Poesía

Guarida de un animal que no existe

Leopoldo María Panero

10 enero, 1999 01:00

Visor. Madrid, 1998. 58 páginas, 800 pesetas

Panero se ha convertido para la mayoría en el poeta por excelencia: una mezcla de loco y de bufón, alguien que suscita a la vez admiración y desprecio, asombro y piedad,... una especie de hombre elefante

E s fácil ser injusto, por exceso o por defecto, con la poesía de Leopoldo María Panero, una poesía rara vez valorada por sí misma. El personaje en que se ha convertido su autor ha acabado devorando la obra, ya menos obra literaria que síntoma y símbolo. El modelo de poeta que se inicia con el romanticismo -tan contrario al que predomina hasta el siglo XVIII- llega a su culminación, algunos dirían que a su caricatura, con Leopoldo María Panero, que vive y escribe al margen de lo que la sociedad considera razonable. Hülderlin dejó de ser poeta -o dejó de interesarnos como poeta- cuando perdió la razón; el camino hacia la notoriedad pública de Leopoldo María Panero pasa, casi forzosamente, por la reclusión carcelaria y psiquiátrica. Así resume él su vida en una reciente antología: " A los 16 años más o menos entré en el entonces ilegal Partido Comunista, y participé en la lucha política. Fue luego cuando me dediqué a escribir poesía, bajo la inspiración de mi maestro Pere Gimferrer, a quien conocí en Madrid en el club de jazz Bourbons. Fue más tarde cuando estuve en la cárcel por tráfico de drogas, y allí aprendí una homosexualidad que antes había estado latente. Viene más tarde una larga historia de manicomios que me despoja de amigos y me hace odiar a mi madre". No se trata de anécdotas biográficas de las que podamos prescindir al enfrentarnos a los textos: "Poemas del manicomio de Mondragón" se titula precisamente uno de sus libros. Por voluntad y por destino, que diría Villamediana, Panero se ha convertido, para la mayoría de los críticos académicos, para buena parte de los lectores, en el poeta por excelencia: una mezcla de loco y de bufón, alguien que suscita a la vez admiración y desprecio, asombro y piedad, alguien a quien podemos elogiar sin tasa porque nunca va a ser nuestro rival en la competitiva sociedad contemporánea, una especie de hombre elefante.
No, esa estrella del circo mediático en que el azar y algunos avispados empresarios han convertido a Leopoldo María Panero, no es el autor de "la obra poética más extremista y concluyente de la poesía española última", según se nos indica en la contraportada, signifique eso lo que signifique: es un poeta lleno de verdad y también de truco, un poeta que sabe los disparates que quieren sus admiradores, y que no se olvida de proporcionárselos, pero que entre las ruinas de su inteligencia nos ofrece, de vez en cuando, destellos que alumbran el pozo sin fondo sobre el que se asienta el vivir humano. "Parafraseando a Mallarmé -escribe en una reciente poética-, tendré que decir que la desesperación fue mi Beatriz".
Tres son los rasgos que caracterizan a "Guarida de un animal que no existe" y a toda la poesía última de su autor: el culturalismo, tan característico del momento, finales de los años 60, en que se inicia en la literatura; el irracionalismo, que hace que los poemas tengan siempre mucho de escritura automática, y una cierta insistencia en lo escatológico y lo blasfematorio, herencia quizá del gusto por el escándalo propio de las vanguardias y especialmente de los surrealistas.
"Me celebro y me odio a mí mismo", comienza uno de los poemas, parafraseando a Whitman. Más odio que celebración hay en estos versos, muy a menudo -es un rasgo generacional- metapoéticos: "De lo negro sale el poema/ de los pozos del alma inconfesables". Pero tras el psicoanálisis esos pozos del alma se han convertido en un lugar bastante frecuentado y las confesiones inconfesables son hoy uno de los programas de mayor audiencia de cualquier cadena de televisión. No, no es por su carácter presuntamente escandaloso -ya demasiado reiterado, casi convertido en fórmula, para escandalizar a nadie- por lo que interesan estos poemas.
Comienza el libro con una oración (las blasfemias en las que tanto abunda esta poesía pueden entenderse también como una forma de oración), escueta y conmovedora como pocas: "Cuando en el crepúsculo las ancianas sollozan,/acudes tú, Belial/a borrar con una esponja de vino los pecados/Y a convertir en vino el pan dorado/el pan que dora el sufrimiento de los locos/el amargo pan de la muerte/y escucho tus pasos venir, venir a ayudarme/y respondes, tú solo respondes/a ese grito en la habitación a oscuras".
En el monumento destruido que es la poesía de Panero a veces asoman restos del decir modernista que tentó a su generación en los inicios: "Oh Diana cazadora/que azuzas a tus perros contra el hombre". A la imaginería de Dalí recuerdan otros poemas: "Los pájaros vuelan sobre tus ojos/y la calavera de un caballo dibuja la silueta de la mentira/de la mentira de Dios en una habitación a oscuras/en donde vuelan los pájaros".
La nota biográfica que citábamos más arriba termina con esta conmovedora afirmación: "En cualquier caso, si yo he sido un monstruo, que el infierno me perdone". "El último poeta", titula el profesor Túa Blesa su libro sobre Leopoldo María Panero. Ni el último ni el primero. Pero sí un poeta verdadero y grande, a pesar de sus torpezas, a pesar de sus interesados panegiristas.