué podemos decir de su adaptación al mundo laboral. Los centros privados tienen una gran conexión con empresas, ofrecen prácticas profesionales desde etapas tempranas y se enfocan en competencias reales que el mercado exige. Es por eso por lo que se paga, no por la idea de conseguir un título desde la cafetería de la facultad.

Afortunadamente, hoy en día la Universidad privada y la pública pueden coexistir y cada una de ellas tiene sus matices, sus ventajas y su cuota de alumnos, pero es un absoluto disparate, incluso una ofensa, el poner en duda el trabajo que realizan y, sobre todo, que esto salga de la boca de una ministra que se sienta "a la derecha de Padre" y fabricando una nueva cortina de humo para tapar, sabe Dios qué.