Fernando Beltrán (Oviedo, 1956), reconocido poeta, da el paso por primera vez a la narración con Bacon sin Bacon. Y lo hace con todos los requisitos del género novelesco.



Se vuelca en el relato complejo de una peripecia vital, la del famoso y polémico pintor irlandés, y la anuda a elucubraciones sobre el sentido del arte. La novela, construida con gran originalidad formal, se articula sobre esa doble tensión, experiencia biográfica y debate estético.



El propio Bacon da voz a su historia desde una perspectiva distanciada. Sus palabras vienen de ultratumba pero mediante una sugestiva maleabilidad temporal conviven con impresiones de sus días finales en espera de la muerte en una clínica madrileña.

Bacon sin Bacon

Fernando Beltrán



Árdora Ediciones, 2023. 172 páginas. 18,99€

Se produce así un atractivo efecto de desdoblamiento, alguien que es él mismo pero también un otro que ha empezado a escribir en su nombre. Este recurso del doble permite conjugar lo visionario y la realidad.



Ambos pivotes sostienen la rememoración autobiográfica que se dispara a veces hacia honduras mentales de corte irracional y otras se acoge a un puntillismo anecdótico veraz.

En cualquier caso, el discurso fragmentario de Bacon es como un recitativo entrecortado donde se enraciman obsesiones, traumas, complejos, tendencias agresivas o disconformidad con el mundo. A partir de esa melopea se recrea su personalidad.

No quiere hacer Beltrán una biografía documental o literaria al uso del personaje. Pero tampoco que se pierda la base cierta del ser atormentado y provocador que fue. Por eso solo selecciona pasajes relevantes, los cuales despacha sin pormenores descriptivos.

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Se fija en especial en los traumas que le causaron los padres, en las desazones provocadas por la homosexualidad, en el impacto de la muerte de un amante, en el comercio del arte asociado al triunfo o en la soledad que le lleva a frecuentar tugurios.



De estos momentos significativos sale el bloque de asuntos que conforman el retrato íntimo de Bacon. La muerte es como una intuición seminal que gana terreno a medida que avanzan los recuerdos y que se condensa en la coyuntura hospitalaria que Beltrán tensiona al máximo poniendo los últimos momentos del luciferino Bacon en manos de una monja. A este motivo se agregan la belleza, la creatividad, el realismo o la loca mercantilización del arte.

Esta novela se articula sobre la doble tensión entre la experiencia biográfica y el debate estético

La problemática estética engloba este conjunto. Claro queda desde el principio que ese será el vértice del relato. Con primacía de frases nominales y ritmo acelerado aparecen nociones como herejía, desgarro, plenitud, abismo, trucos, máscaras, obsesión, intuición liminar, pulsión, intensidad, orgasmo, brutal y despiadado cuerpo a cuerpo con la tela, pintura en carne viva…



Todo ello a la búsqueda de la “identidad real” de las cosas y del malestar que produce “la brutalidad de los hechos” para, al fin, llegar a la crea-ción pura e instintiva que brota de un impulso irrefrenable: “No entiendo de pintura, solo pinto”, enfatiza Bacon.



Una obra como Bacon sin Bacon, tan estrictamente sujeta a la modalidad de novela de artista, no se dirige a un público mayoritario, ese que desea que le cuenten aventuras. Está concebida para un lector minoritario que se interese por la estética y que quiera asomarse a su máxima frontera, el dilema del arte entre la representación y la subversión. 

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