Mientras escribo este artículo, el cielo de Toledo se cubre de nubes a causa de la borrasca Nuria. Son nimbostratos o altoestratos o estratocúmulos, quién sabe. Lo cierto es que desde que leí Los cielos retratados, de José Miguel Viñas, no dejo de entrenar la vista para reconocer cada uno de los diez géneros nubosos.

Lo peor, o precisamente lo mejor, es que los busco también en los museos. Escuchar y leer a Viñas, físico del aire y consultor de la Organización Meteorológica Mundial, ofrece una perspectiva alternativa sobre la historia del arte y confirma que no somos de ciencias o de letras. Somos de la tercera cultura, en la que confluyen saberes humanísticos y experimentales sobre la base de la filosofía natural, que diría John Brockman. O sobre la metodología y el pensamiento crítico, matizaría yo.

Cuenta José Miguel en su último y exitoso libro que las marcas de las algas en las fachadas de los palacios inmortalizados por Canaletto y Belloto han permitido a los científicos inferir que en el siglo XVIII el nivel de la laguna veneciana estaba 60 cm más bajo que en la actualidad. Es el arte al servicio de las Ciencias de la Tierra y un "gozo intelectual" disfrutar de la belleza con mirada científica.

En su viaje a través del tiempo y el clima en la pintura, Viñas analiza los paisajes congelados de Brueghel y Avercamp; la nieve de los pintores rusos, Monet o Pisarro; las atmósferas azules de Patinir; el viento helador de Padilla y Ortiz; las nieblas de Friedich o el arte plain air de los y las impresionistas. También nuestro Greco, con sus nubes rasgadas y plomizas, y esa Vista de Toledo que atesora el MET, en la que vibran los colores después del chaparrón.

La provincia de Toledo inspiró a Goya, pintor de cumulonimbos, que enmarca a los personajes de Baile a orillas del Manzanares en una reventona nube de tormenta crecida en nuestros montes. Probablemente no lo sabía, como cualquiera que no haya encarado esta obra con ojos de meteorólogo.

Con pasión y detenimiento, el autor señala que los cielos de Velázquez tienen denominación de origen. Son cielos "complejos y enmarañados", con presencia de cirroestratos y altoestratos, nubes altas mucho más singulares en la historia de la pintura, que cubren la bóveda celeste y muestran un "azul entreverado en las veladuras nubosas". Parece que el genio sevillano no recortaba el preciado lapislázuli.

Largo y tendido habla de John Constable, "el hombre de las nubes", no solo pintor y paisajista, sino estudioso hasta la obsesión de las formaciones que otro inglés, Luke Howard, clasificó en su ensayo de 1802. Y de las nubes lenticulares que recrearon Piero della Francesca y Andrea Mantegna desde su ubicación transalpina. O el mismo Dalí, al sur de los Pirineos.

Todos ellos pintaban lo que veían, al igual que Turner, Vang Gogh o Munch reprodujeron en sus obras peculiares cielos cubiertos de partículas volcánicas. Pero, además, los cuadros ofrecen información climática y meteorológica sobre el pasado, tal y como reflejan las inundaciones de Sisley o la Vista de Zaragoza de Martínez del Mazo.

Los cielos retratados es un libro de historia y de ciencia, de arte y de tecnología, pero es también una guía de viajes en la que Viñas entreteje sus múltiples y variados saberes y evoca el poder transformador del arte. Tanto como el de la ciencia.