Jaime Rosales

Director de cine

Por un cine social, radical y caro

En la primera mitad del siglo XX, las grandes empresas norteamericanas impusieron sus películas por todo el mundo. Dieron con una estética muy seductora y muy potente que les permitió vender su manera de ver la vida. Para luchar contra esa dominación comercial, estética e ideológica, el cine europeo dio nacimiento a los festivales de cine. Hoy en día, se ven películas iranís en España, películas tailandesas en Dinamarca y películas húngaras en México. La influencia del american way of life ha disminuido. La gente no sueña ya con ir a EE.UU. Otros países ofrecen atractivos. Los festivales europeos, sin embargo, siguen manteniendo el espíritu para el que nacieron. Hacen bien. La colonización estética lleva a la colonización ideológica; y la ideológica, a la real. No conviene bajar la guardia.

Los grandes festivales internacionales buscan tres cosas. Dar visibilidad a países exóticos que no disponen de una gran industria. Esto es, enseñar las culturas de los países emergentes. Mostrar películas que tratan sobre temas importantes. Es decir, temas cruciales que están en la actualidad política y social. Por último, impulsar el lenguaje del cine. Lo hacen proyectando las películas de los directores que más y mejor arriesgan con el lenguaje. Directores que han escrito y seguirán escribiendo la historia del cine. Hay festivales de muchos tipos. Hay festivales que se especializan en temáticas. Otros en géneros. Otros en primeros trabajos. De gran tamaño, medianos y pequeños. Los festivales grandes luchan entre sí. Procuran presentar en exclusividad las películas que serán las más importantes del año. Los pequeños se conforman con hacer llegar algunas películas a lugares cuyo público es minoritario. Su labor es esencial. Existe una gran competitividad entre festivales y entre películas que optan a ser seleccionadas. No es fácil entrar en Cannes, Venecia o Berlín.

" La única vía para llegar a los grandes festivales europeos es atreviéndose a tratar temas candentes. Hacerlo de manera radical e innovadora. Contar con los presupuestos adecuados»

España no es un país cinéfilo. No hay gran afición al cine. Es difícil que haya calidad sin industria. El talento florece dentro de un entorno favorable. El gusto del público español es demasiado conservador. A los españoles no les interesa lo exótico. Ir a ver al cine una película filipina es una excentricidad que provoca burla. La gente no lee, no escucha música y no ve películas que supongan un mínimo esfuerzo de concentración. No hay gusto por la innovación. Que inventen otros, reza el dicho español. No somos exóticos, nuestros cineastas no experimentan formalmente y tampoco somos importantes.

La única vía para llegar a los grandes festivales europeos es atreviéndose a tratar temas candentes. Hacerlo de manera radical e innovadora. Contar con los presupuestos adecuados para alcanzar altas cotas de calidad. En otras palabras, hacer cine social, radical y caro. Y, además, hacerlo bien. El otro camino ya lo conocemos: hacer cine inocuo, televisivo y barato. Todas las comedias que triunfan en España son herederas de ese cine de barrio que tanto avergüenza a unos y que enorgullece a otros por igual. Yo ni me avergüenzo ni me enorgullezco de ser español. Debo seguir inventando formas, no me queda otra. No porque quiera estar presente en los grandes festivales, que también, sino porque quiero ser importante.

Carlos F. Heredero

Crítico, profesor y director de Caimán Cuadernos de Cine

Cuestión de autoexigencia

Año tras año, el cine español encuentra graves dificultades para ser reconocido en la primera línea de los grandes festivales internacionales. Los datos son elocuentes y demoledores: entre 2010 y 2018, solo uno, ¡un único! largometraje español dirigido por un cineasta español fue seleccionado para competir en la sección oficial de Cannes (La piel que habito, Almodóvar, 2011) y solo otro más fue admitido también en la sección oficial, pero fuera de concurso (La muerte de Luis XIV, Serra, 2016). En esos mismos años, únicamente dos títulos accedieron a la sección oficial de Berlín (Dictado; Chavarrías, 2012; El bar, De la Iglesia, 2017), y solo uno fue admitido en la de Venecia (Balada triste de trompeta; De la Iglesia, 2010).

Es evidente que la citada nómina dista mucho de ser representativa del cine español producido en lo que llevamos de década. Y sí, es cierto, hubo algunas coproducciones españolas dirigidas por cineastas de otros países en la competición de estos festivales, así como otros títulos españoles en las secciones paralelas, pero lo cierto es que ni el cine de la gran industria, ni el de la mediana, ni tampoco el más humilde, valiente y arriesgado ‘Otro cine español’ son considerados aptos para estar en el escaparate principal de los grandes festivales. Si bien esta radiografía debe matizarse con el hecho de que muchas de las creaciones estéticas más innovadoras de ese ‘otro cine’ son acogidas en Rotterdam, BAFICI (Buenos Aires) o Locarno: certámenes de exigente línea editorial y gran prestigio cultural derivado de una programación siempre atenta a lo más audaz y experimental del cine que se hace en el mundo. Sea como fuere, la ausencia del cine español en las grandes citas del cine mundial es un hecho que trasciende la mera anécdota y que debería proporcionar materia de reflexión. Cabe preguntarse, de hecho, si desde el ICAA se han hecho realmente los deberes a lo largo de estos años; es decir, si se ha llevado a cabo un trabajo proactivo y multidireccional para facilitar la tarea de los programadores, si se han desplegado adecuadas políticas de relaciones públicas y si se ha impulsado de manera eficiente la difusión exterior de la producción nacional de cara a estos encuentros.

"Cabe preguntarse si desde el ICAA se han hecho realmente los deberes a lo largo de estos años. Es decir, si se ha impulsado de manera eficiente la difusión exterior de la producción nacional»

Pero también la industria y los profesionales deberían preguntarse, de forma autocrítica, por las razones que pudieran explicar esta ausencia. Y quizás fuera provechoso, en este sentido, que creadores y productores echaran una mirada al cine que se programa en esos festivales y se preguntaran, con sinceridad, si realmente sus trabajos están en consonancia con las corrientes más vivas de la producción mundial, si sus películas pueden trascender el marco local de los festivales españoles (siempre más abiertos a la producción nacional) y si están en condiciones de medirse -o no- con las creaciones más atrevidas y modernas del presente. Pero atención, no se trata de consolarnos con las ‘jeremiadas’ de costumbre (“No nos entienden”, “son chauvinistas”, “no conocen lo nuestro”, etc.), sino de reflexionar a fondo, ver mucho cine, incrementar la autoexigencia y ponerse las pilas. Una urgente asignatura pendiente, en definitiva.