Descanso en plena recolección del algodón, en la plantanción Allen (1940)

Traducción de Tomás Fernández Aúz. Crítica. Barcelona, 2016. 736 páginas, 32€, Ebook: 14'99€

Muchas veces la historia de un periodo parece caracterizada por un producto en particular: así, el siglo XVIII perteneció al azúcar y el XX al petróleo.



En su importante nuevo libro, el historiador de Harvard Sven Beckert sostiene que, en el siglo XIX, el principal responsable de la agitación del universo fue el algodón. El imperio del algodón no es una lectura para pasar el rato durante un vuelo. Denso en ocasiones, está repleto de muchos más detalles y estadísticas de lo que necesita el profano. No obstante, es una obra científica de primer orden que tardará en ser superada como la historia definitiva del producto que, en palabras de Beckert, fue la "rampa de lanzamiento" de la Revolución industrial. Y no solo eso. También está salpicado de compasión por los millones de esclavos, aparceros y trabajadores de los molinos a los que se trató de manera miserable y cuyo esfuerzo a lo largo de cientos de años ha terminado en la ropa que llevamos y en la sorprendente variedad de productos que contienen algodón, desde los filtros para el café hasta la pólvora. Actualmente, unos 350 millones de personas participan en el cultivo, transporte, tejido y otras formas de procesamiento de las fibras de esta planta.



"Hasta el siglo XIX", explica Beckert, "el grueso del algodón en bruto se hilaba y se tejía a pocos kilómetros del lugar donde se había cultivado". Nada cambió esta situación tan drásticamente como las plantaciones esclavistas que se multiplicaron por el sur de Estados Unidos. Las plantaciones demostraron que el cultivo de algodón al por mayor para clientes de otro continente podía ser lucrativo, y esta constatación puso el mundo patas arriba. Sin el esclavismo, afirma el autor, no habría habido Revolución industrial.



Beckert asegura que sin el esclavismo no habría habido Revolución Industrial

La aportación más importante de Beckert consiste en mostrar cómo todas las fases de la industrialización del algodón descansaron sobre la violencia. En cuanto quedó clara la rentabilidad de los campos de algodón del Sur a finales de la década de 1780, el transporte de esclavos a través del Atlántico aumentó rápidamente. Más adelante, los propietarios de las plantaciones descubrieron que el clima hacía del Sur Profundo un terreno mejor para el cultivo de la planta que los estados fronterizos. Cerca de un millón de esclavos estadounidenses fueron trasladados por la fuerza a Misisipi, entre otros lugares, y muchas familias se rompieron. La búsqueda de más tierras aptas para el cultivo en lo que hoy son estados como Texas, Arkansas y Oklahoma fue un poderoso incentivo para obligar a los nativos americanos a abandonar sus territorios y trasladarse a reservas, otra forma de violencia ejercida por el "complejo militar-algodonero", que hizo que en 1850 dos tercios del algodón estadounidense se cultivara en tierras de las que EE.UU. se había apropiado desde principios de siglo.



Beckert se dedica a lo que se conoce como historia global, o mundial, consistente en estudiar acontecimientos que no se limitan a un solo país o continente. Esta perspectiva le es útil, ya que Estados Unidos no fue el único país en que el ansia de los cultivadores por plantar algodón en extensas superficies expulsó de sus tierras a los pueblos indígenas y a los agricultores. Los Ejércitos coloniales hicieron lo mismo en India y el oeste de África.



Aparte de la violencia, otro de los temas principales de El imperio del algodón es que, al contrario de lo que afirma el mito de la libertad de empresa sin trabas, este sector en expansión recibió impulso a través de la intervención del Estado en todas sus fases. Ya fuesen canales y ferrocarriles en Europa o diques en el Misisipi, las autoridades se lanzaron a construir o financiar las infraestructuras que demandaban los hacendados y las factorías de algodón.



La historia definitiva del producto que fue "rampa de lanzamiento" de la Revolución Industrial
Sin embargo, la ambición de Beckert no se limita a contar la historia del algodón, sino que va más allá. El autor se propone utilizar este producto como una lente sobre el desarrollo del mundo moderno, que él divide en dos fases que se solapan: el "capitalismo de guerra", en referencia al estadio en que el esclavismo y la conquista colonial abonaron el terreno para la industria del algodón, y el "capitalismo industrial", como denomina al periodo en el que los Estados intervinieron para proteger y auxiliar al negocio por otras vías. Así pues, cuando se lee El imperio del algodón parece que son dos libros combinados, uno de los cuales está inacabado. El autor cuenta una historia del algodón más que completa, pero su análisis del capitalismo necesita un examen más amplio que incluya otros sectores. Y en este punto, sus dos categorías no son tan fáciles de separar. Por ejemplo, ya no emprendemos una guerra por el algodón, pero, ¿habría gastado Estados Unidos cientos de miles de millones de dólares luchando en Irak si el país no tuviese petróleo?



Con respecto a la historia del algodón en sí misma, Beckert pisa terreno más firme. Hoy, la gigantesca "carrera hacia el abismo" de una industria en permanente busca de mano de obra más barata ha vuelto a desplazar la mayor parte del cultivo del algodón y del trabajo para transformarlo en prendas de vestir a Asia, el continente donde su uso se generalizó por primera vez hace siglos. Asimismo, la violencia bajo diferentes formas sigue estando presente. En Uzbekistán, cada año dos millones de niños menores de 15 años son enviados a trabajar en la cosecha del algodón, exactamente del mismo modo que en el pasado los molinos de San Petersburgo, Manchester y Alsacia dependían en gran medida de la mano de obra infantil procedente de los asilos y los orfanatos.Un largo hilo trágico entreteje la historia de la vaporosa materia blanca que nos viste a todos.