Juan Madrid. Foto: Roberto Cárdenas

Premio Fernando Quiñones. Alianza. Madrid, 2013



La obra de Juan Madrid (Málaga, 1947) como escritor y guionista no necesita presentación alguna: es uno de los cultivadores españoles más conspicuos de la novela negra, y ha contribuido en buena medida a la expansión y a la moda del género entre nosotros. En Los hombres mojados no temen la lluvia, el abogado Liberto Ruano se ve envuelto en una compleja red de asuntos en que se mezclan el contrabando, los asesinatos y torturas por encargo, la masonería y las actuaciones de los grupos mafiosos de Calabria. Aunque dos apéndices finales, presentados como informes de ciertas comisiones parlamentarias europeas, hacen hincapié en el narcotráfico y en las redes de distribución de la droga a través de España -fondo en el que se inscriben las acciones de la novela-, lo que importa en Los hombres mojados no temen la lluvia es el entramado de acciones y de personajes, sobre todo los vaivenes del abogado Ruano, llevado y traído por noticias, sospechas, datos y acciones que hacen de él un ser pasivo, que cree actuar por propia iniciativa cuando es conducido por oscuros resortes de los que no se percata. En 1982, Juan Madrid publicó su segunda novela, titulada Las apariencias no engañan. Ésta de ahora da a entender exactamente lo contrario, porque si algo hay indudable en la enrevesada historia que se narra es que nada es lo que parece y ningún personaje coincide con lo que representa.Todas las relaciones que mantiene Ruano, en efecto, acaban descubriendo un envés oculto: con su socio Feiman, con su amante, Julia, y con su hermana; con su colega Barrera y el poderoso Urbani; con el enigmático Aurelio Pescador, ejecutor de oficio, cuya identidad permanece en penumbra hasta el final. Incluso algunos personajes episódicos, como Charo, el Pulpo, Cristina, Ágata o Usbaldo, tienen un lado oscuro que impulsa su conducta y que Ruano está lejos de sospechar. Aquí, las apariencias sí engañan hasta en los más mínimos detalles.



Sólo un personaje parece ajeno a este mundo de mentiras y maldades, y por ello el autor parece descargar en él datos personales: se llama Juan, se ha retirado a vivir en una casona que posee en Salobreña -donde está compuesta y firmada la novela- en la que alquila ocasionalmente algunas habitaciones, pasa las horas en un gran salón, rodeado de estanterías en que se agrupan los libros ordenados por países, y afirma que la literatura -que, así conservada y dispuesta, parece un baluarte seguro contra la mediocridad de la vida real- acaso "nos desvele cosas nuevas sobre la ambigua y contradictoria naturaleza humana, o sobre determinados aspectos de la vida, ocultos o enmascarados", para añadir: "De todos modos, la máxima utilidad de la literatura aparece cuando se manifiesta como un discurso alternativo al del poder" (p.228).



Como es habitual en él, Madrid apoya el relato en diálogos escuetos y directos, eludiendo en la medida de lo posible cualquier elemento de raigambre excesivamente "literaria". La narración se acerca de esta manera al modelo de la crónica impersonal, en la que los hechos se relatan fríamente, sin dejar apenas que se trasluzcan emociones que pudieran distorsionar el panorama objetivo que se intenta plasmar, con un enfoque casi conductista, que únicamente permite entrever honduras psicológicas atendiendo a gestos y palabras, desde fuera. Sólo algunos descuidos en esta prosa recortada hasta el máximo merecen ser corregidos: concordancias como "mi familia es de origen española" (pp. 131-132), "los modus operandi" (p. 132) o "un uomini d'onore" (p. 138), alguna construcción pronominal ("yo ya estaba enseñado a pasar desapercibido, seguir a alguien sin que se diera cuenta, en memorizar gestos", p. 135) y un "introducimos" (p. 134) por el indefinido ‘introdujimos', que es lo que corresponde. Lectura provechosa y entretenida, pero algo más que un simple entretenimiento.