Elsa Morante

Existen autores que desaparecen después de su muerte real, y autores que resucitan cuando se los había dado por muertos y bien muertos. Elsa Morante pertenece al segundo grupo, como muestra la recuperación de dos de sus obras esenciales, La isla de Arturo y Mentira y sortilegio.

Acaso la resistencia de Morante (Roma, 1912-1985) resida en una rica y vertiginosa prosa, y en unas historias tristes, magistralmente contadas, que reconocemos como cercanas. La recuperación en nuestro país de La isla de Arturo y de Mentira y sortilegio, por parte de Lumen, nos deparan el privilegio de acceder a una escritora que deslumbra y sorprende.



Pese a ser considerada uno de los más destacados talentos literarios d Italia, en el canon occidental de Harold Bloom no aparece. Bloom no repara en la escritora que vendió 800.000 ejemplares en 1974 de su obra La historia (Gadir, 2008). Sí aparecen en el canon algunos de sus amigos: su esposo, Alberto Moravia, Natalia Ginzburg, Cesare Pavese, Pasolini y Leonardo Sciascia. La mujer de Moravia compartió con todos ellos la experiencia del fascismo, el dolor de la guerra y la conciencia social de los intelectuales del siglo XX.



Morante es una autora de difícil clasificación. Se desataba de todo, salvo de los gatos, a los que amaba, escribió a la intemperie, a ciegas, con saltos anacrónicos; se proyectaba "hacia el pasado cuando todo el mundo estaba mirando hacia el futuro", como dijo el crítico Cesare Garboli. Si la neovanguardia italiana quiso borrarla del mapa por considerarla una escritora de emociones, fuera del tiempo y de fácil lectura, la crítica contemporánea la reivindica como una pionera del postmodernismo. La profesora Sharon Wood, al analizar Mentira y sortilegio, la compara con las novelas que rompen las barreras del tiempo y de los géneros tradicionales, mezclando el folletín con textos epistolares y alternando episodios realistas con escenas de literatura fantástica. En la ficción, la joven huérfana de impresionante imaginación que vive encerrada entre novelas de aventuras, nos delata a una escritora que vivió una infancia entre falsedades, enigmas y fantasías.



Los primeros lectores de Mentira y sortilegio fueron Cesare Pavese y Natalia Ginzburg, ambos editores de Einaudi. Es conocido el comentario de Ginzburg sobre aquella primera impresión: "Leí Mentira y sortilegio de un tirón y me gustó inmensamente. No estoy segura de haber tenido en aquel momento plena conciencia de su importancia y su esplendor. Sólo sabía que me fascinaba y que hacía mucho tiempo que no leía nada que me diese tanta vida y felicidad". Einaudi publicó la novela en 1948 y recibió el premio Viareggio.



"Fue una escritora apasionada, registró con originalidad toda una época y hoy podemos releerla con la frescura de un descubrimiento"

Si las novelas cambian de piel, como afirma Vargas Llosa, y dicen cosas distintas a las nuevas generaciones, La isla de Arturo, publicada originalmente en 1957, está escrita con una sensualidad táctil y olfativa que nos traslada al sueño intemporal de los paraísos perdidos. Arturo Gerace, el joven huraño y abandonado en una isla casi desierta, nos cuenta sus tormentos y sus exaltaciones. En esas tierras, con un penal en lo alto del monte, y una casona gótica rodeada por el mar, se desarrolla una oscura urdimbre psicológica que conmueve e intriga. El trío que conforman Arturo, su misterioso padre, Wilhelm, siempre ausente, y la nueva esposa de este, Nunziata, una niña casi analfabeta, que dará a luz al nuevo hijo de Wilhelm, pasará por diversos estados: del amor al odio, del asco al deseo, de la violencia a la vulnerabilidad. Morante conoce bien los cambios del alma; es una maestra al desentrañar las vilezas humanas, con un aliento de belleza que desconcierta y atrapa.



No debió de ser fácil ser Elsa Morante, criada en el humilde barrio del Testaccio, hija ilegítima de una maestra judía, Irma Poggibonsi, llevando el apellido de Augusto Morante, pero conocedora de la impotencia del padre legal y de los múltiples amantes de la madre. Toda su obra girará en torno a la filiación. Una de las constantes de sus universos serán las conflictivas, densas y, a menudo, dramáticas, relaciones familiares.



Escritora desde los 18 años, huyó de casa y vivió de artículos y relatos. Conoció a Moravia en una cervecería de la bohemia romana, en 1936, y se casaron en 1941. Su amor fue casi siempre tormentoso. Pese a que él acabó eclipsando a su mujer, Moravia afirmaba que Elsa trataba de anularle, " y al mismo tiempo, por exceso de pasión, se anula a sí misma", dijo en una ocasión. Cuando las fuerzas nazis iniciaron en Italia la caza de judíos, Moravia y ella, ambos de ascendencia semita, y conocidos antifascistas, huyeron al sur, y vivieron ocultos en una cueva en Sant'Agata.



Los 60 fueron duros para Elsa, sus amores con Luccino Visconti y con el pintor norteamericano Bill Morrow, suicidado en el 62, resultaron desgraciados. En ese año se separa de Moravia oficialmente, aunque nunca se divorciaron. Concentrada en un trabajo de largo alcance, publicó relatos y poemas, El chal andaluz (1963) y El mundo salvado por los niños (1968), mientras gestaba su obra de más alcance. El fresco del siglo XX, con su visión de la Segunda Guerra y del Holocausto, que la hizo conocida internacionalmente, La historia (1974), recibió una acogida controvertida. Los nuevos escritores afirmaban que se trataba de una escritura del pasado, aunque la mayoría de la crítica internacional la consideró una colosal obra de arte.



Su última novela, Araceli (Gadir, 2008), fue un homenaje a sus amigas Araceli y María Zambrano, con la guerra española en primer plano. Después, una ruptura de fémur, un intento de suicidio al saberse incurable y paralítica, y mucho dolor. Una vez más, una gran escritora se eclipsaba casi olvidada en la soledad de una clínica. Murió de un infarto en 1985. Fue una escritora vibrante y apasionada, registró con originalidad toda una época europea, y hoy podemos releerla con la frescura de un descubrimiento.