El problema de Vox es que ha dejado de ser un partido enraizado para convertirse en uno importado. Y esto es literal: sus raíces ya no descansan en la tradición política española, sino que han viajado a despachos foráneos. Es sorprendente que esto haya sucedido en un partido cuya esencia es el nacionalismo español, pero así es: Vox es el partido de las élites antiglobalistas.
La vicealcaldesa de Toledo, Inés Cañizares, que tiene todas las papeletas para ser la próxima baja en el partido verde, recordó este lunes a la dirección de Vox la importancia de la democracia interna y la necesidad de consultar a las bases en la toma de decisiones importantes. Inés, calienta que sales. Desde luego, tiene toda la razón, pero eso no es demasiado relevante en los partidos políticos. Tampoco en Vox, donde lo ideológico ha quedado absolutamente supeditado a lo estratégico.
Hace mucho que renunciaron a ser un partido liberal y de derechas, y tratar de reivindicar ese espacio es ya pura melancolía. Bien lo saben Iván Espinosa de los Monteros, Macarena Olona, Juan García-Gallardo y, muy pronto, Inés Cañizares. Ese esfuerzo es inútil porque las decisiones de Vox vienen ya prediseñadas, fabricadas por una especie de coalición internacional que se mueve en función de esquemas fijos que consideran infalibles. Hacen política desde la antipolítica: vuelcan el esfuerzo en la acción propagandística en redes y canales alternativos a los medios tradicionales y a las propias instituciones, que critican como instrumentos ineficaces. Curiosamente, reivindican la soberanía nacional frente al globalismo internacional, que consideran dirigido en la sombra por poderosos oligarcas entre los que, por supuesto, no incluyen ahora a Elon Musk o Sam Altman. Además, se ven a sí mismos como ciudadanos corrientes que aplican lo que llaman “sentido común” a todos los problemas.
Desde luego, el Santiago Abascal al que tantas veces entrevisté cuando dirigía la Fundación Denaes no se parece mucho al líder político que hoy se codea con Milei, Trump o Le Pen. Seguramente, si su intención es consolidar en España las ideas antisistema de su nueva aldea global, estará acertando. Las encuestas de los últimos meses avalan su estrategia rupturista respecto al viejo Vox. Son muchos los que ven las astracanadas de Trump y añoran esas maneras en España. Les entusiasma, “qué coño”, “así se habla”, “con un par”, “ya está bien de tanta mierda…” y ese tipo de autoafirmaciones que tienen su sentido en la barra de un bar, pero que denigran y envilecen las instituciones democráticas.
Vox sigue defendiendo algunos principios en solitario, como el derecho a la vida desde su concepción hasta su fin natural, y por eso mucha gente seguirá votándoles. Pero creo que hace mucho que han renunciado a ser una alternativa sólida de gobierno y que se sienten mucho más cómodos diseñando campañas de propaganda en redes sociales que gestionando presupuestos. Claro que eso ya le pasó a Pablo Iglesias. Será que el sentido común es más rentable cuando no hay necesidad de aprobarlo en un parlamento.