Miro fijamente el baile del fuego en la chimenea pensando en qué puedo escribir. Me asaltan muchos temas que intentan ganar la pelea interna para ser la elegida y, de repente, veo a Íñigo Errejón con esa autoridad moral que cree tener. Aunque en este país hay libertad de expresión les aseguro que lo que sentí no es contable.
En un momento histórico en el que el feminismo se ha convertido en una bandera de las políticas públicas en España, resulta inevitable señalar la incongruencia que refleja el Gobierno al abordar ciertos casos. El ejemplo más reciente, polémico y execrable es el de Íñigo Errejón.
¿Qué habría pasado si en lugar de este jovenzuelo con cara de listillo de patio de colegio y amigo del chungo de la clase hubiera sido uno de esos políticos a los que llaman fachas? No quiero ni imaginar el escarnio público. Las trompetas del Apocalipsis serían una melodía celestial en comparación al ruido que se habría originado en España; pero claro está, aquí el "amiga yo sí te creo" ha pasado a ser un "amiga, tenemos algunas dudas".
No critico esta vara de medir, lo que realmente duele es ver cómo hay silencios tan ensordecedores que deberían causar vergüenza, sonrojo y arcadas en todos aquellos dirigentes públicos que han tenido afonía sin esperar el veredicto del juez. Parece que si las acusaciones caen en personas relativamente afines, es mejor "confiar en la justicia", sin necesidad de clamar al cielo; es decir, podría ser entendido por muchos españoles como una tolerancia que contradice los principios que dicen defender.
Creo sinceramente que este doble rasero no solo erosiona la credibilidad de quienes lo practican, sino que daña la causa feminista al convertirla en un arma política en lugar de un compromiso con la igualdad y la justicia. Sí, la falta de coherencia en la gestión de estas situaciones mina la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
Aunque salga absuelto, que seguramente saldrá por falta de pruebas, su partido ya nunca podrá exigir a la sociedad un cambio cultural porque ellos no han sido capaces de predicar con el ejemplo. La simple gestión que han tenido y toda la parafernalia que se ha cernido en torno a esta denuncia y al fango mediático, seguramente intencionado de comunicadores afines, ha minado la poca credibilidad que para mí tenían.
Señores políticos, demuestren que aún tienen una mínima altura de miras y sentido de estado y oblíguense a reflexionar sobre las consecuencias de esta doble vara de medir. La credibilidad de una causa tan importante como la lucha contra el machismo no puede estar supeditada a intereses partidistas. Los ciudadanos no solo esperan justicia, sino también coherencia y responsabilidad de sus representantes.
En definitiva, casos como el de Íñigo Errejón nos recuerdan que la coherencia es una virtud escasa en la política actual. Si Sánchez o Feijóo quieren liderar una transformación real en materia de igualdad, debe comenzar por aplicar sus propios principios sin excepciones y de una vez dejar de tirarse el verdadero fango a la cara por ganar un maldito puñado de votos.
Entrelíneas y desde el corazón aprovechando la actualidad del caso de Errejón, les digo que es el momento de dar un paso adelante y presentar un programa real y creíble que apueste por una IGUALDAD con mayúsculas, no con una igualdad meramente partidista y a la carta.