Image: Imperios en guerra. 1911-1923

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Ensayo

Imperios en guerra. 1911-1923

Robert Gerwarth y Erez Manela

24 junio, 2016 02:00

El asesinato del archiduque Francisco Fernando, que desencadenó la I Guerra Mundial, en una viñeta de la época

Traducción de Maysi Veuthey. Biblioteca Nueva. Madrid, 2016. 448 páginas. 23'90 €, Ebook: 9'60 €

La obra que editan los profesores Robert Gerwarth y Erez Manela es un hallazgo: original, sintética y transversal; un manual de imperios en vísperas de colisión. Cada gran nación con sus problemas, su idiosincrasia, naturaleza, estímulos para la guerra y recelos con el vecino. Llaman sólo la atención dos cosas de matiz: un capítulo dedicado a la España neutral cierra el libro y se denomina imperio a Estados Unidos. España tampoco lo es, pero incluir su posición es una decisión acertada por parte de los coordinadores del volumen, pues muestra que no había rincones en el planeta al margen de la contienda.

Asimismo, actualiza la historiografía y muestra las complejidades de las distintas posturas en nuestro país respecto del conflicto. No hay tantos estudios que se detengan en los países neutrales, afectados igualmente por la guerra. El capítulo de James Matthews sitúa a los neutrales si no en pie de igualdad con los beligerantes sí dentro de un mismo contexto, lo cual resulta, así expresado, una obviedad. Se prescinde, por tanto, de consideraciones geográficas. Y en este punto encontramos una de las grandes virtudes del libro: huye de contar las campañas y estrategias militares. Digamos que nos encontramos ante un análisis de política internacional. En este sentido, combina a la perfección la narrativa histórica con la científico-política: define un objeto de estudio, un contexto y separa las distintas variables.

Dicho esto, no debe extrañar encontrarse con capítulos dedicados a dominios británicos: Irlanda e India. De lo cual se deduce que la I Guerra Mundial influyó decisivamente sobre cada uno de los movimientos independentistas. Irlanda la alcanzaría inmediatamente después de que finalizara; India, pasada la II Guerra, lo que establece indirectamente un nexo de unión entre ambos conflictos. Aparece también el imperio portugués, lo que constata que no se marginan actores en función de su peso en el tablero. Todos tienen algo que contar en este mundo en ebullición.

En segundo lugar, decíamos que los autores llaman imperio a Estados Unidos. Es discutible. Se aferra a su presencia en Panamá y Cuba y a su influencia centroamericana. Aceptemos que es lugar común en la historiografía. Pero no casa bien que un país aislacionista sea considerado imperio. La noción no se refiere a la extensión territorial, sino que incluye una vocación militar más que comercial y una predisposición absorbente. Bien es verdad que años antes el presidente Theodore Roosevelt había forjado una gran Armada que paseó por el mundo y declaró que la misión de su país era erigirse "gendarme internacional". Estados Unidos fue neutral hasta 1917. Su participación fue decisiva tanto en el resultado de la guerra como en la reconstrucción de las relaciones entre potencias, muchas de ellas nuevas. Porque este es el hecho decisivo de la Gran Guerra: surge un nuevo mundo, devastado dos décadas después.

Por supuesto, los capítulos esenciales para entender el conflicto son los dedicados al imperio alemán, al austro-húngaro, otomano, británico y francés. Mención aparte merece el episodio ruso: sumido en su propio atraso industrial, recién salido de una guerra contra Japón -otro de los puntos fuertes del libro es incluir el mundo asiático- que dejó tocado el zarismo y le obligó a impulsar reformas, la revolución de 1917 vino a descomponer el orden bélico. No puede entenderse la Revolución Rusa sin la guerra y, lo que nos dicen los autores es que tampoco puede entenderse la Guerra sin la revolución bolchevique.

El resultado es un producto que aporta otra novedad: alarga el periodo bélico: 1911-1923. No es una cuestión menor. Desmiente la versión de la "paz armada" en las vísperas y enumera los conflictos que anticipaban el apagón de la razón. Por detrás, las rencillas no acaban en 1918. Mussolini llega al poder en 1922. Se está gestando un nuevo marasmo. Como verán, el volumen, pese a ser colectivo, no deja cabo suelto y tiene una estructura concebida de forma sencilla y brillante. Caso por caso, comprobamos la precipitada marcha hacia la Guerra del fin del mundo.