Puy du Fou ha estrenado este año el montaje histórico sobre la Guerra de Independencia, aquellos seis años donde España es la última vez que fue nación. Echamos de manera conjunta al invasor francés, Napoleón y su hermano. Por supuesto, la primera paradoja radica en que sean ellos – los franceses- quienes a nosotros nos cuenten la Historia, pero lo hacen de forma bastante precisa y acertada. "Como fueron los hechos", me dijo una persona cercana. Otro del grupo francés me comentó con ironía que "en realidad esos son los franceses que sometieron nuestra región, la Vendée, así que tampoco les tenemos demasiado aprecio…" Lo cual demuestra que los franceses también tienen sentido del humor.
Pero, sin duda, lo mejor que tiene volver a Puy du Fou es reencontrarse con la libertad de un espacio abierto al público, el ocio y entretenimiento. Quizá ya nadie se acuerde… Pero la fantasía, magia y claro caso de éxito puro que un día vino del sur de Francia por Emiliano García-Page, podría haber embarrancado a causa de un águila perdicera. En realidad, por los enemigos de la libertad, que fueron los que se opusieron con espúreos motivos al fascinante proyecto inversor. Si hay algo de lo que me siento especialmente orgulloso en la carrera periodística que he ido escribiendo a lo largo de mis días, es de aquella conversación que tuve con un señor que se encontraba en esa plataforma que decía saber la verdad sobre Puy de Fou. Me marqué un Pumares que salió de lo hondo del corazón al decirle claramente que lo único que vendían aquellos señores era humo. La pena es que eso mismo no pudiera habérselo dicho en su día a los que advirtieron de las avutardas en el aeropuerto de Ciudad Real o los linces en la 401. El movimiento ecologista ha tenido algunos éxitos – pocos- en su trayectoria, pero muchísimas salidas de vía con la aquiescencia del público dormido.
El tambor de la libertad nos recuerda que nada de lo conseguido y conquistado es para siempre, porque puede llegar alguien que nos lo quite. No podría ser más certero el espectáculo para los tiempos que corren, donde ya la prensa habla hasta de golpe de Estado blando. El puente viejo del setenta y ocho está siendo llevado y resquebrajado por las aguas fraudulentas del sanchismo, mientras el andamiaje del sistema y sus costuras nos las está zurziendo Europa. Igual que dije en su día que a Pedro se le abría una oportunidad con Trump, ahora veo que se cierne una amenaza porque le han cogido la matrícula nuestros socios europeos. El primero, el secretario general de la Otan. Lo de correr a brazos de los chinos es la quintaesencia del mal y el trapecismo. Acabará con Putin en forma de matrioskha comprando cacahuetes para Zapatero en el bazar chino de la esquina. Pero es lo que decía Valle, la protagonista del Tambor, a sus acongojados paisanos. "O hacemos algo o de nada habrá servido la muerte de mi hermano".
Entre abascales y sanchistas, anda el PP buscando fuelle por Sevilla, con su lunita plateada… Eso decía Dos cruces, bolero escrito para Nati Mistral, en el monte del olvido. La pinza está claramente armada y en la inteligencia de Feijoo y los suyos está el futuro de la democracia liberal y, por ende, la economía. El wolframio de Abenójar debe servir para abrir nuevos caminos y explorar vías diferentes en Europa. Igual que las tierras raras, si me apuran. Pero de eso hablaremos otro día.
Nunca un genitivo – de la libertad- estuvo tan bien utilizado. Y es que Puy du Fou es símbolo de sonrisa, respeto y cariño. Para empezar, hacia los animales, ya que la granja que tiene ha ido creciendo con el tiempo. Qué hubiera sido de esas especies -patos, ocas, ovejas, cerditos-, si sólo hubiésemos atendido al águila perdicera. Y después, símbolo de libertad para elegir dónde pasar el tiempo libre. Lo próximo, hoteles en los que puedan dormir los autobuses que acuden. Si se hubiera llamado La bandera de la libertad, ya lo habrían bordado. España, entre lo viejo y lo nuevo, a veces se devora por dentro.