Simone de Beauvoir

Traducción de Joachim de Nys. Prólogo: Rosa Regás. Navona, 2013. 136 páginas. 14 euros.

Hace ya tiempo que cualquier nuevo dato relacionado con las existencias de Sartre y de Beauvoir suscita en el público la misma curiosidad morbosa de quien escondido tras un confesonario escucha las revelaciones de un pecador. El interés de Malentendido en Moscú, un texto inédito de Simone de Beauvoir no radica en que se desentrañen aquí intrincados enigmas eróticos de los dos intelectuales. Por el contrario, se viene a recordar que su unión resultaba más próxima a la fisonomía humana de una pareja común que a la estructura alambicada levantada por ellos mismos, con sus famosos amores contingentes y necesarios. En el relato, Nicole y André, unos jubilados sesentones parisinos, realizan un viaje a Moscú para encontrarse con Masha, la hija de André. La peripecia corresponde punto por punto a la visita que Simone de Beauvoir y Sartre realizaron a la Unión Soviética en el verano de 1966, acompañados por Zonina, la amante rusa y traductora del filósofo.



Esta es la historia de un desengaño paulatino ante la contemplación de las realidades del régimen soviético. Pero es, también, la confesión sutil del eclipse de una pasión, el reconocimiento de la desintegración de la protagonista, precipitada desde las utopías amorosas para darse de bruces con la corrosión que el paso del tiempo ejerce sobre los espejismos del amor perfecto y sin ataduras. Nicole descubrirá que su fracaso se parece a cualquier otro derrumbamiento afectivo, con sus ataques de celos y sus sentimientos de soledad. Simone escribió Malentendido en Moscú entre 1966 y 1967, en forma de nouvelle y, en principio, debería haber formado parte de la compilación La mujer rota, aunque la escritora acabó rechazando el texto y sólo fue publicado póstumamente, en 1992, en la revista Roman. El relato está narrado desde la intimidad de los dos personajes principales, Nicole y André, es decir Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, por mediación de un narrador omnisciente que, recurriendo a la técnica del estilo indirecto libre, a veces entrará en la conciencia malherida de la mujer, y otras, en los pensamientos críticos del hombre. Es curioso que la escritora acabara renegando de este texto y modificándolo, suprimiendo la perspectiva masculina, para convertirlo en la primera parte de La mujer rota, un relato titulado La edad de la discreción. El deterioro de un amor maduro sigue siendo la exploración de fondo, pero los sentimientos de la protagonista no se presentan tan descarnados. Cabe preguntarse si Simone de Beauvoir se reprochaba en el borrador original de Malentendido en Moscú haber sido demasiado sincera al capturar sus debilidades, al mostrar al desnudo el espejo de un afecto hecho piedra. Tal vez más tarde quiso desmenuzar sus vivencias, salvar para la eternidad un amor ya desordenado por el tiempo y el caos afectivo e intelectualizar la efervescencia de unos celos humanos, demasiado humanos. Y esa transpiración de sinceridad es parte del encanto de este relato no muy extenso, donde imaginamos con exactitud las heridas agazapadas en las entrañas de aquel desconcertante y perdurable amor entre Sartre y Beauvoir.